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DIMITRI

Dimitri se acercó al cuerpo, dudando. Era Ámbar. Tenía una herida abierta en su brazo derecho, estaba pálida y había perdido mucha sangre. Al verla en esa situación, sintió un nudo en el estómago, su mente daba vueltas.

Tomó valor y la cargó en brazos, recostándola en su cama. Baby, a su lado, parecía igual de triste, moviendo la cola con lentitud y gimiendo suavemente.

Dimitri buscó frenéticamente entre los cajones, sacando cosas al azar. Lo único que encontró fue un pequeño frasco de vaselina y algunos hisopos. No tenía idea de si eso serviría, pero en su desesperación, decidió intentarlo.

Agarró un trozo de tela limpia, lo mojó con agua y empezó a limpiar la sangre alrededor de la herida. Cuando encontró una botella de alcohol en el fondo del último cajón, su alivio fue palpable. Vertió el alcohol sobre otro pedazo de tela y, con manos temblorosas, lo aplicó en la herida.

Ámbar se removió al instante, soltando un quejido débil por el ardor.

—Lo siento, lo siento… —murmuró Dimitri, presionando con más suavidad.

Después de desinfectar la herida, miró el frasco de vaselina. Sabía que no era para eso, pero sentía la necesidad de hacer algo más. Suspiró y decidió no aplicarla. En cambio, buscó otro trozo de tela limpio para presionarlo sobre la herida y detener el sangrado.

—Voy a tener que llamar a alguien que sepa lo que hace… —susurró, más para sí mismo que para Ámbar, mientras seguía buscando desesperado algo más útil.

Sin querer, presionó un poco más en la herida, provocando que Ámbar se removiera y despertara.

—¡Oh, gracias al cielo! —suspiró más tranquilo al verla despierta—. Menos mal que despertaste. Ya estaba pensando en llamar al coronel y soportar su cara de idiota mientras venía por ti.

Ámbar tenía la vista algo borrosa e intentó levantarse, pero Dimitri la detuvo.

—Tranquila… —dijo relajado y un poco preocupado—. No deberías forzar tu cuerpo ahora. Estás herida. ¿Qué sucedió? ¿Por qué estás así?

—Mi... mi escuadrón… —su voz estaba débil—. Detectó un bombardeo en la superficie. Pensamos que era Rusia, pero no fue así. En realidad, una de las fosas había estallado... al parecer, cuando tus compañeros vinieron a rescatarte, —su voz estaba agitada y quebrada, lo que le dolía a Dimitri escuchar— una de sus bombas hizo cierto daño… y... esta colapsó. Mi equipo intentó salvar a los trabajadores de la zona, pero algunos salieron heridos y me tocó entrar… una… una de las partes de los tubos de oxígeno estaba rota y, entre el alboroto y los cuerpos, tropecé y me corté…

—Está bien, pero ahora necesito que te quedes aquí. Dime dónde encontrar algo para curarte. No encontré nada en tus cajones, solo un libro con dibujos y…

Ámbar lo interrumpió bruscamente al escuchar lo del libro de dibujos.

—¿Encontraste qué? —preguntó seria.

Miró a su alrededor y notó que la habitación estaba hecha un lío. El libro, su libro, estaba sobre la mesa de noche, bien ubicado y cerrado, como si no hubiera sido lanzado por los aires con el resto de las cosas.

—¿Leíste mi libro? —preguntó sentándose en la cama. Dimitri intentó detenerla, pero ella apartó bruscamente su brazo—. ¿Lo leíste?

—... No.

—¡Lo leíste! ¡Esto es increíble! —se sobresaltó—. ¿Quién te dio permiso de tomar mis cosas?

—Vale, sí, lo vi y lo leí, pero no es para alterarse —alzando las manos en señal de rendición, intentando calmarla.

—Es mi libro. Tengo cosas personales que nadie debe ver, son mis cosas. Tengo escrito y dibujado lo que me pasa y…

—¿Personales? ¿Tus cosas? ¿Lo que te pasa? —preguntó con una sonrisa algo pícara.

—Sí. ¿Por qué sonríes? —preguntó confundida.

—No, por nada. Normal, todos tenemos nuestros secretos y cuando no podemos hablarlo, lo escribimos —miró al suelo, intentando retener una sonrisa.

«¿Y tú por qué estás tan alegre?»

Supongo que soy un secreto... un sentimiento oculto. En su libreta dibuja las cosas que le gustan y que le pasan, como el dibujo de la guerra y como el mío.

«¿Y si tú le molestas y por eso te dibuja?»

No lo creo. Si dibujas a alguien que te cae mal, no lo harías con tanta delicadeza y perfección.

«Buen punto, pero no te ilusiones.»

Tarde.

—Por esa razón nadie debe verlo —estaba molesta—. Así que no entiendo tu alegría tan repentina.

—Porque tienes un dibujo mío, y me sorprende que lo hayas hecho con tanta delicadeza y cuidado —no podía dejar de sonreír, parecía genuinamente feliz.

—¿Y? ¿Eso qué significa? —preguntó aún confundida.

—Que si te cayera tan mal como aparentas, no lo habrías dibujado con tanta delicadeza. Es más, ni siquiera me habrías dibujado, porque, ¿por qué tendrías un dibujo mío? Soy tu enemigo, pero parece que las cosas están cambiando —se acercó un poco más al rostro de Ámbar.

—Eso no significa nada —intentó no parecer nerviosa ante esa información.

—Te importo. Acéptalo —la miraba directamente a los ojos con un brillo que dejó descolocada a Ámbar.

—No, eso no es cierto —se mantuvo firme.

—¿Por qué alguien dibujaría a su enemigo? ¿O por qué escribiría sobre lo que siente por su enemigo si no pasó nada? —cada vez estaba más cerca de su rostro—. En tus escritos están las fechas. Una de ellas concuerda con el día del beso, 22/abril/2039.

—Ham… eso no es… no es cierto —su voz temblaba, pero la mirada de Dimitri la hacía dudar. Era una mirada dulce, tentadora, con un brillo que parecía contener las estrellas.

—Ajá… —sonrió a medio lado y dirigió la mirada a sus labios—. Si tú lo dices, dulzura —habló con una voz ronca, mientras se acercaba más.

Ámbar también miró los labios de Dimitri. Él se acercó más, hasta que sus respiraciones chocaban entre sí. A solo dos centímetros de sus labios, no pudo contenerse más, y al ver que Ámbar no se apartaba, atrapó sus labios.

Fue un beso lento. Dimitri sostuvo la barbilla de Ámbar, obteniendo un poco más de control sobre el beso. Cada vez parecía más eterno, y Dimitri se sentía en las nubes.

Sus labios eran tan suaves, tan dulces, tan carnosos, tan… tan… perfectos. Nunca conocí tal sabor, un sabor tan exquisito, que con solo un roce de sus labios te embelesa. Tenían un toque de fresas bañadas en chocolate, pero en lugar de empalagar, te hacían pedir más. Tan exquisito, tan Embelesador, un sabor tan etéreo, más que perfecto.

«No sabes en qué lío te estás metiendo, niño.»

Cállate.

Dimitri quería seguir besándola, pero Ámbar soltó un quejido de dolor. Su brazo comenzaba a doler cada vez más.

—¿Estás bien? —preguntó con voz ronca y agitada.

—Sí, pero necesito ir a una sala médica… —dijo con un poco de dolor en la voz.

Sus labios, junto con los de Dimitri, estaban hinchados. Dimitri no podía creer que los labios de Ámbar supieran tan bien. Su corazón latía con fuerza, retumbando en sus oídos, y le gustaba. Le gustaba lo que estaba sintiendo en ese momento.

—Te llevo —se puso de pie y le extendió la mano. Ámbar la apartó.

—No, si te ven podrían atacarte. Iré yo sola —sonó seria y firme, pero con una nota de fastidio.

Dimitri asintió. Ámbar salió de la habitación con el pedazo de tela apretando su brazo. Dimitri, por otro lado, quedó solo en la habitación junto con Baby, así que se acomodaron.

Pasión en el Campo de Batalla Donde viven las historias. Descúbrelo ahora