En el ojo público

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Rai:

Después de que todo terminó, me quedé allí, apoyada contra el escritorio, intentando procesar lo que acababa de suceder. Mis pensamientos eran un torbellino, pero en ese momento lo único que importaba era Alondra, su piel cálida contra la mía, y la sensación de que, por fin, había algo real entre nosotras.

Sin embargo, un destello de preocupación cruzó mi mente. Recordé que esta oficina tenía cámaras de seguridad. En mi obsesión por llevar a cabo mi plan de venganza, lo había olvidado, o quizás, en el calor del momento, no me importó. Pero ahora, sentí un escalofrío recorrerme al darme cuenta de lo que eso significaba. Me separé de Alondra, mi respiración aún entrecortada, y la miré, notando la paz en su rostro.

—Alondra... hay cámaras en esta oficina —susurré, casi sin aliento.

Ella me miró, confundida al principio, pero luego sus ojos se ampliaron un poco. Sentí el pánico crecer en mi pecho. Si esas imágenes llegaban a manos equivocadas...

Antes de que pudiera hacer algo, mi teléfono vibró con insistencia. Miré la pantalla y vi múltiples notificaciones. Con el estómago revuelto, abrí una de ellas, y mi peor temor se hizo realidad: el video de nosotras dos estaba siendo publicado en todas partes.

Mis manos temblaban mientras miraba la pantalla, donde un torrente de comentarios y mensajes comenzaba a inundarme. Todo el mundo estaba hablando del video. Me sentí expuesta, vulnerable, y de repente, mi teléfono sonó de nuevo. Era mi madre.

Contesté de inmediato, sintiendo que mi corazón se aceleraba. Su voz era dura, fría, algo que nunca había escuchado antes.

—Rai, ¿qué diablos es esto? —preguntó, su tono lleno de desaprobación—. ¿Un video tuyo y de Alondra? No me lo puedo creer.

Intenté explicarme, pero las palabras no salían. Sabía que mi madre no era del tipo de persona que se tomaba bien estas cosas. Y no me equivoqué. Antes de que pudiera decir algo más, continuó.

—No me esperaba esto de ti. No sé qué estás pensando, pero ya no quiero ser parte de esto. No me llames, Rai.

Y entonces colgó. Me quedé allí, mirando mi teléfono como si no pudiera creer lo que acababa de pasar. Sentí un vacío en el pecho, como si todo el peso de la situación me aplastara de golpe. Intenté llamarla de nuevo, pero no respondía. Entonces, vi la notificación: me había bloqueado.

Las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas. Todo lo que había construido, toda la fachada que había mantenido durante años, se derrumbaba. Y lo peor era que había perdido a mi madre en el proceso. No podía soportarlo. Me derrumbé en el suelo, incapaz de controlar el llanto. Sentía que todo mi mundo se desmoronaba.

Pero entonces, sentí una mano suave en mi espalda. Alondra se arrodilló a mi lado y me miró con calma, aunque en sus ojos podía ver que entendía perfectamente lo que estaba pasando. Para ella, esto no era nuevo. Ya había pasado por situaciones similares, y ahora me ofrecía la única cosa que realmente necesitaba: apoyo.

—Rai, no pasa nada —dijo suavemente, acariciando mi cabello—. Esto... esto pasa. Ya estoy acostumbrada a estas cosas. Y te aseguro que, con el tiempo, la gente lo olvidará.

Negué con la cabeza, incapaz de creerlo.

—Mi madre... me bloqueó —solté entre sollozos, sintiendo una punzada de dolor que no podía ignorar.

—Lo siento —susurró, y por primera vez, noté que había compasión genuina en su voz—. Pero no estás sola. Yo estoy aquí, y no me iré a ninguna parte.

Sus palabras me envolvieron como un cálido abrazo. Me dejé llevar por el consuelo que me ofrecía, mientras se acercaba aún más, y sin pensarlo, me besó de nuevo, esta vez con una ternura que no habíamos compartido antes.

No era solo un beso para distraerme del dolor, era algo más profundo, un gesto de apoyo, de unión. Y aunque parte de mí seguía destrozada, al menos en ese momento, con Alondra a mi lado, no me sentía tan sola.

Después de ese beso, el mundo fuera de la oficina seguía desmoronándose, pero por un momento, estando con Alondra, todo parecía pausado. Me aferré a ella como si fuera mi única ancla en medio del caos que acababa de desatarse. Sin embargo, la realidad no tardó en volver con fuerza.

El teléfono de Alondra comenzó a vibrar incesantemente sobre la mesa. Era imposible ignorarlo. Se apartó de mí, con un suspiro, y miró la pantalla. Sus redes estaban explotando con comentarios, publicaciones y mensajes. Sabía que estaba acostumbrada a este tipo de controversias, pero la intensidad de todo aquello era abrumadora, incluso para ella.

—Esto va a ser un problema, ¿verdad? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.

Alondra asintió, sin dejar de mirar su teléfono.

—Es probable, sí —respondió, con la calma que solía manejar estas situaciones—. Pero no es la primera vez, y créeme, sobreviviré a esto. Lo importante es cómo manejemos todo a partir de ahora.

Había algo en su actitud que me sorprendía. Para alguien que acababa de ser expuesta de esa manera, su serenidad me desconcertaba y a la vez me reconfortaba. Era como si supiera perfectamente cómo capear cualquier tormenta mediática que se le viniera encima. Y tal vez eso era lo que más me atraía de ella, su fuerza en medio del caos.

—Tú también sobrevivirás, Rai —agregó, mirándome con una mezcla de empatía y seguridad—. Ya verás. Las redes sociales son volátiles, hoy están hablando de esto, pero en unos días habrá algo más que capture su atención.

Quería creerle, pero no era tan fácil. Mi madre me había bloqueado, y mi vida entera estaba patas arriba. Y aunque ganábamos seguidores, me preguntaba si realmente valía la pena a este costo.

—Y si todo sale mal —continuó Alondra, mientras guardaba su teléfono—, siempre podemos irnos juntas, alejarnos de todo esto.

La miré, sorprendida por lo que acababa de decir. Alondra, la mujer que siempre había estado en el centro de todo, me estaba ofreciendo algo que jamás habría imaginado: una salida. Y aunque parte de mí quería creer que eso sería posible, otra parte sabía que no podíamos simplemente huir de las consecuencias.

—¿Irnos? —pregunté, intentando no mostrar mi incredulidad—. ¿De verdad lo dices?

Alondra me miró fijamente y asintió, con la misma serenidad de antes.

—A veces, alejarse es lo mejor. Si esto se pone demasiado complicado, no tenemos por qué quedarnos. Las redes, la fama... todo eso puede desaparecer si así lo queremos. Al final del día, lo que importa es que estemos bien, no lo que piensen los demás.

Sus palabras eran tentadoras, pero sabía que para ella, escapar no era realmente una opción. Su vida estaba construida en torno a esa fama, a esa exposición constante. Y aunque ella parecía fuerte, sabía que dejarlo todo atrás sería más difícil de lo que decía. Pero en ese momento, la idea de irnos juntas, de empezar de cero, me parecía casi un sueño. Una especie de paz que nunca había imaginado posible.

Antes de que pudiera responder, Alondra se acercó de nuevo, rodeándome con sus brazos. Acarició mi rostro y me dio un beso suave en la frente.

—Por ahora, no te preocupes —susurró—. Vamos a superar esto, juntas.

Me quedé en silencio, tratando de procesar todo lo que estaba sucediendo. Y aunque el caos continuaba afuera, en ese momento, con Alondra a mi lado, todo parecía más manejable. Pero, en el fondo, sabía que esto solo era el comienzo.

𝐋𝐚 𝐯𝐞𝐧𝐠𝐚𝐧𝐳𝐚 𝐝𝐞 𝐑𝐚𝐢 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora