JAKE PERALTA MAFIA. parte 2

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La boda de la prima de Francesca era el evento del año para la familia Petrucci. Era una celebración lujosa y ostentosa en una finca en las afueras de Nueva York, donde el champán fluía libremente y la música llenaba el aire. Para Francesca, significaba la oportunidad de olvidar por unas horas la angustia que la había acompañado desde la creciente sospecha sobre Jake. La presencia de Jake en la boda no ayudaba a calmar sus nervios; su mirada evasiva y sus intentos forzados de humor la dejaban intranquila. Había pasado semanas sin poder quitarse de la cabeza la posibilidad de que él fuera un infiltrado, pero ahora no quería pensar en eso. Quería celebrar a su prima y disfrutar de un día en el que todo parecía estar bien, al menos en apariencia.

La ceremonia se desarrolló sin contratiempos, con los invitados sonriendo y brindando por la felicidad de la pareja. Francesca, sin embargo, no podía sacudirse la sensación de que algo estaba a punto de suceder. Y cuando la fiesta alcanzó su clímax y todos se congregaban en la pista de baile, un ruido ensordecedor atravesó el aire. Sirenas.

Las puertas del salón se abrieron de golpe, y la policía entró a raudales, con órdenes de arresto en la mano. Fue un caos absoluto. Los agentes iban directo hacia Don Petrucci y otros miembros clave de la organización, sin prestar atención a los gritos de sorpresa y terror de los invitados. Francesca vio a su padre siendo esposado mientras él le gritaba algo a un oficial, sus ojos buscando desesperadamente los de ella.

Jake estaba allí, entre los oficiales. Llevaba puesto un chaleco antibalas con las letras "NYPD" y hablaba por radio, dirigiendo a otros agentes. Francesca sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. La verdad se revelaba con brutal claridad: él la había traicionado. Antes de que pudiera reaccionar, su padre le gritó que huyera. No lo pensó dos veces y corrió hacia la salida trasera, con el eco de las sirenas retumbando en sus oídos.

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Después de varios días de viajar de manera discreta, Francesca llegó a Marsella, Francia. Había sido una fuga desesperada, llena de trasbordos y cambios de transporte para evitar ser rastreada por las autoridades. Su pasaporte italiano y algunas conexiones familiares en el extranjero le habían permitido salir de Estados Unidos sin problemas, pero sabía que ese era solo el comienzo. La familia Petrucci tenía ramificaciones en Europa, y ahora, con su padre en prisión, el liderazgo recaía sobre ella.

Durante las primeras semanas en Marsella, Francesca se alojó en una villa a las afueras de la ciudad, donde se reunió con algunos de los antiguos socios de su padre. Al principio, muchos dudaban de su capacidad para tomar el mando; después de todo, Don Petrucci había sido un hombre temido y respetado, y Francesca había sido solo "la hija buena". Pero su mirada había cambiado. En su interior ardía una mezcla de dolor, ira y determinación. Su tiempo en la villa no fue de descanso. Pasaba horas analizando los negocios de la familia, revisando cuentas, y decidiendo quiénes eran leales y quiénes representaban una amenaza.

Finalmente, viajó a Italia para reunirse con los líderes de la organización allí, incluyendo a antiguos aliados de su padre que no veían con buenos ojos la idea de que una mujer tomara el control. El encuentro se llevó a cabo en una finca en la Toscana, rodeada de viñedos y colinas. La reunión era una prueba, un juicio para ver si Francesca tenía la fuerza y la astucia para liderar. Uno de los capos, un hombre corpulento y de mirada despiadada, habló en nombre de todos.

—¿Por qué deberíamos seguirte a ti, Francesca? —preguntó, con una sonrisa desdeñosa—. Eres joven, inexperta. Este mundo no es para alguien como tú.

Francesca lo miró directamente a los ojos, sin mostrar un atisbo de debilidad.

—Mi padre está en prisión porque confió en la persona equivocada. Y yo estoy aquí porque sé exactamente en quién confiar y en quién no. Si alguien cree que no puedo manejar esto, está en su derecho de irse… aunque espero que recuerde lo que le pasa a los traidores en esta familia.

El hombre corpulento se quedó en silencio, y el resto de los líderes intercambiaron miradas, reconociendo la determinación en la voz de Francesca. Aquella noche, ella se convirtió oficialmente en la nueva cabeza de la familia Petrucci, con la promesa de restaurar su poder y buscar venganza.

De regreso en la villa de Marsella, Francesca se sentó sola en su despacho, mirando la luna llena a través de la ventana. Cerró los ojos y recordó a Jake: su sonrisa tonta, su sentido del humor absurdo, y la forma en que la había mirado cuando se despidieron por última vez en la boda. Se obligó a dejar de lado esos pensamientos. Él había arruinado su vida y la de su padre. La había engañado y traicionado. Francesca apretó los puños y susurró con voz firme:

—Voy a encontrarlo. Y cuando lo haga, pagará por todo lo que hizo. Por más que me duela, Jake Peralta, voy a destruirte.

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Mientras tanto, en Nueva York, Jake había vuelto al 99 después de meses de trabajo encubierto. La operación había sido un éxito en términos policiales: habían arrestado a Don Petrucci y desmantelado una buena parte de la organización. Sin embargo, Jake no se sentía victorioso. Había algo que no podía sacudirse, una sensación de pérdida que lo atormentaba.

Después de un largo día de papeleo y reuniones con la Fiscalía, Jake encontró a Charles Boyle en la sala de descanso, devorando un bollo de canela. Charles levantó la vista al verlo y sonrió con su habitual entusiasmo.

—¡Jake! No te había visto desde que regresaste. ¿Cómo te sientes, hermano? —preguntó Boyle con genuina preocupación.

Jake se sentó a su lado, dejándose caer en la silla con un suspiro.

—Es complicado, Boyle. —Jake frotó su rostro con las manos, como si intentara borrarse los pensamientos—. Hay algo que no te he contado sobre la misión.

Charles dejó de masticar, con los ojos muy abiertos.

—¿De qué se trata? ¿Hay algún peligro?

Jake negó con la cabeza.

—No, no es eso. Es... Francesca. La hija del jefe. Me... me gustaba. —Jake hizo una pausa, como si no supiera cómo continuar—. Creo que sigo teniendo sentimientos por ella, y me siento como el peor ser humano del mundo. La traicioné, la engañé. Y ahora, ella no está, no sé a dónde se fue y no tengo idea de cómo está, pero... quiero buscarla.

Boyle dejó el bollo a un lado y miró a Jake con una mezcla de compasión y sorpresa.

—Jake, estás diciendo que... ¿te enamoraste de la hija del jefe de la mafia mientras estabas encubierto? ¡Eso es...! —Boyle buscó la palabra correcta—. ¡Bueno, es muy típico de ti! Pero también suena peligroso. ¿Y si ella quiere vengarse?

Jake se rió con amargura.

—Probablemente lo haga. Y no la culpo. Pero no puedo ignorar lo que siento, Boyle. Lo sé, suena estúpido y completamente fuera de lugar, pero... cuando pienso en ella, siento que podría haber sido diferente. No sé si podré hacer que me perdone, pero tengo que intentarlo. Necesito encontrarla y, si me odia, enfrentar eso también.

Charles asintió lentamente.

—Entonces, ¿cuál es el plan, hermano? Porque si vas a buscarla, lo mejor sería no ir con las manos vacías. Necesitas una estrategia.

Jake se levantó de la silla, con una chispa de determinación en los ojos.

—Tienes razón. Voy a empezar por averiguar en donde está y asegurarme de no terminar muerto en el proceso. Pero si tengo una oportunidad de explicarle, aunque sea solo una vez, voy a tomarla. —Hizo una pausa, pensando en las palabras adecuadas—. Porque si hay algo que he aprendido de todo esto es que no quiero arrepentirme por el resto de mi vida.

Mientras Jake salía de la sala de descanso, sintió que al menos había dado el primer paso hacia algo incierto. Sabía que buscar a Francesca sería peligroso, pero no podía evitarlo. Tenía que verla, aunque solo fuera para enfrentar las consecuencias de sus acciones y admitir, aunque fuera una vez, que el amor lo había llevado a tomar la decisión más imprudente de su vida.

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