TOKIO

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La tensión en el Banco de España era palpable. Tokio, con la adrenalina corriendo por sus venas, trataba de mantenerse concentrada en la misión, pero su mente se desvió cada vez que su mirada se encontraba con la de Venecia. La atracción entre ellas era innegable, un fuego que crecía más y más a medida que compartían risas y miradas furtivas en medio del caos.

“¿Te imaginas que esto funcione y podamos salir de aquí?” bromeó Venecia, mientras arreglaba su cabello, dejando que una pequeña hebra cayera sobre su cara. Su sonrisa iluminó el oscuro ambiente del banco.

“Si lo hacemos, prometo llevarte a un lugar donde nunca más tengamos que preocuparnos por nada,” respondió Tokio, sintiendo que su corazón latía con fuerza. “Solo tú y yo, lejos de todo este lío.”

Venecia se acercó un poco más, sus ojos chispeando de emoción. “¿De verdad lo dices? Porque yo te seguiría a cualquier parte.”

En ese momento, Tokio sintió que el tiempo se detenía. Se atrevió a dar un paso adelante, acercándose a Venecia, la energía entre ellas era palpable. Pero antes de que pudieran profundizar en lo que estaba naciendo, el sonido ensordecedor de un disparo rompió la atmósfera.

“¡Tokio, ven!” gritó el Profesor a través de la radio. “Necesitamos tu ayuda.”

Ambas mujeres se separaron bruscamente, la realidad del atraco volviendo a envolverlas. Tokio se dio la vuelta, mirando a Venecia con preocupación. “Volveré enseguida, ¿vale?”

“Ten cuidado,” murmuró Venecia, su voz temblando ligeramente.

A medida que pasaban las horas, el plan parecía estar desmoronándose. Los nervios estaban a flor de piel y el ambiente se tornaba cada vez más peligroso. Tokio no podía dejar de pensar en Venecia, preguntándose si alguna vez tendrían la oportunidad de estar juntas fuera de esa situación.

Finalmente, cuando las cosas parecían calmarse, un grupo de rehenes intentó escapar, provocando el caos. Tokio se encontraba atrapada en una confrontación con un guardia, cuando de repente vio a Venecia en la otra sala, luchando contra otro. Su corazón se detuvo al ver cómo una bala atravesó el aire y se estrelló contra el cuerpo de Venecia.

“¡No!” gritó Tokio, corriendo hacia ella, su corazón latiendo con fuerza. “¡Venecia, por favor! ¡No te vayas!”

Venecia sonrió débilmente, su mano tratando de alcanzar a Tokio. “Siempre supe que terminaría así, pero... al menos tuve la oportunidad de conocerte,” dijo con voz entrecortada. “Te quiero, Tokio.”

Tokio se arrodilló a su lado, las lágrimas fluyendo por sus mejillas. “No, no, no… no puedes dejarme así. ¡No te vayas, por favor!”

“Prométeme que no te rendirás,” murmuró Venecia. “Vive por las dos. Hazlo por mí.”

Con un último suspiro, Venecia cerró los ojos, y Tokio sintió que su mundo se desmoronaba. El caos que la rodeaba se desvanecía, y solo quedaba el dolor de la pérdida. Venecia ya no estaba, y la vida que había imaginado con ella se desvanecía en el aire.

A medida que el atraco llegaba a su fin y el equipo se dispersaba, Tokio sabía que la lucha no solo era por el dinero, sino por el amor que había encontrado en medio del caos. Y aunque Venecia se había ido, su recuerdo viviría en su corazón, empujándola a seguir adelante y a nunca rendirse.

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