EL SOMBRERERO LOCO

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En los confines del País de las Maravillas, bajo el reinado implacable de la Reina Roja, se encontraba una torre imponente y sombría. En su cúspide, el Sombrerero Loco estaba encerrado, un prisionero condenado a diseñar sombreros eternamente. Su único rayo de sol era la hija de la Reina Roja, Red.

Red, una joven de cabellos rojos como el fuego y ojos esmeralda, visitaba la torre con frecuencia. A pesar de su exterior frío y distante, su corazón latía con fuerza cada vez que veía al Sombrerero. Fingía despreciarlo, manteniendo la fachada que su madre esperaba de ella. Pero en el fondo, sus sentimientos eran un caos de emociones encontradas.

Un día, mientras Red paseaba por los jardines del castillo, encontró a Bayard, el perro que hablaba, tumbado bajo un árbol

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Un día, mientras Red paseaba por los jardines del castillo, encontró a Bayard, el perro que hablaba, tumbado bajo un árbol.

-Bayard, ¿qué haces aquí? -preguntó, acercándose.

-Esperando, señorita Red. -respondió Bayard con su voz grave y calmada.

Red se sentó junto a él, suspirando profundamente. Después de unos minutos de silencio, no pudo contenerse más.

-Bayard, debo confesarte algo. -dijo Red, su voz apenas un susurro-. Estoy enamorada del Sombrerero.

El perro alzó la vista, sorprendido.

-¿En serio, señorita? ¿El Sombrerero Loco?

Red asintió, sintiéndose más ligera tras compartir su secreto.

-Lo amo desde hace mucho tiempo, aunque he hecho todo lo posible por ocultarlo. Mi madre nunca lo aprobaría, y además, él... él siempre está coqueteando conmigo. Me hace sentir... cosas que no debería sentir.

Bayard se levantó y se acercó a Red, tocando suavemente su pierna con el hocico.

-El amor es complicado, señorita Red. Pero si es verdadero, encontrará una manera de florecer. Quizás deberías decírselo.

Red negó con la cabeza.

-No puedo. Pero puedo ayudarlo. Esta noche, voy a liberarlo para que pueda reunirse con su familia.

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Con la decisión tomada, Red esperó a que la noche cayera. Se escabulló hasta la torre donde el Sombrerero estaba prisionero. Al entrar, lo encontró inclinado sobre una mesa, trabajando en un nuevo sombrero.

-¿Red? ¿Qué haces aquí a esta hora? -preguntó el Sombrerero, sorprendido.

-He venido a verte. -respondió ella, intentando mantener su compostura-. Quiero otro sombrero.

El Sombrerero sonrió de manera traviesa, sus ojos chispeando de emoción.

-Ah, mi querida Red. Siempre tan exigente. Pero sabes que cualquier excusa para verte es bienvenida.

Red sintió que sus mejillas se calentaban, pero se mantuvo firme.

-Haz el sombrero, Sombrerero. No tengo todo el día.

Él se inclinó, tomando su medida con una cinta mientras sus dedos rozaban suavemente su piel. Red tembló ligeramente al contacto, pero no dijo nada.

-¿Sabes? -dijo él, susurrando cerca de su oído-. Siempre he tenido un especial interés por ti, Red.

Ella lo miró fijamente, su corazón latiendo con fuerza.

-Deja de jugar, Sombrerero.

-No es un juego. -replicó él-. Lo digo en serio.

Red respiró profundamente, intentando calmar sus nervios. No podía permitirse perder el control ahora.

-Haz el sombrero. -repitió.

El Sombrerero se apartó, pero su sonrisa no desapareció. Mientras trabajaba, Red observaba cada uno de sus movimientos, memorizando cada detalle de su rostro y sus gestos.

Finalmente, el sombrero estuvo terminado. El Sombrerero se lo entregó a Red, sus dedos rozando los suyos.

-Aquí tienes, mi obra maestra. -dijo, inclinándose en una exagerada reverencia.

Red tomó el sombrero y, con un movimiento rápido, se volvió hacia la puerta.

-Espera, Red. -dijo el Sombrerero, su tono ahora serio-. ¿Por qué realmente estás aquí?

Ella se detuvo, su espalda rígida. No podía darle una respuesta honesta, no ahora. No con el plan en marcha.

-Solo vine por el sombrero. -respondió, su voz fría.

El Sombrerero no parecía convencido, pero no la presionó. Red salió de la torre y se dirigió a los jardines, donde Bayard la esperaba.

-Todo está listo. -le dijo al perro-. Esta noche, el Sombrerero será libre.

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Cuando la luna estaba en su punto más alto, Red regresó a la torre. Con sigilo, abrió la puerta y encontró al Sombrerero esperándola, como si hubiera sabido que ella vendría.

-Vamos. -le dijo, tomando su mano-. Debemos irnos antes de que alguien nos descubra.

El Sombrerero la siguió sin cuestionar, su confianza en Red inquebrantable. Juntos, se deslizaron a través de los oscuros pasillos del castillo, evitando guardias y trampas. Bayard también estaba con ellos, actuando como guía y vigilante.

Cuando finalmente llegaron a los límites del reino, Red se volvió hacia el Sombrerero.

-Ahora eres libre. Ve con tu familia y no mires atrás.

Él la miró, su expresión seria por primera vez.

-¿Y tú? ¿Qué pasará contigo?

Red sonrió tristemente.

-Yo estaré bien. Solo... sé feliz.

El Sombrerero la miró un momento más antes de inclinarse y besar suavemente su mano.

-Gracias, Red. Nunca olvidaré esto.

Con esas palabras, se alejó junto a Bayard, desapareciendo en la oscuridad. Red se quedó ahí, observando hasta que ya no pudo verlos más. Luego, se giró y regresó al castillo, su corazón dividido entre el dolor y la esperanza.

Al día siguiente, la Reina Roja exigió saber quién había liberado al Sombrerero, pero Red solo sonrió y guardó su secreto, sabiendo que había hecho lo correcto. Y aunque nunca le dijo al Sombrerero cómo realmente se sentía, ella sabía que su amor era verdadero, y eso era suficiente.

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