Cuando Valentina me avisó que Abril estaba en el camerino y parecía molesta, no lo pensé mucho. Aunque Abril no me había dirigido muchas palabras, no me gustaba dejar las cosas tensas con nadie, especialmente en el trabajo.
Me acerqué al camerino despacio, dudando un poco antes de entrar. La puerta estaba entreabierta y, al asomarme, vi a Abril sentada en un banco, con los brazos cruzados y la mirada perdida en su celular. Tomé aire y entré sin hacer mucho ruido.
—Abril... —dije suavemente, tratando de no incomodarla más de lo que parecía estar.
Ella levantó la vista rápidamente, con una expresión que no supe descifrar del todo. Frunció el ceño antes de contestar.
—¿Qué pasa? —preguntó, su tono algo cortante, pero sin demasiada emoción.
—Valentina me dijo que... que estabas aquí. Solo quería asegurarme de que estés bien —le respondí, un poco torpe. La verdad no sabía bien cómo abordarla.
Abril soltó un suspiro y dejó su celular a un lado, aunque no parecía muy entusiasmada de hablar conmigo.
—Todo bien, no tienes que preocuparte por mí —respondió
Sentí la tensión en el aire, pero no insistí. Sabía que forzar una conversación no ayudaría en nada. Así que solo asentí, dándole su espacio.
—Bueno, si necesitas algo, aquí estoy —dije antes de salir. No sabía si había hecho lo correcto, pero tampoco quería invadir su espacio si no quería hablar.
Esa tarde, Valentina me invitó a salir a comer helado. Después de un día con doble turno, la idea de un descanso y un dulce me pareció más que tentadora. Mientras caminábamos hacia la heladería, conversábamos sobre lo agotador que había sido el día. No solo habíamos tomado fotos del equipo, sino que también tuvimos que hacerle fotos a las chicas.
—Creo que hoy abrirán una discoteca en el centro. Podríamos ir —me dijo Valentina, con esa sonrisa suya que siempre parecía iluminar cualquier conversación.
Estaba a punto de contestarle cuando una voz detrás de nosotras nos interrumpió.
—Nosotros vamos, deberían ir también —dijo Carrascal con ese tono despreocupado y una sonrisa pícara.
Antes de que pudiera reaccionar, Castaño le dio un zape en la cabeza.
—Chismoso —le soltó, riendo.
—No pude evitar escuchar, lo siento —se disculpó Carrascal, poniéndose rojo. Se notaba que no había querido parecer entrometido, pero ahí estaba, metiéndose donde no lo llamaban.
—No pasa nada —respondió Valentina, viendo que yo me había quedado congelada.
Yo solo asentí, sintiéndome torpe.
—Que descansen, chicas —dijo Lucho mientras nos daba unas palmaditas en la espalda antes de seguir caminando junto a Castaño y Carrascal.
Nos reímos por lo bajo y seguimos nuestro camino hacia la heladería. Una vez allí, nos sentamos en una pequeña mesa.
—Buenas, bienvenidas. ¿Qué les ofrezco? —preguntó la chica detrás del mostrador.
—A mí me regalas un vaso de helado de fresa —pidió Valentina con una sonrisa.
—Y a mí, porfa, uno de vainilla —dije.
Después de hacer los pedidos, Valentina retomó la conversación.
—Si quieres, puedes invitar a tus amigas hoy a la discoteca, y así me las presentas —me dijo, tomando su vaso de helado cuando llegó.
Sonreí, pero solté una risa un poco amarga.
—Si supieras que estamos en las mismas —dije. Nos miramos y nos echamos a reír.
—¿Por qué? —preguntó, curiosa—. ¿No tienes amigas?
—Bueno, es que me mudé hace poco. Hace como dos meses —le expliqué, probando mi helado—. Antes vivía en Bogotá.
—¿Eres rola? —me preguntó, riéndose. Yo negué con la cabeza, divertida.
—No, soy de Barranquilla. Vivo con mi mamá y mis dos hermanos, Ethan, que es el mayor, y Zury, la menor.
—Soy un poco imprudente, pero... ¿y tu papá? —me preguntó con cautela.
Suspiré y le di un sorbo a mi helado.
—Es una historia larga, pero bueno, tenemos tiempo —dije mirando el reloj y ella asintió.
Le conté la historia de cómo mi papá había tenido otra familia en Miami. Cómo mi mamá había descubierto la infidelidad y, aunque fue duro, seguimos adelante. Era algo que había aprendido a contar sin derrumbarme, pero seguía doliendo, aunque lo disimulaba bien.
—Marica, le fue infiel a tu mamá —respondió Valentina, atónita.
—Técnicamente le fue infiel a la otra mujer con mi mamá. Con ella lleva más tiempo. Pero bueno, gracias a Dios manda plata —le dije, tratando de aligerar la conversación. Nos reímos juntas.
—Yo vivía en un pueblo cerca de aquí, con mis abuelos, mi mamá y mi hermana gemela. Ella salió embarazada a los 17, pero yo decidí que quería algo diferente para mi vida. Con mis buenas notas, me gané una beca en Estados Unidos y luego vine a trabajar acá —me contó Valentina, mirando el helado que ya casi se había terminado.
—Qué valiente. ¿No te gustaría traer a tu familia? —le pregunté.
—Ellos no quieren, pero me gustaría traer a mi sobrino y a mi hermana, aunque ella se niega. Pero bueno, les mando dinero —me dijo con una sonrisa orgullosa.
Después de comer el helado, le dejé un mensaje a Ethan para que viniera a buscarnos. No pasó mucho tiempo hasta que llegó, tocando la bocina un par de veces.
—¿Quieres que te llevemos a casa? —le pregunté a Valentina.
—Está bien —respondió, caminando conmigo hacia el auto.
—Hola —dije, dándole un beso en la mejilla a mi hermano.
—Hola —me respondió él.
—Mira, ella es mi amiga del trabajo, se llama Valentina. Valentina, él es mi hermano mayor, Ethan —les presenté.
—Mucho gusto —dijo Valentina, sonriendo.
—Igual —contestó Ethan con su tono serio.
—Voy a pasar por Zury a su entrenamiento antes de llevarte. ¿Te parece bien? —le preguntó Ethan a Valentina, y ella asintió.
Mientras manejábamos, Valentina y Zury charlaron animadamente, hasta que llegamos a su casa.
—Chao, chicos. Nos vemos en la noche —se despidió Valentina, y yo asentí.
Cuando nos quedamos solos en el carro, le di un codazo a Ethan.
—Ni se te ocurra caerle a Valentina, porque no te hablo más. Me la espantas —le advertí.
Él solo rió, pero no dijo nada.