Ese viernes en la oficina había una vibra diferente. Los de marketing habían convencido a todos para hacer una fiesta de cierre de mes, y desde temprano ya se sentía la energía de pre-rumba. Ethan y Zury me habían echado chiste que esta noche iba a ser mítica.
Ya casi todos estábamos en la sala principal, decorada con luces de neón y paredes de papel metálico que se movían al ritmo de la música. Richard fue el primero en llegar con una botella de ron en una mano y un sombrero extraño en la otra.
—Esta noche, señores, promete. Nadie se va sobrio —dijo sirviendo el primer trago, mientras todos lo seguíamos como si fuera el ritual de iniciación.
Valentina y Duran llegaron cargando bolsas llenas de bocadillos y otro par de botellas. Y, claro, Carrascal entró después, sonriendo con ese aire que siempre parecía que guardaba un secreto.
Ya con las copas encima, alguien gritó la idea que nadie esperaba: "¡Vamos a jugar 7 minutos en el cielo!". Hubo risas, suspiros y hasta un "¿Estamos en el colegio o qué?" de Valentina, pero en menos de cinco minutos ya estábamos todos alrededor de una botella en el centro.
—Dale, Lazy, tú primero. Demuéstranos que sos la costeña más arriesgada —me dijo Richard, retándome con una sonrisa cómplice.
Di una vuelta a la botella, y, como si el destino estuviera de fiesta también, se detuvo apuntando a Carrascal. Sentí un escalofrío, y él solo arqueó una ceja, acercándose al closet improvisado sin decir nada, como si esto fuera una escena de película.
Nos metimos al pequeño espacio, que apenas era un closet con una lámpara de emergencia y unas cajas amontonadas. Las puertas se cerraron detrás de nosotros, y el mundo se volvió tan pequeño que su respiración me alcanzaba como si estuviera justo a mi oído.
—¿Siete minutos, uh? ¿Qué vamos a hacer? —le dije, fingiendo inocencia, pero sin poder evitar sonreír.
Él se acercó, mirándome directo a los ojos, y sentí cómo el ambiente se volvía denso.
—Dime tú, Lazy, creo que aquí lo que se hace es lo que uno no cuenta después —me dijo, bajando la voz.
Me tomó por la cintura, y antes de pensarlo dos veces, nos estábamos besando, enredados entre risas y respiraciones rápidas. Era un beso como si fuera el último, intenso y lleno de algo que ni yo misma podía explicar. Pero antes de que pudiera entender lo que estaba pasando, escuché un golpe en la puerta.
—¡Epa, ya pasaron los siete minutos! —gritó Valentina, riendo del otro lado.
Nos separamos justo cuando la puerta se abrió, y yo salí como si nada, haciéndome la desentendida mientras Carrascal sonreía detrás, tratando de no delatarnos.
La noche siguió entre risas, con James tomándose fotos ridículas con Richard, Valentina y Duran desafiándose a shots, y lucho grabando todo para asegurarse de que nada de esto se olvidara.
Cuando ya casi no quedaba más ron y yo andaba con la lengua suelta por el trago, empecé a bromear con todos:
—Ay, no, Mojica , ahora cuando suban el video y lo vea mi mamá me va a decir que soy una loca. De seguro termina rezando por mí —dije, riéndome.
Valentina me lanzó una mirada sarcástica.
—Pues te va a tocar ir a misa el domingo, Lazy, porque hoy estás fuera de control —dijo, riéndose mientras me ofrecía otro trago.
Entonces, alguien sugirió poner música de despecho. Richard, con su teléfono en mano, puso una canción que le encantaba a Carrascal. Empezamos a cantar todos juntos, cada uno en su propia nota, desafinados y gritando como si la canción fuera un himno.
Pero entre canción y canción, sentí cómo la mirada de Carrascal se cruzaba con la mía. Había algo en su sonrisa, algo que me hacía perder el sentido del tiempo.
Valentina se acercó y me susurró:
—Oye, Lazy, ¿qué hubo en ese closet? Porque los dos salieron como si hubieran visto fantasmas.
Le di una sonrisa pícara y le susurré de vuelta:
—Lo que pasa en el closet, se queda en el closet, ¿oíste?
La noche siguió con sus idas y venidas, y cuando ya todos estábamos casi listos para tirar la toalla, alguien decidió empezar un karaoke improvisado. Quintero, Valentina y yo tomamos el micrófono y cantamos a toda voz, mientras Carrascal y Richard nos grababan entre risas.
A media noche, alguien dejó caer su teléfono y comenzó a sonar un mensaje que decía que el jefe había visto la historia que había subido Duran de toda la fiesta. La paranoia se apoderó de todos, y entre risas y bromas, comenzamos a preocuparnos por la resaca del día siguiente y, claro, por lo que íbamos a decir cuando el jefe viera el estado en que habíamos dejado la oficina.