11| Portugal y sus inconvenientes

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Morgan

Al bajarnos del jet, un hombre de unos cuarenta o cincuenta años nos recogió. En medio del camino, donde yo iba mirando la ventana, aquel hombre habló:

—Señor Genovense, su suite está preparada y acomodada para ambos.—habló pero Matteo solo asintió.

Odiaba este viaje repentino, solo porque Mateo se la pasara con el teléfono de aquí para allá. Ojalá haberme quedado en Italia.

Matteo.

36 horas habían pasado desde aquella llamada, la que tanto me tenía mirando el teléfono, ordenador y cualquier dispositivo electrónico.

Jamás he sido adicto a estos aparatos pero en las 36 horas que llevo así, ya pienso que estoy en un círculo sin salida, porque literalmente dependo de ellos.

Morgan está de brazos cruzados delante de mi. Hace un día que venimos a Santa Catalina y lo único que ha hecho a sido engullir cualquier comida y ya.

El enfado de apodera de mí. No solo por el echo de no poder ir a mi bola, sino por no está en Italia transmitando la próxima entraga. El dinero no sale solo y por desgracia yo hago todo.

Luca, quien está allí "supervisando", no me ha escrito desde hace ya un día y eso me tiene preocupado. Luca jamás servirá para la mafia.

—¿Haremos algo hoy?—comenta Morgan mirando el horizonte.

Estamos en un balcón con vistas al mar, que para ser un simple amanecer, es bonito.

Ella y yo no somos más que desconocidos y cuando me dijeron que tenía que venir para aquí, no dude en venir con ella. Es como si ahora tuviera que tenerla vigilada.

Odio sentir esa sensación.

—Yo no puedo salir de la habitación.—Aquella maldita habitación que me tenía la espalda hecha mierda, sólo había una cama y por ende no dormiría con Morgan.

—¿Por qué?

Desde que comenzó el viaje no me había preguntado nada, solo me había hecho dormir en aquel sofá negro y ya. Creo que la mayoría de las palabras que nos hemos dicho han sido: ¿"me dejas la mantequilla"?

—Eso no te incumbe.—alego, cogiendo la mermelada.

Pone los ojos en blanco y se levanta para dejar su plato en el carrito de servicio. Maldito Javier y maldito sea su mafia y todo aquello que ama.

Me resigno a comer más y pongo el plato junto al de Morgan, quien ya le hinca el diente a otra cosa.

Vuelvo al despacho, que por desgracia, es el baño y me acomodo en el lavamanos y el poco espacio que queda allí, donde solo cabe el ordenador.

Vuelvo a mirar los mensajes en busca de Alguno. Cero. Ninguno. Odio tener las cosas bajo control y está situación se siente así.

Un teléfono suena desde la habitación y por el tono se que no es el mío. Es de Morgan, lo que me hce recordar la llamada de ese tal Ethan en el jet.

No entendí por qué pero la sangre me hirvió, el estómago se me revolvió y mi mente se lleno de escenarios llenos de sangre. De nuevo, odiaba esa sensación.

Antes de poder evitarlo, me levanté y cogí el teléfono por mi mismo y Morgan me miró mal. Estaba delante de mi, con el pelo negro cubriéndole la cara y una mirada desafiante.

Miré la pantalla, otra vez el nombre de "Ethan" salía ahí.

—Es mi teléfono.—habló, clara y firme.

—Y esta es mi habitación y todo lo pago yo. —hablé, cortando la llamada.

—No por eso eres dueño de todo, ¿lo sabías?

—Querida, soy un Genovense, soy dueño de todo por qué quiero y puedo, acostúmbrate.

Ethan volvió a llamar y está vez no me controle, cogí el teléfono y me lo puse en la oreja.

Eso hizo de Morgan se me echará encima y intentará arrebatarmelo, pero de un empujón la aparte.

—¿Chewbacca?—dijo ese estúpido apodo.

—Siento comentarle que no se encuentra disponible, lo siento.—hablé, metiéndome una mano en el bolsillo.

—¿Quien eres? ¿Donde está mi prima?

Iba a responder cuando...

¿Prima? ¿Era su puto primo? Miré confundido a Morgan, la cuál estaba sonrojada.

—Soy Matteo Genovense, su marido, un placer.

La cara de Morgan paso de roja a blanca en menos de diez segundos. Me miraba con la boca abierta y yo por dentro estaba igual.

¿Acababa de decirle a su primo que era su marido?

—¿Marido? ¿Morgan está casada? ¿Qué cojones? ¡Pásame con mi prima ahora, ya!

Deje de oír los gritos de Ethan y me tiré el teléfono a Morgan. Me metí en el baño y me encerré allí. Había cometido muchos errores y los seguiría cometiendo pero este era horrible.

Odiaba a Morgan, odiaba a la raza femenina, con mi alma. Caer en una telaraña como las que ellas hacían sería mi perdición.

Yo no nací para perder. Nací para acabar con todo y todos.

Un mensaje sonó en el ordenador.

Desconocido:

El hotel B&B Guimarães a las 4.30 pm. No faltes Genovense.

El mensaje que tanto ansiaba había llegado pero antes de que pudiera llamar a Leonardo, que había venido conmigo, otro mensaje me puso alerta.

Desconocido:

Por cierto, lleva a tu mujer y a su primo, me ancia conocerlos.

Mierda.

De La Mano Del Diablo Italiano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora