TOMMEN BARATHEON. parte 2

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Tommen Baratheon miraba el caos y la destrucción que se desataba a su alrededor. El rugido del dragón llenaba el aire, seguido del estallido de las llamas mientras Daenerys Targaryen quemaba la ciudad. La Fortaleza Roja ardía a su alrededor, y el calor abrasador parecía penetrar su piel, asfixiante y mortal. Sintiendo que no había escapatoria y con un dolor profundo en su corazón, decidió lanzarse por la ventana de su habitación, prefiriendo el golpe certero de la muerte antes que una agonía ardiente.

Sin embargo, cuando el vacío lo envolvió, no sintió el impacto que esperaba. En lugar de eso, se encontró rodeado por una luz cálida y reconfortante. Al abrir los ojos, vio figuras etéreas que parecían observarlo con compasión. Los dioses, en su misericordia, le habían concedido una oportunidad única: viajar al pasado y cambiar su destino. Sería renacido, con todos sus recuerdos intactos, como un nuevo hijo del rey Viserys Targaryen y la reina consorte Alicent Hightower. Era su chance de corregir errores y evitar las tragedias que se avecinaban.

Al despertar en su nueva vida, Tommen, ahora llamado Aenar Targaryen, era un bebé en brazos de Alicent. A medida que crecía, mantenía sus recuerdos de su vida anterior, utilizándolos para moldear su nuevo camino. Con el paso de los años, se fue ganando la confianza de su madre, quien lo escuchaba con atención cada vez que insinuaba sus ideas sobre la política del reino. Desde temprana edad, Aenar comenzó a mencionar a Daenara Velaryon, la hija mayor de Rhaenyra Targaryen. En sus juegos infantiles, hablaba de lo adecuado que sería unir sus casas con un matrimonio entre ellos, algo que podría asegurar su posición en el Trono de Hierro.

A medida que crecían, Aenar se esforzaba por mantener a sus hermanos unidos, especialmente a Aegon, Helaena, Aemond y Daeron, con su hermana Rhaenyra. Sabía que los conflictos familiares habían sido la chispa que encendió la Danza de los Dragones y estaba decidido a prevenir que eso ocurriera. Mediante palabras sabias y gestos conciliadores, consiguió que Aemond y Rhaenyra tuvieran una relación más cercana, fomentando un respeto mutuo que antes no existía. Incluso cuando los hijos de Rhaenyra fueron acusados de bastardía, Aenar se aseguró de que sus hermanos no alimentaran esas disputas.

El incidente más importante de su niñez ocurrió en Foso Dragón, durante la pelea entre Aemond y los hijos de Rhaenyra. Recordando lo que había sucedido en su vida anterior, Aenar intervino antes de que las cosas se salieran de control. Cuando vio que Aemond intentaba arrebatarle a Vhagar a Baela y Rhaena, se interpuso entre él y los niños.

-¡Basta, Aemond! -exclamó con firmeza-. No ganarás nada con esto. No somos enemigos. Somos familia.

Aemond, sorprendido por la valentía de su hermano menor, retrocedió. Aunque hubo tensiones en el aire, el conflicto se disolvió sin derramamiento de sangre. Así, Aenar logró evitar que su hermano perdiera un ojo y que se sembrara el odio irreconciliable que tanto daño causaría en el futuro.

Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por cambiar el curso de los eventos, había algo que siempre lo inquietaba: Daenara Velaryon. Desde su infancia, había estado profundamente enamorado de ella, pero cada vez que intentaba acercarse, se encontraba con la aparente indiferencia de la joven. Daenara era una guerrera nata, orgullosa y decidida, con un aire de superioridad que intimidaba a muchos, incluido a Aenar. Temía que su amor no fuera correspondido, o peor, que ella lo viera como un niño inseguro.

Lo que Aenar no sabía era que Daenara también lo observaba en secreto, fascinada por su valor y su misteriosa madurez. Cada vez que lo veía intervenir en los conflictos familiares o mostrarse tan seguro de sí mismo en la corte, sentía su corazón latir con fuerza. Sin embargo, al estar frente a él, su resolución se desvanecía y se volvía torpe, ocultando sus sentimientos tras una máscara de indiferencia.

Los años pasaron, y Aenar continuó influyendo en los eventos para prevenir la Danza de los Dragones. Fue él quien propuso a su padre, el rey Viserys, la reconciliación con la casa Velaryon cuando las tensiones comenzaron a surgir por la sucesión de la princesa Rhaenyra. Al ser reconocido por su habilidad política, Viserys le otorgó una mayor voz en el consejo, lo que permitió a Aenar proteger los derechos de su hermana y asegurarse de que nadie cuestionara su posición como heredera legítima.

El día llegó en que Rhaenyra fue coronada Reina de los Siete Reinos, sucediendo a su padre sin que hubiera derramamiento de sangre. La amenaza de la guerra había sido evitada gracias a los esfuerzos constantes de Aenar para mantener la paz entre sus hermanos y para aplacar cualquier intento de rebelión. Durante la coronación, Aenar se mantuvo a un lado, observando a su hermana con orgullo mientras tomaba el Trono de Hierro. Sentía que había cumplido su propósito, pero aún le quedaba un deseo.

Esa noche, pidió una audiencia privada con la reina Rhaenyra. Cuando se encontró ante ella, Aenar sintió un nudo en la garganta, pero sabía que tenía que decirle la verdad.

-Hermana, he hecho todo lo que he podido para protegerte y para asegurar tu lugar en el trono -comenzó, con voz temblorosa-. Pero ahora debo pedirte algo a cambio.

Rhaenyra lo miró con curiosidad, sus ojos violetas brillaban con una mezcla de cariño y confusión.

-¿Qué es lo que deseas, Aenar? -preguntó con suavidad.

-Deseo casarme con Daenara -confesó-. Y hay algo más que debes saber. Algo que nunca he contado a nadie.

Tomando aire profundamente, Aenar le explicó a su hermana todo. Le habló de su vida pasada como Tommen Baratheon, de cómo había muerto en un mundo devastado por la guerra y la locura de los dragones. Le confesó que los dioses le habían dado una segunda oportunidad para cambiar la historia y prevenir el conflicto que había destruido a su familia. Al principio, Rhaenyra lo miró con incredulidad, pero mientras Aenar continuaba relatando con precisión eventos que solo alguien con conocimiento del futuro podría saber, su expresión cambió.

-Entonces, tú sabías todo lo que iba a suceder -dijo Rhaenyra, procesando lentamente lo que escuchaba-. Y has estado interviniendo para salvarnos.

-Sí -respondió Aenar-. Siempre supe lo que estaba en juego. Y aunque hice todo esto por la paz del reino, también lo hice por amor a Daenara. Desde que era niño, he sentido una conexión con ella que no puedo explicar. En mi vida anterior, ella era solo una leyenda, un sueño. Pero en esta vida, quiero que sea real.

Rhaenyra guardó silencio por unos instantes, reflexionando sobre las palabras de su hermano. Podía ver la sinceridad en sus ojos, la dedicación que había mostrado a lo largo de los años. Finalmente, asintió.

-Si lo que dices es cierto, entonces te has ganado ese derecho, Aenar -respondió con una sonrisa cálida-. Hablaré con Daenara. Aunque sospecho que no necesitará mucho convencimiento.

Cuando Rhaenyra llevó la propuesta a Daenara, la joven princesa se mostró sorprendida, pero en el fondo había esperado este momento durante mucho tiempo. Había amado a Aenar desde que eran niños, pero nunca había tenido el coraje de confesarle sus sentimientos, temiendo que él no sintiera lo mismo. Ahora, sabiendo todo lo que Aenar había hecho por ella, por su familia y por el reino, su amor se intensificó aún más.

La boda de Aenar y Daenara fue una celebración grandiosa, uniendo finalmente a las casas Targaryen y Velaryon en una alianza sólida. Durante la ceremonia, mientras los dragones rugían en el cielo en señal de aprobación, Aenar tomó la mano de Daenara y la miró a los ojos con una intensidad que solo ella podía entender.

-Te he amado desde dos vidas atrás -susurró-. Y haré todo lo posible para que esta sea la mejor de todas.

Daenara le sonrió, sintiendo en su corazón que todo el sacrificio, la incertidumbre y los desafíos habían valido la pena. Aenar había evitado la Danza de los Dragones, salvado a su familia y cambiado el curso de la historia. Ahora, con su amada a su lado, finalmente había encontrado la paz y el amor que siempre había anhelado.

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