Pedri se quedó paralizado por un segundo, notando cómo la cercanía de Gavi hacía que todo a su alrededor se volviera más difuso. El bullicio del estadio, las voces, las luces... todo parecía desvanecerse. Gavi lo miraba con esa sonrisa despreocupada, pero esta vez había algo más, una chispa que antes no estaba ahí.
—¿Qué más podemos descubrir juntos, eh? —repitió Pedri, tratando de mantener la compostura, aunque sentía su corazón acelerado.
Gavi dio un paso más, acortando la distancia entre ellos, hasta que prácticamente no quedaba espacio. Pedri pudo oler el ligero rastro de colonia en el aire mezclado con el sudor del partido. Su cerebro le gritaba que retrocediera, que aquello no era lo que debería estar sucediendo, pero su cuerpo no reaccionaba de la misma forma.
—Eso depende de ti, Pepi —dijo Gavi, su voz más baja, como si estuviera compartiendo un secreto.
Antes de que Pedri pudiera decir algo más, Gavi inclinó la cabeza y, sin más preámbulos, lo besó. Fue rápido, casi imperceptible, pero lo suficiente para que Pedri sintiera un vuelco en el estómago y el cosquilleo que recorrió su piel. Gavi se apartó un poco, observando la reacción de Pedri con una sonrisa entre traviesa y segura.
Pedri, aún sin saber cómo procesar lo que acababa de pasar, lo miró atónito, sus labios todavía hormigueando por el contacto inesperado.
—¿Qué…? —comenzó, pero las palabras se le atascaban en la garganta.
—Es un trato especial —bromeó Gavi, volviendo a la actitud despreocupada de siempre, aunque sus ojos brillaban con algo más profundo—. No lo pienses tanto, Pepi.
Pedri aún no lograba reaccionar. ¿Gavi acababa de besarlo? ¿Así, sin más? Intentaba procesar lo que significaba ese pequeño gesto, pero Gavi se lo había dejado claro: para él, parecía que las cosas nunca eran tan complicadas. Todo era un juego, un reto, y ahora lo estaba involucrando a él en ese juego de forma mucho más directa.
—No tienes remedio, Martín —murmuró Pedri, por primera vez sintiendo que le salía con naturalidad llamarlo por su segundo nombre, intentando ocultar el nerviosismo que lo consumía.
Gavi se rió, satisfecho de haber logrado descolocarlo.
—Sabes que te encanta que sea así, Pepi —respondió, inclinándose hacia él una vez más—. Y bueno, el próximo gol también puede ser para ti... si vienes a verme otra vez.
Pedri sonrió, esta vez con un toque de complicidad, todavía sintiendo el calor del beso en sus labios.
—Puede que lo haga —respondió, su voz más segura—. Pero esta vez, espero algo más que un trato especial.
El sonido del teléfono de Gavi interrumpió el momento. Pedri aún procesaba lo que acababa de pasar cuando Gavi, sin mucha prisa, sacó su móvil del bolsillo, viendo la pantalla con una expresión neutral.
—Es de PR —murmuró Gavi, mirando a Pedri de reojo mientras deslizaba el dedo por la pantalla para contestar—. Dame un segundo.
Pedri asintió, aunque su mente seguía anclada en el breve pero impactante beso. ¿Qué significaba todo eso? Sentía un nudo en el estómago, pero no sabía si era de nervios, emoción o confusión. Gavi, por su parte, parecía completamente tranquilo mientras hablaba por teléfono, aunque su tono se volvió más serio al escuchar a la persona al otro lado.
—¿Laporta? —repitió Gavi, frunciendo el ceño—. ¿Quiere reunirse conmigo ahora? Vale, sí… en un rato. Estoy en el estadio.
Pedri sintió una ligera incomodidad al escuchar el nombre del presidente del Barcelona. Una reunión con Laporta no era algo común, ni mucho menos casual. Gavi, sin embargo, no parecía ni remotamente preocupado, aunque cortó la llamada rápidamente, guardando el móvil en el bolsillo con una expresión pensativa.
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En Esta Vida
RomanceEl Museo del Fútbol Club Barcelona siempre había sido un espacio de orgullo y reverencia. Para algunos, era el lugar donde la historia se encontraba con el presente, donde las leyendas del campo se transformaban en mitos inmortales. Pero para Pedri...