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Me desperté en plena madrugada, alrededor de las dos de la mañana. La luz de la luna llena se filtraba por la ventana, proyectando un resplandor plateado que cortaba la oscuridad de la habitación. Un sonido, una melodía, me arrancó del sueño, una que no había podido olvidar en más de veinte años.
Permanecí en la cama por unos instantes, sintiendo el peso de las sábanas sobre mí. Había sólo dos fuentes de luz en la habitación: la tenue luz lunar que entraba por la ventana y la más débil, proveniente del pasillo. Decidí levantarme, acercándome primero a la ventana. Notando algo desconcertante: la ventana estaba enrejada, y al mirar hacia abajo, me di cuenta de que estaba a varios pisos de altura. La luna, radiante y perfecta, dominaba el cielo sin la compañía de ninguna estrella.

Intenté abrir la ventana, pero estaba sellada. La melodía persistía, proveniente del pasillo. Con el corazón confundido, caminé hacia la puerta y la abrí. Al hacerlo, me encontré en un lugar que no deseaba estar, un lugar que me provocaba inquietud. Las luces blancas parpadeaban intermitentemente, las paredes estaban acolchadas, como si intentaran amortiguar el ruido... o los gritos. Me miré y me di cuenta de que estaba vestido con ropa blanca, y aunque llevaba un chaleco de fuerza, no estaba ajustado. Todo estaba en un silencio abrumador, como si el mundo hubiera dejado de existir, excepto por mí y esa melodía hipnótica que continuaba al otro lado del pasillo.

El pasillo era largo, sin puertas ni ventanas adicionales, sólo un recorrido monótono hasta una puerta doble al final. Avancé lentamente, como si la melodía misma controlara mis pasos. Cada nota traía consigo una oleada de recuerdos que preferiría olvidar, recuerdos que me llenaban de miedo y confusión.

La canción seguía resonando en mi cabeza: "I can feel it coming in the air tonight, oh lord...". El peso de esas palabras era insoportable. No podía borrar esos recuerdos, y temía lo que encontraría tras esa puerta. Lo odiaba y a la vez lo quería, pero le tenía mucho miedo, lo extrañaba, pero quería matarlo, "well, if you told me you were drowning, I would not lend a hand". Esa canción, era como un veneno que corría por mis venas, imposible de eliminar.

Finalmente, llegué a la puerta. La abrí con manos temblorosas y lo vi. Ahí estaba, sentado al otro lado de una barra, vestido de traje, con una botella de "8 Hermanos" en la mano. La escena no tenía sentido: un bar ochentero, con una rockola que repetía incesantemente la misma maldita canción, completamente opuesto con el pasillo de hospital mental que había recorrido. El suelo era un tablero de ajedrez en blanco y negro, y al fondo había una pequeña ventana sin barrotes.

Me quedé inmóvil por unos segundos, incapaz de reaccionar. Finalmente, reuní el coraje para acercarme y tomar asiento frente a él. Parecía ser el barman de ese lugar, pero nunca antes lo había visto. Cuando me notó, sus palabras coincidieron exactamente con la letra de la canción: "Well, I remember, I remember, don't worry, how could I ever forget". Tragando saliva nervioso, escuché cómo me espetaba: "Sigues siendo el mismo idiota de siempre". Sus palabras me atravesaron como cuchillos. Lo miré, tratando de contener las lágrimas, y agaché la cabeza, sintiéndome derrotado una vez más, atrapado bajo su control, como siempre.

"¿Todavía no vas a ponerte los pantalones de hombrecito?", me preguntó con desdén. Yo no entendía por qué seguía allí, por qué todavía permitía que me tratara así, por qué no podía liberarme de su poder. "But I know the reason why you keep this silence up", continuó recitando la canción, "No you don't fool me". Sabía que él tenía razón, pero no quería aceptarlo.

PrisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora