Cap 26

76 14 0
                                    



La noche en Cartagena estaba en su máximo esplendor cuando nos adentramos en el turbo. Desde lejos, las luces y el sonido ensordecedor de la champeta retumbaban en el aire, llenando cada rincón de la calle. Era imposible resistirse a la energía del lugar; el aire estaba cargado de sudor, risas, y un ritmo que parecía estar en el ADN de todos los presentes. La champeta explotaba en cada bocina, y el retumbar de los bajos hacía vibrar el suelo bajo nuestros pies.

Carrascal y yo caminábamos tomados de la mano, y noté cómo algunas miradas se dirigían hacia nosotros. No éramos los únicos en el turbo, claro, pero había algo en la forma en la que él y yo nos movíamos juntos, una química que parecía hacerse notar en medio de toda la multitud.

Alrededor, el ambiente era de puro desorden festivo: gente gritando con emoción, otros bailando en círculos, mientras el DJ animaba a todos desde la tarima improvisada. Su voz resonaba con la cadencia de la champeta y, cada tanto, gritaba frases como "¡Aquí estamos pa' romper la noche!" o "¡A ver quiénes son los que aguantan hasta el amanecer!"

La familia de Carrascal también se unió a la fiesta. Su mamá estaba charlando animadamente con una tía y una prima, y su papá conversaba con algunos amigos que también se habían acercado. Todos estaban vestidos para la ocasión: colores vivos, ropas cómodas y veraniegas. Yo llevaba un vestido corto blanco, suelto y fresco, con sandalias bajas que me permitían moverme sin problemas. Carrascal, por su parte, llevaba una camiseta negra, ligera, con unos jeans oscuros y unas zapatillas blancas que resaltaban en la oscuridad del turbo. Su cabello, despeinado y libre, se movía con el ritmo de la música mientras reía y saludaba a amigos y conocidos.

—Oye, ven, ven —dijo él, acercándome a la barra improvisada donde vendían cervezas y aguardiente—. Tenemos que entrar en el modo fiesta oficial.

—¿Estás diciendo que aún no hemos comenzado? —respondí, levantando una ceja y dándole una mirada juguetona.

Él soltó una carcajada y pidió dos cervezas. El vendedor se las pasó rápidamente, y Carrascal me entregó una.

—Salud, por Cartagena y por la mejor compañía —dijo, chocando su botella con la mía.

—Salud —respondí, y di un buen trago, sintiendo el sabor frío y amargo recorrer mi garganta. El ambiente era perfecto: risas, música fuerte y la brisa de la noche cartagenera rodeándonos.

De repente, comenzó a sonar una champeta clásica, y el turbo entero enloqueció. La canción era "El Loco" de Kevin Flórez, una de esas que hacen que cada persona en la pista pierda el control. La trompeta resonaba fuerte, y la voz rasposa de Flórez comenzó a calentar el ambiente. Carrascal y yo nos miramos con una sonrisa, como si hubiéramos recibido una invitación personal para bailar.

—A ver si aguantas mi ritmo —dijo él, haciéndose el desafiante mientras tomaba mi mano y me llevaba al centro de la pista.

—¿Crees que no puedo? —respondí, acercándome a él y comenzando a moverme al compás de la champeta.

La letra de la canción se mezclaba con nuestros pasos y risas:
"Porque tú eres la que me pone mal... Esa mujer me tiene loco..."

El ritmo era contagioso, y pronto Carrascal y yo estábamos completamente sumergidos en la música. Sentía cómo su cuerpo seguía el mío, nuestras miradas se encontraban cada tanto, y el calor del lugar se intensificaba a medida que la gente nos rodeaba, formando un círculo de amigos y familiares que gritaban y animaban.

—¡Así es que se baila, primo! —gritó uno de los primos de Carrascal, riéndose mientras tomaba otro trago y nos observaba con una gran sonrisa.

—¡Dale, Carrascal! ¡Que no se diga que la nueva no sabe bailar! —agregó su mamá, guiñándome un ojo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Jorge carrascalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora