III

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No puedo pegar un ojo. Doy vueltas en la cama, pero no es la cama el problema. Es esa maldita canción que no deja de sonar en mi cabeza, resonando como un eco que nunca se disipa. El barman sigue repitiendo las mismas palabras, como un disco rayado: “Well, I was there and I saw what you did; I saw it with my own two eyes.” Ya no sé si lo odio a él o a la canción, o si ambos se han convertido en una misma cosa. Me tortura sin descanso, y no hay final a la vista.

“So you can wipe off that grin, I know where you've been,” sigue, con una sonrisa que me resulta insoportable, como si disfrutara revolviendo en mis recuerdos más oscuros. “It's all been a pack of lies,” dice mientras saca esa carta que conozco demasiado bien. La letra con la que fue escrita es tan familiar, pero al mismo tiempo sé que esa carta nunca existió. Solo es un invento, un consuelo vacío que creé para protegerme de la verdad.

Miro al barman y dudo de su existencia. Su cara es tan familiar, pero no puedo ponerle nombre. No es él. No puede ser él. Es un engaño, un truco de mi propia mente. “And I can feel it coming in the air tonight,” continúa, sin cerrar su maldita boca, una y otra vez. Me pregunta si quiero la carta, como si supiera cuánto la deseé en su momento, cuánto la necesité. “I've been waiting for this moment for all my life,” sigue recitando, esperando que responda, sabiendo exactamente lo que tengo que decir.

“I remember, don't worry, how could I ever forget?” Respondo casi sin pensar, y al hacerlo, algo en mí se rompe. Es por eso que quiero estar en este lugar, me doy cuenta. Después de todo, fui yo quien lo creó. Este lugar es mi propio castigo, un refugio oscuro al que he venido para esconderme de mí mismo, de lo que hice.

Este lugar... Es el rincón más recóndito de mi ser, o quizá el más alto. Todo aquí está tan elevado, tan lejos del mundo real. Me aterran las alturas, siempre lo han hecho, y sin embargo, aquí estoy, a miles de metros del suelo, en esta prisión que yo mismo construí. El barman lo sabe, sabe que estoy en negación, que este es mi castigo. Y no puedo negarlo más: yo sé lo que hice.

“Me estoy castigando a mí mismo”, murmuro, casi como si intentara convencerme. Luego miro al techo, intentando pensar en otra cosa, hasta quedarme dormido.

PrisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora