20. Confesiones, decepción y miedo

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Juanjo acababa de confesar que él también pertenecía a aquel grupo discriminado y Martin se había dado cuenta. Pero no le había dado mucha importancia porque él suponía que a todos les podían gustar todos. Pero desde que el sirviente le había dicho aquello, se había dado cuenta de que tal vez no era así y que tal vez lo normal no era que le gustasen todas las personas, sino solo las chicas.

—Pero no lo entiendo, ¿por qué iban a odiar a alguien solo por amar a otra persona? ¿En que les afecta a ellos?

—Ese es el punto, que nos odian porque vamos en contra de la religión, que lo normal según ellos es una pareja de un hombre y una mujer.

El menor seguía sin entenderlo porque no veía lo malo en aquello. No veía lo malo en que le gustara Juanjo. Y le puso triste, porque no quería que la gente lo odiase si le gustaba un hombre o si en el futuro habían dos reyes.

—Entonces, ¿no puedo decir que me gustas?

Aquella pregunta hizo sonrojar a Juanjo y le sacó una pequeña sonrisa. A pesar de estar teniendo una conversación seria había conseguido hacerle sonreír.

—No puedes, porque te pueden pasar cosas malas. No puedes decírselo a nadie, solo a mí porque yo ya lo sé. No puedes decir tampoco que te gustan los chicos, porque aunque para ti sea normal para los demás es pecado y pueden hacerte daño. Así que, por favor, no digas nada eso.

El menor lo miraba confundido. Seguía sin saber por qué era malo eso, si era un sentimiento positivo como había dicho Juanjo, no entendía la razón de esconderse. Pero iba a confiar en su sirviente, y si él le había dicho que podía ser peligroso entonces no diría nada, aunque no le pareciera bien. Él ya estaba lo suficientemente encerrado en aquel castillo como para también tener que encerrar aquellos sentimientos que acababa de descubrir que tenía gracias a aquel chico.

El menor asintió con una mueca desanimada y se encogió de hombros, teniendo que aceptar ese destino. Se quedó mirando a Juanjo y tuvo la necesidad de preguntarle algo, con muy poca vergüenza.

—Ahora que se que no a todo el mundo le gusta todo el mundo... ¿A ti te gustan solo los chicos?

—Emmm sí, solo los chicos.

—¿Eso significa que te puedo gustar yo? —Después de esa pregunta sonrió demasiado ilusionado.

Pero la única respuesta que consiguió fue un Juanjo sonrojado que apartó la mirada para no tener que responder a aquello.

—Tch, no hagas esas preguntas.

Después de un rato hablando sobre el tema, hablando de los demás sentimientos que le habían faltado decir a Juanjo, el rugido de estómago de Martin que indicaba que tenía hambre alertó al mayor y cayó en que lo tenía que bajar a desayunar. Le daba rabia que Martin nunca le dijera nada, pues no podía estar atento a todo y a veces las horas se le iban demasiado rápido.

Así que, una vez que Juanjo le preparó la ropa a Martin y este se vistió, bajaron hasta el comedor, donde allí ya estaban los reyes a medio desayuno. El sirviente tuvo que disculparse por la tardanza pero el menor lo cubrió diciendo que había sido su culpa, que había querido quedarse un rato más en la cama. Pero ni la reina ni el rey parecieron darle mucha importancia a ello, cosa que era extraña.

La familia comenzó a desayunar, todo parecía tranquilo y aquello aliviaba al príncipe porque las comidas solían ser algo incómodas aquellos días.

Aprovechando tanto silencio entre los tres miembros de la realeza, Martin reprodució el momento del beso en su cabeza miles de veces. Cada movimiento, cada suspiro que salió de Juanjo, cada segundo que pasaron con los labios juntos, cada sentimiento. No podía no estar feliz pensando en eso, había besado a un chico y daba la casualidad de que era el chico que le gustaba.

El deseo de ser tu príncipe || JuantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora