Zhan siempre tuvo un corazón dispuesto a dar.
Desde joven, deseaba ayudar a las personas ser esa luz en los momentos más oscuros para quien lo necesitará. Por eso decidió ser médico, para convertir su empatía en acción para transformar su deseo en algo tangible. Sabía que no podía salvar a todos, pero siempre creyó en el valor de intentarlo, en el poder de hacer una diferencia, por pequeña que fuera.
Sin embargo su dedicación absoluta no estaba exenta de un enorme peso emocional.
En algún rincón de su mente sabía que tenía algo del síndrome del salvador, lo había leído en sus apuntes de psicología y se sintió identificado con el concepto pero lo usaba a su favor. Necesitaba ayudar no solo por los demás, sino por sí mismo, porque cada vida que tocaba le daba un propósito, una razón para seguir adelante.
Esa necesidad de ser útil, de ser necesario, lo empujaba a darlo todo, incluso cuando eso significaba descuidarse a sí mismo.
En más de una ocasión, sus colegas le decían que debía aprender a poner límites a no cargar con los problemas del mundo sobre sus hombros, pero Zhan no sabía hacerlo.
Ver el dolor en los ojos de un paciente, la desesperación en una familia o la gratitud de alguien que recuperaba la esperanza, lo hacía sentir vivo aunque a veces también lo agotaba hasta los huesos.
Cuando Yibo llegó a su vida todo tomó un matiz diferente.
Ya no era solo un deseo de ayudar por altruismo; era amor. Ayudar a Yibo no era una obligación, sino una necesidad visceral, un reflejo de lo que Zhan era en esencia.
Desde estar a su lado cuando perdio a su madre tan joven, cuando Yibo preferia quedarse en casa de la familia Xiao que en la suya debido al desprecio e indiferencia de su propio padre, dejarle el almuerzo antes de irse a sus prácticas y él al trabajo, esperarlo con la cena preparada cuándo salia de la academia nocturna, esperarlo todas las noches para regresar juntos a casa después del trabajo, a verlo llegar en una camilla, enfrentar su amnesia y acompañarlo en cada paso hacia la recuperacion, estos ultimos pasos se convirtieron en su mayor prueba. Y aunque dolía, dolia tanto que le desgarraba el alma, Zhan nunca dejó de dar todo de sí mismo en pos de la recuperacion del aquel que consideraba mas que su compañero de vida.
Porque aunque llevara el peso del mundo en sus hombros, aunque debiera de arrastrarse y caminar sobre camino lodoso, por el camino oscuro y de un solo tablón Zhan nunca daba marcha atras.
Él sabía que al final del día toda su entrega, todo su esfuerzo era lo que hacía que todo valiera la pena, incluso cuando su propio bienestar quedaba en segundo plano.
Zhan siempre había sabido que ser médico significaba enfrentarse a lo impredecible, que su bata blanca no lo hacía invencible ante la tragedia, que no podia jugar a ser un dios.
También sabía que el trabajo de Yibo era igual de desafiante arriesgando su vida a diario como policía, atrapando delincuentes y luego enfrentandose incluso a traficantes, desentrañando estas redes que habitaban en el submundo.
Pero por más que lo entendiera nada lo preparó para aquel día en el que vio a su esposo entrar en urgencias, ensangrentado, inconsciente en aquella camilla que le atormentaba en sueños.
Su mente normalmente analítica y meticulosa se quedó en blanco.
Era un paciente más, pero no lo era.
Era su paciente.
Era Yibo.
Era su Yibo