Después de la cena, regresamos a la casa, despidiéndonos de sus padres con una mezcla de calma y electricidad entre nosotros. Al llegar a su habitación, nos pusimos la pijama y nos tumbamos en la cama, donde él se acomodó viendo videos en TikTok mientras yo me acurrucaba contra su pecho, escuchando su respiración y el ritmo constante de su corazón. Aunque era tarde, no tenía ni un poco de sueño; estaba completamente alerta, como si cada célula en mi cuerpo respondiera a la proximidad de él.
En un momento, giré hacia él, me apoyé en su pecho y sin pensarlo demasiado, lo besé. Él soltó el celular y lo dejó sobre la mesita, y me devolvió el beso, esta vez con una intensidad que me dejó sin aliento. Mis dedos comenzaron a deslizarse sobre su pecho, notando cómo su piel respondía al contacto. Sus labios eran suaves al principio, pero pronto se movieron con más fuerza, hasta que nuestras respiraciones comenzaron a entrecortarse, llenando el cuarto de esa energía vibrante.
Él se separó apenas, mirándome intensamente, y sentí un escalofrío bajo la piel.
—¿Estás segura? —susurró, su voz grave y baja.
Asentí sin dudar, mordiéndome el labio mientras lo miraba fijamente. Con una sonrisa satisfecha, él comenzó a besarme de nuevo, bajando desde mis labios hasta mi cuello, donde dejó un rastro de besos lentos y suaves. Sentía su respiración tibia en mi piel, y solté un suspiro involuntario cuando sus labios tocaron mi clavícula, subiendo la temperatura de mi cuerpo en cada lugar que rozaba.
Dejé que sus manos exploraran, deslizándolas por debajo de mi camisa, y cuando finalmente la quitó, sus labios se detuvieron en mi pecho. Besó suavemente el borde, mordisqueando y lamiendo apenas, arrancándome pequeños gemidos que parecían encenderlo aún más. Bajo la luz de la luna que entraba por la ventana, lo observé mientras bajaba sus labios, su piel iluminada suavemente en la oscuridad. Mis manos subieron para acariciar su espalda, y él me respondió con un susurro apenas audible:
—Eres perfecta... —murmuró, y sus palabras me llenaron de una mezcla de vértigo y deseo.
Él me pegó más a su cuerpo, dejándome sobre él, y luego invirtiendo los papeles para quedar arriba. Se deshizo de su ropa, y yo lo seguí, sintiendo cómo cada pieza que caía dejaba al descubierto una vulnerabilidad y una intensidad que solo él lograba despertar en mí.
Sus manos se deslizaron por mi espalda, subiendo y bajando con lentitud, creando un contraste entre el toque suave de sus dedos y el ardor de cada parte de mi piel. Sus labios continuaban explorando, desde mi cuello hasta mis hombros y finalmente hasta mi ombligo. No había prisa, cada movimiento era lento y calculado, como si quisiera grabar cada segundo en su memoria.
—No tienes idea de cuánto te deseo... —susurró, y su voz ronca me hizo estremecer.
Nuestros cuerpos se movían en sincronía, en un vaivén perfecto. Las manos de él se aferraban a mis caderas, guiándome, mientras que yo dejaba que mis gemidos se escaparan en su oído, apenas susurrados, pero lo suficientemente fuertes como para que él supiera cuánto lo necesitaba. La habitación se llenaba de nuestros sonidos, del roce de la piel, de las respiraciones que se aceleraban con cada momento.
Después de un rato, nuestras fuerzas se fueron desvaneciendo, y finalmente quedamos tumbados, enredados en las sábanas, con nuestros cuerpos exhaustos, pero satisfechos. Sentía su pecho subiendo y bajando bajo mi mejilla, y él envolvió sus brazos alrededor de mí, manteniéndome cerca mientras nuestras respiraciones volvían a la calma.
—¿Nos bañamos? —susurró, aún con la voz entrecortada, y sonreí, asintiendo lentamente.
—Agua fría en este momento sería perfecta —respondí.
Nos levantamos, todavía un poco aturdidos, y él me tomó de la mano. Salimos de la habitación, cruzando el pasillo en silencio. Él me guiaba, pero justo cuando nos acercábamos al baño, tiró de mi brazo y me atrajo hacia él.
—En el patio, boba —murmuró con una sonrisa juguetona.
Solté una risa, dejándome guiar hacia el patio. La brisa de la noche nos envolvía mientras él me llevaba hasta el lavadero, donde había un tanque de agua fresca y una taza. Sin perder tiempo, él llenó la taza y comenzó a verter el agua fría sobre mí, arrancándome un grito ahogado por la sorpresa.
—¡Está helada! —exclamé entre risas, pero él solo sonrió, lanzando otra taza de agua sobre sí mismo y sacudiéndose.
—¿Qué? —le pregunté en un susurro, entre divertida y nerviosa, al notar cómo sus ojos seguían cada uno de mis movimientos.
—Nada... solo que eres más hermosa de lo que recordaba —murmuró, rozando mis mejillas con el dorso de su mano, dejando un rastro de agua fría en mi piel que, en lugar de enfriarme, hacía que mi corazón latiera más rápido.
No pude evitar lanzarme a sus brazos nuevamente, uniendo nuestros labios con la misma intensidad de antes. Sus manos se deslizaron por mi espalda y luego bajaron hasta mis piernas, levantándome con facilidad y apoyándome en el borde del tanque. Nuestros cuerpos volvían a moverse en sincronía, dejándonos llevar por el momento, sin importar nada más que la conexión que compartíamos.
La brisa de la noche nos rodeaba, mezclándose con el calor que compartíamos, y el sonido del agua fría sobre nuestra piel solo intensificaba el momento. Él besaba cada centímetro de mi piel, cada rincón que podía alcanzar, mientras el mundo a nuestro alrededor desaparecía.
Y ahí, en medio de la frescura de la noche y la intimidad del patio, nos dejamos llevar, sin barreras ni reservas, disfrutando de cada segundo, como si el tiempo se hubiera detenido solo para nosotros.