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Lazy lacouture

Me levanté como de costumbre, preparando unas tostadas con mantequilla. Mientras desayunaba, mi hermano mayor, Ethan, estaba a mi lado, absorto en su teléfono, probablemente hablando con alguna de sus novias.

El sonido del teléfono de la casa rompió la tranquilidad. Como siempre, mi madre fue la primera en contestar. Apenas se escuchó un par de segundos hablando cuando, inesperadamente, me llamó:

—¡Lazyyyyyy! —gritó desde el otro lado de la sala.

Me levanté casi de un salto, corriendo hacia ella. Al llegar, me pasó el auricular mientras arqueaba una ceja, intrigada.

—Es para ti —dijo, con esa mezcla de seriedad y curiosidad maternal.

Tomé el teléfono con cierta incertidumbre. —Hola, ¿buenas?

—Buenas, ¿hablo con la señorita Lazy? —preguntó una voz femenina del otro lado.

—Sí, con ella misma —respondí, aún sin tener idea de quién me llamaba. Había enviado tantas hojas de vida que ya no sabía de dónde me podían contactar.

—Soy Margarita, la secretaria del señor Néstor Lorenzo. Le llamo para informarle que ha sido seleccionada como una de las fotógrafas para la Selección Colombia. Comienza mañana. ¿Le parece bien?

Por un segundo, no supe cómo reaccionar. —¡Claro, claro que sí! —dije, tratando de contener mi emoción.

—Perfecto, le enviaremos todos los detalles al correo. ¡Felicidades! —respondió antes de colgar.

Casi no me di cuenta de que seguía sosteniendo el teléfono cuando grité: —¡Siii, si, si! —brincando como una loca por toda la sala.

—¿Qué pasó, hija? —preguntó mi mamá, que estaba en la cocina junto a Ethan.

Al entrar de nuevo en la cocina, tropecé con el marco de la puerta y casi me caigo.

—Casi te vas de jeta —se burló Ethan, riéndose—. Contrólese.

—¡Me aceptaron como fotógrafa en la Selección Colombia! —grité, todavía incrédula.

—¿Qué? —dijo mi mamá, corriendo a abrazarme con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Qué felicidad, hija!

Ethan sonrió, pero como siempre, no podía evitar meter algún comentario sarcástico. —Vea pues, ahora va a estar rodeada de esos manes sin camisa.

—¡Qué rico! —apareció mi hermana menor, Zury, de 16 años, con una sonrisa traviesa.

—Vea usted, ¿y no debería estar en el colegio? —le preguntó mi mamá, con las manos en la cintura.

—Ups —dijo Zury, haciendo una mueca mientras nos miraba a todos.

Jorge carrascalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora