No sé en qué momento me volví a quedar dormido, pero cuando desperté, el barman ya no estaba en la habitación. Miré por la ventana y vi que aún era de noche. La luz de la luna se colaba por los barrotes, iluminando tenuemente la estancia. La habitación estaba en penumbra, la bombilla colgante apagada, pero no me importó. Me sentía extrañamente tranquilo, como si estuviera flotando en una especie de vacío.
Mis pensamientos, sin embargo, eran un caos. Había muchas dudas en mi mente, preguntas que apenas podía articular. Pero en el fondo, no quería las respuestas. Sentía un presentimiento oscuro, una advertencia silenciosa de que cualquier intento por desenterrar lo que el barman y esa chica ruda tramaban acabaría abrumándome. El malestar de no saber me presionaba, pero el miedo a saber me hundía más profundo en la cama.
Me relajé, disfrutando del silencio, una rara pausa en medio de la constante tortura mental que había estado experimentando. Era como si, por un breve momento, me hubiera liberado de la canción, del barman y de los recuerdos que no quería enfrentar. Francamente, no estaba pensando en nada... pero no por elección. Era como si mi mente se hubiera vaciado por completo. Ni siquiera recordaba mi propio nombre, ni lo que hacía en este lugar. ¿Quién era? ¿Qué sentido tenía intentar saber?
El aire en la habitación era espeso, cargado de esa extraña sensación de que el tiempo se había detenido, de que no había escapatoria. "Esta ventana está cerrada a cal y canto", pensé, mirando los barrotes. "No hay otra salida, salvo por la del bar... pero él siempre está ahí. No me dejará ir."
El simple hecho de imaginarlo me provocaba una opresión en el pecho. Aún si lograra burlar su control, no había escapatoria. Estaba demasiado alto, no había escaleras. No había visto otras ventanas, y las puertas desaparecían y reaparecían según les convenía. Nada tenía sentido. Buscar respuestas no me traería consuelo. La verdad, si existía, parecía fuera de mi alcance.
Sin darme cuenta, había comenzado a tararear. Al principio, apenas un murmullo en mi mente, pero la letra pronto se hizo clara. "I can feel it coming in the air tonight, oh Lord…" La voz de Phil Collins resonaba en mi cabeza, como un eco lejano. Me detuve en seco cuando noté lo que hacía. La había asimilado. Estaba empezando a cantarla, mi propia voz me traicionaba. "Mierda", murmuré, interrumpiéndome a mí mismo.
Justo cuando intentaba alejar la canción de mi mente, una voz distinta resonó en el pasillo. No era como las anteriores. Esta voz tenía un tono cortante, cargado de furia y algo más... resentimiento, quizás. Era distante, como si quisiera alejarme, pero al mismo tiempo, me llamaba la atención.
Me levanté de la cama con una sensación de inquietud creciente. El aire se sentía más frío, y algo en el ambiente había cambiado. Abrí la puerta de la habitación y salí al pasillo, donde vi pasar a una chica. Su figura era etérea, casi irreal. Llevaba un vestido blanco que brillaba bajo la luz tenue, y su cabello negro caía lacio sobre sus hombros. Su piel era pálida, casi translúcida, y sus ojos... sus ojos eran abismos que parecían ver a través de mí.
Solo su mirada me quemaba, como si escarbara en lo más profundo de mi ser. Era como si ella supiera todo de mí, como si conociera mis secretos más oscuros, esos que ni yo mismo quería recordar.
"Alejaos de mí, impío", dijo, su voz resonando con un acento extraño, casi arcaico. El desprecio en su tono era palpable. Pero, pese a sus palabras, había algo en ella que me resultaba inmensamente familiar. Sentía una atracción irracional hacia ella, una necesidad desesperada de hablar, de que me hablara. Pero ella solo se alejaba de mí, manteniendo esa distancia cargada de hostilidad.
"¡No os acerquéis, sangre sucia!", gritó mientras apuraba el paso. Su andar era firme y decidido, como si estuviera huyendo de algo o alguien. Y yo... yo solo quería seguirla.
Mientras la seguía con la mirada, observé cómo se acercaba a una pared al final del pasillo. No había ninguna puerta visible, pero ella extendió los brazos, como si alcanzara un picaporte invisible. Dos enormes puertas rojas aparecieron frente a ella, tan imponentes como las de una iglesia. Se abrieron para dejarla entrar, y antes de cerrarse, me lanzó una última mirada cargada de desprecio.
"No me sigáis, pecador", dijo, y luego las puertas se cerraron con un estruendo, desapareciendo en el aire como si nunca hubieran existido. El silencio que siguió fue abrumador.
Me quedé allí, atónito, sin poder procesar lo que acababa de ocurrir. Mis pensamientos eran una maraña de confusión, y justo cuando creí que estaba solo, sentí un peso en mis hombros. Un abrazo, cálido y familiar. Alguien apoyó su cabeza en mi hombro y habló en voz baja.
"Ja, veo que ya conociste a Aganís", dijo con un tono burlón, pero amistoso. La chica ruda había regresado, su presencia extrañamente reconfortante.
"¿Quién?", pregunté, todavía aturdido. "¿Y quién eres tú? ¿Qué es esta confianza?"
"Veo que no me recuerdas", dijo, su voz cargada de una especie de tristeza resignada. "Soy Lethe, y la chica caprichosa que acaba de pasar es Aganís. ¿Tampoco la recuerdas?"
Lethe... el nombre resonaba en mi mente como un eco distante. Había algo en ella que me resultaba vagamente familiar, pero mi memoria era un vacío. No había nada, ningún recuerdo que pudiera aferrar.
"Realmente no recuerdo nada", le dije, honestamente. "Y no me interesa saber qué está sucediendo."
Lethe suspiró, pero no parecía decepcionada, más bien, resignada. "Bien... Aganís no hablará contigo porque tú no quieres hablar con ella, aunque no lo admitas."
"¿A qué te refieres?", respondí, confundido. Pero Lethe no me dio una respuesta clara, solo sonrió con una tristeza que no comprendí.
"A su debido momento lo entenderás", dijo con suavidad. "Pero deja de intentarlo, no te hará bien."
Quise cambiar de tema, la sensación de vacío y desesperación me estaba envolviendo otra vez. "El libro que me quitaste antes... aunque era tuyo, ¿por qué no puedo verlo?"
"No es algo que debas leer ahora. Aún no necesitas recordar eso." Lethe sonrió suavemente y, antes de que pudiera responder, me entregó un cuaderno negro con letras doradas que decían "Caliel" en la tapa.
Mientras observaba el cuaderno, hipnotizado por las letras doradas, Lethe desapareció tras una puerta verde que conjuró en la pared a la derecha. Otra puerta, otra desaparición. Todo era un ciclo de evasión.
De vuelta en mi habitación, abrí el cuaderno. Las primeras páginas estaban en blanco. Pero en el centro, las hojas eran diferentes. Podía ver mi reflejo en ellas, como si fueran un espejo, como si escondieran algo que no podía alcanzar.
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Prisión
Mistério / SuspenseUna persona que está internada en un hospital mental, es atormentada con una canción que le recuerda sus pecados. Mientras trata de descubrir quién es y qué hace en ese lugar, es acechado constantemente por una figura misteriosa.