V

0 1 0
                                    

Creo que dormí solo un par de horas, quizás tres, por decir un número. Otra vez no podía conciliar el sueño. Me movía de un lado a otro en mi cama, mientras esa maldita voz me seguía atormentando, incluso en sueños. Sentí una presión en el pecho, como si algo me estuviera asfixiando, me desperté de golpe, jadeando y con el corazón a mil por hora.

La oscuridad envolvía la habitación, salvo por un tenue rayo de luz de luna que entraba por la ventana. Lo que más me inquietaba no era su voz en mi cabeza, sino el hecho de que no se hacía de día. La luna permanecía fija en el cielo, inmóvil, como si el tiempo hubiera decidido congelarse en esa noche eterna. Algo no estaba bien, y esa sensación de que me faltaba el aire no era solo por el sueño.

Me levanté y me asomé al pasillo, pero no había señal del barman. Esa presencia constante que solía seguirme estaba ausente, como si ahora me estuviera ignorando. No me importaba. Tenía una urgencia, una necesidad de ver más, de entender por qué esos recuerdos aparecían en esa vieja televisión. Así que me dirigí a la habitación de la televisión, ignorando la voz lejana que provenía del bar. Las puertas estaban cerradas, pero esta vez sentí que debía abrirlas yo mismo. Por alguna razón, la puerta parecía invisible para mí. Pasé mis manos por la pared, tratando de encontrar el picaporte, como si necesitara creer en su existencia para abrirla. Incluso murmuraba, casi como un hechizo, "Ábrete Sésamo." A pesar de lo ridículo que me sentía, al fin encontré el picaporte y entré.

La luz de la habitación era suave, apenas iluminaba el lugar, pero lo suficiente para ver. Esta vez, busqué el interruptor y al encenderlo, me encontré con una imagen que no esperaba. Las paredes eran de un azul impecable, casi brillaban por el buen estado de la pintura. Era un contraste abrumador con el resto del lugar, que parecía desmoronarse a mi alrededor. Había pósteres pegados en las paredes: uno de Nikola Tesla y otro de Back to the Future. En una esquina, una estantería llena de libros de matemáticas y cálculo avanzado. Todo parecía muy familiar, pero al mismo tiempo, completamente ajeno. No podía recordar si alguna vez había estado aquí, pero el lugar me susurraba algo, una nostalgia latente, como si algo importante hubiera sucedido entre esas paredes.

Mis ojos se detuvieron en una colección de viejos casetes. Cada uno tenía una etiqueta, un código escrito a mano que parecía llamar mi atención. Dos de ellos me intrigaron más que los otros: "AGO97" y "MAR90". Mes y año, supuse. Sin pensarlo mucho, tomé ambos y los puse sobre la mesa. Luego, noté que la cinta que ya estaba en el reproductor era la misma que había visto antes, la del video del niño: "ABR89".

El televisor emitió un suave zumbido al encenderse, y tras cambiar la cinta, inserté "MAR90". La pantalla chisporroteó por un instante y luego la imagen cobró vida. Lo primero que vi fue al barman, en una cocina antigua. Parecía desorientado, caminaba en círculos alrededor de una mesa, como si algo lo perturbara profundamente. Me senté en el suelo, pegando los ojos a la pantalla, tratando de entender qué estaba viendo.

El barman finalmente se detuvo. Abrió la alacena y sacó un reproductor de CDs. Lo colocó sobre la mesa y, tras conectar el cable a la corriente, rebuscó en los cajones hasta sacar un CD con una tapa blanca. No pude ver el nombre o detalles del disco, pero sabía lo que iba a suceder antes de que ocurriera. Sentí una extraña anticipación, como si estuviera viviendo el momento antes de que se desarrollara.

El barman sacó una cerveza del refrigerador, se sentó frente al reproductor y puso el CD. La melodía comenzó a sonar. Esa canción... Mi cuerpo se tensó. La rabia subió desde mi pecho. El barman se relajó, tomó un largo trago de cerveza y encendió un cigarro. Dio una sola calada y luego simplemente se quedó allí, inmóvil, mirando la pared. El cigarro se consumía lentamente entre sus dedos, y la canción se repetía una y otra vez. Era como si estuviera atrapado en un bucle, un ritual que no terminaba nunca.

Vi cómo el cigarro le quemaba los dedos, lo hacía reaccionar, pero no del todo. Apagaba el cigarro, guardaba las cosas y luego se iba, mientras la pantalla se oscurecía. El video terminaba, pero la sensación de vacío en mi interior persistía.

PrisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora