VII

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La pantalla volvió a quedarse en negro. Me quedé inmóvil, procesando lo que acababa de ver, pero nada encajaba. Era como si todo ese despliegue de imágenes y palabras flotara en un mar de incertidumbre. No reconocía al niño ni al barman; ambos me resultaban extraños, como sombras de una memoria que no era mía. Pero había algo en todo esto, algo que se me escapaba. El barman, en particular, sabía más de lo que dejaba entrever. Había cosas que no quería decirme, y eso lo hacía peligroso.

Pasaron unos momentos de silencio en los que intenté descifrar qué demonios estaba ocurriendo. Las conjeturas rebotaban en mi mente sin encontrar un lugar donde asentarse. Finalmente, decidí probar la siguiente cinta, “MAR97”. Tal vez, ahí encontraría alguna pista que me ayudara a entender.

Al tomarla, algo me detuvo. Apenas toqué la cinta, una voz suave pero impregnada de tristeza habló a mis espaldas. Sentí cómo un escalofrío me recorría la espalda. La voz era cálida, sí, pero había algo en su tono que hacía que el aire se volviera gélido. Era una presencia completamente distinta a la del barman.

—¿Encontraste algo interesante en mi habitación? —dijo la voz con un tono que oscilaba entre lo juguetón y lo melancólico.

Me quedé completamente paralizado. Mi mente trataba de procesar la situación, de encontrar una respuesta, pero mi cuerpo no respondía. Estaba congelado. Era como si mi instinto de supervivencia me obligara a quedarme inmóvil. Tragué saliva al darme cuenta de que, sin saberlo, había cruzado una línea. Estaba en un lugar que no me pertenecía.

La sensación de su presencia se intensificaba a medida que daba pequeños pasos hacia mí. Cada paso retumbaba en mi mente, aumentando la tensión. Sentí su mano fría tocar mi hombro, y su voz susurró con una mezcla de curiosidad y burla:

—¿Qué tienes ahí? —se refería a la cinta que aún sostenía en mis manos.

Pero cuando la tomó, ya no era una cinta. Ahora era un libro de tapa verde. No entendí qué estaba ocurriendo, pero decidí no cuestionarla. Algo en esa chica me decía que las respuestas que buscaba no serían tan sencillas.

—¿Qué pasa, Cassiel? ¿También perdiste la lengua? —se colocó frente a mí y, por fin, pude verla. Era una joven con una apariencia ruda, como si hubiera salido de alguna pandilla. Había algo en sus ojos, una mezcla de desafío y cansancio.

Por dentro, me estaba preguntando quién era y qué quería decir con "también perdiste la lengua". Y, lo más desconcertante: ¿quién demonios era Cassiel?

—Mi nombre no es Cassiel —logré decir, tratando de mantener la compostura—. ¿Quién eres?

Ella rió suavemente, como si supiera más de lo que dejaba ver, como si el mundo fuera una broma privada de la que yo aún no era parte.

—Cierto, cierto. Todavía no eres Cassiel —dijo con una sonrisa enigmática—. Eres una versión reducida de mi amigo.

Cada palabra que salía de su boca solo incrementaba mi confusión. Nada tenía sentido, y la sensación de estar atrapado en una maraña de realidades distorsionadas me abrumaba.

—¿Qué se supone que significa eso? —pregunté, esperando una respuesta que me devolviera algo de claridad.

Ella no contestó. En lugar de eso, hojeó el libro verde, deteniéndose en ciertas páginas. Murmuró para sí misma algo incomprensible, como si estuviera uniendo piezas de un rompecabezas que solo ella entendía.

—Así que así está la situación… —dijo, cerrando el libro de golpe y ocultándolo detrás de su espalda.

—Bien, préstame atención un momento. Cassiel no quiere que esté aquí contigo. Deberías tener cuidado con él. Por algo lo encerramos aquí.

La mención de Cassiel, de nuevo, no hizo más que aumentar mi desconcierto. ¿Quién era Cassiel? ¿Y qué tenía que ver conmigo? Mientras intentaba procesar lo que había dicho, me distraje un segundo. Cuando volví a enfocarme, la chica ya se había marchado, deslizándose por el pasillo. Quise seguirla, pero cuando me di la vuelta, el barman estaba allí, parado frente a mí.

Su presencia era tan imponente como siempre, y esa sonrisa burlona en su rostro solo aumentaba mi incomodidad.

—Bueno —dijo, con un tono que parecía esconder algo mucho más oscuro—. Can you feel it coming in the air tonight?

La melodía comenzó a sonar de nuevo. Esa maldita canción me envolvía, arrastrándome de nuevo hacia el tormento. La voz de Phil Collins retumbaba en mi mente mientras el barman se reía. La incomodidad se hizo insoportable, y cerré los ojos con fuerza, tratando de bloquear el sonido, de escapar de ese ciclo interminable.

Cuando abrí los ojos, estaba de nuevo en mi cama. El chaleco de fuerza estaba ajustado alrededor de mi torso, inmovilizándome. Sentía el peso del barman sentado a los pies de mi cama, tarareando la canción otra vez. Esa voz me envolvía, y yo, sin poder hacer nada, me resigné a mirar el techo, esperando que todo terminara, esperando que la canción cesara. Pero sabía que pronto volvería, como siempre, y el ciclo continuaría.

PrisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora