Me despertó a mitad de la noche, pero esta vez algo era diferente. El barman no estaba cantando. De hecho, no estaba escuchando nada. Todo estaba en un silencio inquietante, un silencio que, de algún modo, parecía más opresivo que la melodía que tanto me atormentaba. Me llamó la atención verlo sentado junto a mi cama, como si hubiera estado allí mucho antes de que me despertara. No se movía, sólo me miraba con una paciencia casi calculada, como si estuviera esperando el momento exacto para que abriera los ojos.
Cuando lo hice, noté que algo en su expresión había cambiado. Levantó una mano lentamente y la colocó sobre mi pecho, impidiéndome levantar, mientras con la otra me hizo una señal clara de que debía guardar silencio. "Shhh," dijo suavemente, susurrando como si no quisiera despertar a alguien más. Me quedé en shock por su proximidad, pero antes de que pudiera reaccionar o decir algo, su voz baja y tranquila me susurró: "Quiero mostrarte algo, pero no hables en el camino". Había algo inquietante en esa petición, algo que me decía que no debía romper esa frágil calma.
Sin embargo, lo más extraño de todo era que esta vez no estaba cantando. Lo seguí con recelo, sintiendo el frío de una leve corriente de aire que venía de la ventana cerrada. Me resultaba imposible confiar en él, pero también era imposible no hacerlo.
"Veo que hay recuerdos que todavía están en tu mente, pero hay muchas lagunas", dijo el barman, caminando por el pasillo como si conociera cada rincón de aquel lugar. Me sorprendió lo familiar que parecía, como si hubiera estado allí más veces de las que podía recordar. Era como si caminara entre las sombras de mi propia memoria, mostrando que sabía más sobre mí de lo que yo mismo estaba dispuesto a admitir.
Nos detuvimos en medio del pasillo, a unos cuantos metros podía ver las puertas que daban a su bar ochentero. Fue entonces cuando indicó, con un movimiento lento de la mano, que debíamos girar a la izquierda. Instintivamente, quise hablar, preguntar qué estaba pasando, pero me detuvo de nuevo, repitiendo con calma: "Shhh". Su mención de la izquierda me incomodó aún más. No había nada allí, sólo paredes blancas que encerraban el espacio. "Nunca te ha gustado la izquierda", comentó, como si fuera un detalle importante que se me había olvidado. "Tu cabeza está llena de información distorsionada."
De repente, me tomó de los hombros y me giró hacia la pared, como si intentara hacerme ver algo que no podía ver por mí mismo. Mis dedos rozaron la superficie lisa hasta que, sorprendentemente, encontré un picaporte donde antes no había nada. Me quedé helado. “Supongo que tampoco viste las otras puertas”, dijo burlón antes de empujarme dentro de una habitación que nunca antes había notado.
Dentro de la habitación, solo había un viejo televisor de tubo. El barman me señaló que lo encendiera, y aunque mis manos temblaban, lo hice. La pantalla se mostró estática al principio, como si buscara desesperadamente una señal. "Primero me torturabas con la canción, y ahora me vas a torturar con el silencio?", murmuré. El barman no respondió, solo me observó mientras en la pantalla comenzaban a aparecer imágenes.
Me senté en el suelo, cruzando las piernas, de la misma forma en que lo hacía de niño cuando veía la televisión. Las imágenes que comenzaron a reproducirse me resultaban dolorosamente familiares. Un niño pequeño jugaba con un avión de papel, riendo despreocupadamente mientras corría descalzo. Para que el avión volara más alto, se subió a una maceta. Lo intentó una vez más, pero esta vez perdió el equilibrio. La maceta se rompió en mil pedazos, y el niño cayó, lastimándose la rodilla. No parecía un daño grave, pero la expresión de miedo en su rostro lo decía todo.
Su madre llegó corriendo, pero en lugar de consolarlo, lo abofeteó. "Por la maceta", le dijo con frialdad, mientras lo mandaba a su habitación. Las lágrimas del niño no importaban. El niño se fue, caminando despacio, con la mano en la mejilla adolorida. En lugar de ir directamente a su cuarto, fue al baño, donde se curó solo, en silencio, limpiándose la herida con el papel higiénico que había tomado.
El niño hizo todo esto sin decir una palabra. Volvió a su habitación, y cuando estaba a punto de acostarse, algo lo detuvo. Se tapó rápido con su manta, respirando agitado bajo ella, hasta que su padre entró a su habitación. Lo levantó por la camisa y empezó a golpearlo con el cinturón. Yo también me cubrí el rostro, incapaz de ver esa parte, pero cuando bajé las manos, el televisor ya mostraba otra cosa: el niño, solo, bajo su manta, mirando la pared. La puerta de su cuarto estaba abierta, y él se levantó, cerrándola lentamente.
El televisor se apagó, y cuando giré para preguntarle al barman qué era lo que me había mostrado, él ya no estaba. Me levanté, queriendo salir de la habitación, pero al cruzar la puerta y voltear a verla todo lo que vi fue un muro blanco. Busqué el picaporte en vano. Me sentía atrapado en un ciclo de ilusiones y recuerdos distorsionados. Pero, por alguna razón, no sentí ganas de buscar al barman. Al menos por esa noche, me había librado de la canción.
Regresé a mi habitación, más confundido que antes, preguntándome qué era lo que había visto y qué conexión podría tener con lo que dijo. Me acosté, mirando el techo, y antes de darme cuenta, me quedé dormido.
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Prisión
Mystery / ThrillerUna persona que está internada en un hospital mental, es atormentada con una canción que le recuerda sus pecados. Mientras trata de descubrir quién es y qué hace en ese lugar, es acechado constantemente por una figura misteriosa.