Capítulo 15

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Esa noche, Pedri se fue a la cama agotado, con la mente aún revuelta y el corazón inquieto después de su visita al parque. Cerró los ojos, pero los pensamientos no dejaban de arremolinarse, especialmente la imagen de Gavi sosteniendo la mano de Ana. Le dolía, aunque intentaba convencerse de que no debería afectarle tanto. Después de lo que parecía una eternidad, el cansancio lo venció, y finalmente se sumió en un sueño profundo.

Pero el descanso no duró mucho. Sin previo aviso, se encontró en el interior de un coche, una carretera desierta extendiéndose frente a él. Era de noche, y apenas podía ver más allá de la luz tenue de los faros. No sabía cómo había llegado allí, pero el volante en sus manos era real, y el sonido del motor lo hacía sentir atrapado en un lugar que no reconocía.

Pisó el freno, pero el coche no respondía. En cambio, comenzó a acelerar más y más, como si estuviera fuera de su control. Pedri intentó girar el volante, pero sus manos se sentían pesadas, como si estuvieran atrapadas en una niebla densa y opresiva. La carretera se volvía cada vez más estrecha, y los árboles al costado parecían acercarse peligrosamente, sus sombras alargadas envolviéndolo en una sensación de asfixia.

El miedo comenzó a consumirlo. Miraba a su alrededor, pero todo estaba oscuro. Su respiración se volvió rápida, su corazón latía descontrolado. Sentía el peso del peligro inminente, como si algo terrible estuviera a punto de suceder y no pudiera hacer nada para evitarlo.

—¡Pablo! —gritó desesperado, sin saber por qué lo llamaba.

El nombre de Gavi surgió de sus labios, casi como un reflejo, como si fuera lo único en lo que podía pensar en ese momento de angustia. Quería que él estuviera allí, aunque solo fuera para decirle que todo iba a estar bien. Pero el asiento del pasajero estaba vacío, y el silencio de la noche solo lo hacía sentir más solo y vulnerable.

De repente, las luces de otro coche aparecieron frente a él, acercándose a toda velocidad. Pedri intentó esquivarlo, pero era demasiado tarde. Los faros lo cegaron, y en un segundo, todo se volvió caos y sonido: el estruendo de los metales chocando, el dolor en su pecho, la fuerza brutal que lo lanzó hacia adelante. El mundo a su alrededor comenzó a desvanecerse, volviéndose borroso, como si estuviera siendo arrastrado hacia un abismo sin fondo.

En medio de la oscuridad y el dolor, la imagen de Gavi apareció en su mente. Era lo único que podía ver con claridad, la única cosa que lo mantenía aferrado a algo real en medio de ese caos. Recordaba su sonrisa arrogante, sus ojos intensos, la forma en que lo había mirado en el parque aquella tarde. La imagen de Gavi lo envolvía, como si fuera su único refugio, su única ancla en ese momento de desesperación.

—Pablo … —murmuró, sintiendo que se le escapaba el aliento.

Y luego, todo se volvió negro.

Pedri se despertó de golpe, el sudor frío cubriendo su frente y el corazón latiendo a toda velocidad, como si acabara de vivir realmente el accidente. Se sentó en la cama, respirando profundamente, tratando de calmarse. Su mente seguía llena de la imagen de Gavi, como si incluso en su subconsciente, él fuera lo único en lo que podía pensar.

Llevó una mano a su pecho, tratando de calmar los latidos frenéticos de su corazón. No sabía por qué, pero la pesadilla lo había dejado con una certeza dolorosa: Gavi significaba mucho más para él de lo que estaba dispuesto a admitir, incluso para sí mismo.

Al día siguiente, Pedri llegó al museo intentando dejar atrás la pesadilla de la noche anterior. Su cabeza aún estaba un poco confusa, y el cansancio no había desaparecido del todo. Aun así, intentó mantenerse enfocado en su trabajo, ordenando los archivos y ajustando las vitrinas de exhibición, haciendo todo lo posible para no pensar en Gavi.

Sin embargo, su intento de distraerse duró poco. De repente, escuchó pasos que se acercaban y una risa familiar que hizo que el estómago se le revolviera. Al girarse, vio a Gavi entrando al museo, pero no estaba solo. Ana estaba a su lado, caminando junto a él y aferrada a su brazo con una sonrisa radiante.

—Pedri, ¿cómo estás? —le dijo Gavi con una sonrisa amistosa, como si la última vez que se habían visto no hubiera ocurrido nada extraño.

—Bien… —respondió Pedri, su voz apenas un murmullo. Sintió que el corazón le daba un vuelco, intentando no dejar que su incomodidad fuera evidente.

—Me alegro mucho, mira Ana aquí esta Pedri —continuó Gavi, con su tono habitual de seguridad. Miró a la chica junto a él—. Pedri es el chico de la otra vez, del que te hablé, trabaja aquí y se encarga de las exhibiciones del museo.

Ana sonrió amablemente y extendió su mano.

—Es un gusto conocerte ahora muy bien, Pedri. Se que la otra vez no hablamos mucho, pero soy la novia de Gavi. He escuchado mucho de ti —dijo, con un tono amistoso que solo hacía que el estómago de Pedri se revolviera más.

—Igualmente… —respondió él, estrechando su mano y sintiendo una punzada de incomodidad al verlos tan cerca.

Gavi, con su sonrisa despreocupada, se inclinó hacia Pedri.

—Por cierto, estábamos hablando de salir a cenar esta noche. Ana pensó que sería buena idea invitarte —dijo, mirándolo directamente a los ojos—. ¿Qué dices?

Pedri dudó. Quería decir que no, que prefería no ir, pero parte de él, la parte que no podía negar lo que sentía, quería estar allí, aunque solo fuera para estar cerca de Gavi. Así que, con un nudo en la garganta, asintió.

—Claro, estaría bien.

—Perfecto —dijo Gavi, dándole una palmada en el hombro antes de que él y Ana se giraran para salir del museo.

Pedri miró cómo se alejaban, sintiendo que el mundo se le volvía más pequeño y pesado con cada paso que ellos daban. Se dio cuenta de que, por más que intentara negarlo, estar cerca de Gavi solo le traía dolor ahora.

Esa noche, Pedri llegó al restaurante donde se habían quedado de ver. Trató de calmar sus nervios y se convenció a sí mismo de que sería solo una cena, de que podría manejarlo. Pero cuando vio a Gavi y a Ana en la entrada, su sonrisa y la forma en que ella lo tomaba del brazo hicieron que todo su autocontrol se desmoronara.

Durante la cena, intentó mantenerse en control. Escuchaba las conversaciones superficiales, las risas que compartían Gavi y Ana, y cada tanto trataba de sonreír para que nadie notara cómo se sentía en realidad. Pero la conversación apenas llegaba a sus oídos, ya que su mente estaba demasiado ocupada intentando ignorar lo que sucedía frente a él.

Entonces, sucedió.

En un momento, Ana se giró hacia Gavi y le dio un beso en la mejilla. Fue un gesto rápido, sencillo, pero para Pedri fue como si alguien le arrancara el aire de los pulmones. Sentía que el corazón se le encogía con cada segundo que pasaba, y no podía apartar la mirada, aunque sabía que debería hacerlo.

Gavi le sonrió a Ana, murmurando algo que Pedri no logró escuchar, pero el brillo en sus ojos fue suficiente para que el dolor aumentara en el pecho de Pedri. Era como si todo lo que había pasado entre ellos en los últimos días hubiera sido una ilusión, un espejismo que había desaparecido en cuanto Ana entró en la vida de Gavi.

Intentó mantener la compostura y fingir que todo estaba bien, pero sus manos temblaban ligeramente y su voz apenas salía cuando intentaba sumarse a la conversación.

Finalmente, la cena terminó, y cuando se despidieron, Pedri apenas pudo sostener su sonrisa. Al ver a Gavi y Ana alejarse tomados de la mano, sintió que se quedaba solo, completamente vacío. Con cada paso que daba para alejarse de ellos, sentía que el peso en su pecho se hacía más insoportable.

Esa noche, mientras volvía a su departamento, Pedri se dio cuenta de que había perdido algo que ni siquiera sabía que tenía, y el dolor de esa pérdida era tan profundo que apenas podía respirar.

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Los quiero

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