Los días pasaban lentamente en la residencia de la Shie Hassaikai. Para Angel, la rutina era agotadora, pero se había vuelto una parte esencial de su vida. Meses habían transcurrido desde que aceptó unirse a la organización, y aunque la emoción inicial de ser parte de algo más grande se había desvanecido, Angel sabía que estar allí era mejor que sobrevivir en las calles, desamparado y solo.
Cada día era igual al anterior. Se levantaba al amanecer, se vestía con el uniforme gris que le habían dado y comenzaba su jornada limpiando los pasillos, los jardines y las numerosas habitaciones de la residencia. Las tareas que le dejaban eran simples pero detalladas: barrer, organizar los espacios, limpiar cada rincón y hasta mantener el jardín en buen estado. Sin embargo, Angel pronto se dio cuenta de que la limpieza no era lo único que Kenta, su supervisor, le enseñaba.
Kenta, un hombre mayor de mirada severa y movimientos disciplinados, le mostró desde cómo preparar el té hasta los secretos básicos de la cocina. Sin importar qué tarea fuera, había una estructura y precisión en cada movimiento que exigía de Angel un esfuerzo constante por mejorar. Kenta le enseñaba no solo por ser su responsabilidad, sino como si detrás de cada lección hubiera algo más profundo, una manera de inculcar en él una disciplina que no se quebrara fácilmente.
Cada consejo, cada corrección era impartida con el propósito de moldear su carácter y establecer una base firme para que, con el tiempo, Angel pudiera sostenerse a sí mismo, aun cuando el mundo a su alrededor se volviera oscuro. Aunque Kenta nunca le explicó los motivos, Angel sentía que había algo intencional en su entrenamiento. Parecía como si el oyabun, el líder silencioso de la Shie Hassaikai, hubiese dado órdenes específicas de que a Angel se le asignaran esas tareas para alejarlo de la parte más sombría de la organización.
La razón nunca se expresaba en voz alta, pero el mensaje era claro para los más atentos: alguien tan joven como Angel aún podía reordenar su vida, todavía tenía un lugar en un camino menos oscuro. Sin embargo, esto no se discutía abiertamente, y todos sabían que esa discreta protección venía directamente de la voluntad del oyabun, quien, en su silencio, así lo deseaba.
S
in embargo, con el paso del tiempo, comenzó a notar cosas extrañas. Había una sección de la residencia, un ala prohibida, a la que nunca lo enviaban. Cada vez que pasaba cerca de esa parte del edificio, los guardias vigilaban más de lo habitual, y las conversaciones se detenían cuando Angel entraba en una sala. No podía evitar sentirse observado, como si siempre hubiera algo más ocurriendo en las sombras, fuera de su alcance.
Lo más curioso de todo era la presencia de una niña.
Angel la había visto por primera vez mientras limpiaba el jardín trasero. Estaba sentada sola, bajo la sombra de un árbol, con la mirada perdida en el vacío. Su largo cabello plateado brillaba bajo la luz del sol, y lo que más llamaba la atención era el pequeño cuerno que sobresalía de su frente. Parecía completamente fuera de lugar en ese entorno.
No se acercó. Había algo extraño en el ambiente cada vez que la niña estaba cerca. Nadie hablaba de ella abiertamente, y cuando Angel había preguntado casualmente a los otros hombres, las respuestas siempre eran evasivas. Hablar de ella parecía ser un tema tabú. La niña era una figura silenciosa y solitaria, siempre observando el mundo desde lejos, como si no pudiera interactuar realmente con él.
Con el tiempo, Angel comenzó a preguntarse quién era ella y qué hacía allí. No encajaba con el resto de la organización.
Un día, después de completar una de sus tareas diarias, Angel decidió preguntarle directamente a Kenta. Estaban en el jardín trasero, donde Angel terminaba de barrer las hojas caídas.
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El Otro Lado de la Moneda [BNHA FIC]
FanficEn un mundo donde los quirks lo son todo, Angel creció a la sombra de aquellos que tenían poder, marcado por la etiqueta que detestaba con cada fibra de su ser: quirkless. Desde su infancia, Angel fue objeto de desprecio, no solo en la escuela, dond...