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cuarenta y uno

Jisung tragó saliva seca. Era difícil mantener la compostura aunque sabía que la abuela odiaba su aspecto desordenado.

Conocía la personalidad de su abuela. El carácter de la presidenta Yoona, así como su habilidad, jugaron un papel importante a la hora de levantar el grupo Keystil por su cuenta. 

La gente especuló que la personalidad temperamental del director ejecutivo, Park Jisung, podría haber sido heredada de su abuela. Lo cual también significaba que aquella personalidad original pertenecía a esta mujer.

Jisung sintió como las puntas de sus dedos se endurecían.

‘Zhong Chenle puede morir’.

Incluso ahora, él no tiene familiares ni amigos cerca. Si una rata desaparece sin que nadie se dé cuenta, no habrá nadie que quiera buscarla. Pensé que era una ventaja que no tuviera a nadie más que a mí, pero no esta vez.

Jisung trató de cambiar la forma de su expresión mientras cerraba los puños con sus dedos entumecidos. Sin embargo, una ilusión seguía apareciendo en su cabeza.

Las personas no identificadas que la presidenta Yoona habría contratado, ejercen un asalto violento contra el pequeño cuerpo de Zhong Chenle, y eso no es todo… Vamos a parar. Cerró los ojos y volvió a abrirlos.

“El… Omega, yo lo encontraré y lo resolveré.”

“Maldito bastardo, ¡dónde mierda tienes la cabeza!”

Gritó finalmente la presidenta Yoona, ya que ella volvió a entrar en razón un poco tarde. Jisung consiguió exhalar y abrió la boca.

“No se preocupe. Él nunca hablará con la prensa ni hará nada parecido. No tiene las agallas. Chenle nunca…”

“Si es así, ¿no tendríamos que tratarlo aún más limpiamente?”

La presidenta Yoona odiaba la lentitud. Si se decidiera a tratar con Zhong Chenle ella misma, lo haría.

La presidenta frunció el ceño mientras veía la apariencia indecisa de Jisung. Las dudas surgieron en su rostro ladeado por el desprecio.

“¿O hay algún problema?”

“No es gran cosa, pero yo sólo…”

“¡Habla claro, Park Jisung!”

Una voz fuerte llenó la oficina de nuevo. Era difícil creer que fuera la voz de una anciana de más de setenta años. Jisung corrigió su postura. Los ojos de la presidenta Yoo, que eran claros incluso sin maquillaje, lo miraban fijamente.

“No hay problema.”

Cuando habló con claridad y con una pronunciación correcta, a la presidenta Yoona le llamó la atención. Apoyada en el respaldo de la silla, se apretó la frente quejándose de que estaba cansada.

“Yo me encargaré de ello. Soy el responsable, así que deje que me haga cargo.”

Desde que era pequeño, su abuela odiaba las excusas y hacía hincapié en la responsabilidad. Cuando los niños de esa edad jugaban con robots, Jisung aprendió de ella la administración de empresas. Lo mejor era admitir lo que pensaba que estaba ‘mal’ y decir que lo arreglaría.
Afortunadamente, la presidenta Yoona asintió. Jisung casi exhaló un suspiro de alivio.

“Asegúrate de hacer el ‘nudo’.”

Ante la palabra ‘nudo’, Jisung sintió una sensación de incomodidad.

“¿Tiene algo más que quiera?”

La presidenta Yoona dio media vuelta a la silla y miró hacia la ventana. Era tarde en la noche, pero los bloques del edificio cercano estaban muy iluminados. La presidenta Yoona y él estaban reflejados en la ventana negra.