-19-La Calma Antes de la Tormenta

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La semana había pasado lentamente, pero cada día se acercaba más a la tormenta que estaba por desatarse. Angel sabía lo que venía. El ataque estaba planeado, y no había vuelta atrás. Cuando ocurriera, su reputación, ya manchada por el título que la sociedad le había impuesto, se hundiría aún más. Pero, ¿qué importaba? Nunca tuvo la oportunidad de mostrar quién era en realidad. La sociedad lo había olvidado, y si ellos no le debían nada, ¿por qué tendría él que probarles algo?

Sin embargo, en medio de esos pensamientos amargos, la sonrisa de Eri se colaba en su mente, suavizando el rencor que lo consumía. Ella era su única luz en este mundo sombrío, y mientras caminaban por las calles, esperando que el tiempo pasara, Eri lo sorprendió.

- "¿Sabes algo...?" -dijo ella con esa voz inocente-. "Ya mero es mi cumpleaños."

Angel parpadeó, casi incrédulo de que se le hubiera pasado por alto. ¿Cómo podría haber olvidado algo así? Pero la realidad lo golpeó. No podían darse el lujo de celebrar. ¿Cómo podrían hacerlo en su situación? No tenían amigos, no había una casa segura, y todo lo que lo rodeaba era caos.

- "¿Y qué te gustaría para tu cumpleaños?" -le preguntó Angel, sabiendo que no podía prometerle mucho. No tenía nada que ofrecerle más allá de su protección.

Eri sonrió suavemente, su mirada se desvió por un momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

- "Me gustaría ver al Abuelo..."

Angel asintió. Claro que ella deseaba eso. Él también lo quería. Pero el Oyabun estaba en descanso, lejos de su alcance, aún recuperándose. Ese deseo, aunque comprensible, era imposible por ahora. Angel suspiró y acarició la cabeza de Eri con delicadeza.

- "Lose... ¿hay algo más que te gustaría?" -insistió, esperando que pudiera darle algo más sencillo.

Eri lo miró con esos ojos grandes y puros, como si sus deseos fueran algo tan simple y complicado a la vez.

- "Hmm, Oh!, Me gustaría ver cómo es el día."

Las palabras de Eri lo golpearon más fuerte que cualquier ataque. El día... Angel nunca se había detenido a pensar en cuántas cosas normales le había negado sin querer. Para ella, el día era algo desconocido, algo inalcanzable. Estaba acostumbrada a la oscuridad, a moverse en las sombras, lejos de los peligros de la luz del día y de las personas que los perseguían...

El corazón de Angel se apretó en su pecho.

- "Eso no, no creo que sea posible..." -murmuró con pesar, sabiendo que era demasiado arriesgado.

Eri, a pesar de su corta edad, entendía la gravedad de su situación. Ella no lo presionó, no insistió, y simplemente le agradeció por todo lo que había hecho por ella. Ese agradecimiento, aunque genuino, hizo que Angel se sintiera peor. ¿Cómo podía ser que una niña tan pequeña tuviera que conformarse con tan poco?

Al volver al refugio, Angel seguía sumido en sus pensamientos. Había algo en esa solicitud tan sencilla que lo dejaba completamente desarmado. Después de desearle las buenas noches a Eri y verla quedarse dormida en esa habitación decorada con muñecos y una cama pequeña, Angel se quedó parado en la puerta un momento más, observándola.

- "Que tengas un buen día mañana, pequeña," -susurró, antes de cerrar la puerta con cuidado y dejarla descansar.

Salió al exterior para despejar su mente. La brisa del pasillo lo golpeó suavemente, pero no aliviaba la tensión que sentía en su pecho. Angel se lamentaba por no poder darle una vida normal a Eri. Una vida sin miedo, sin huir, sin estar escondidos en las sombras. Ella merecía mucho más que esto, pero el mundo no dejaba de ser cruel con ambos,

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⏰ Última actualización: Nov 14 ⏰

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