Esa noche, apenas cerró la puerta de su departamento, Pedri sintió cómo el silencio se hacía insoportable. Era como si las paredes pesaran más, como si el aire fuera tan denso que costara respirarlo. Se dejó caer en el sofá, mirando el teléfono en su mano. Llamar a alguien era lo último que quería hacer, pero la angustia era tan fuerte que necesitaba escucharlo decir algo, cualquier cosa.
Después de dudar unos minutos, se decidió y marcó el número de Fernando, su hermano mayor. Sabía que a esas horas probablemente estaría ocupado, pero necesitaba hablar con alguien que lo entendiera, alguien en quien pudiera confiar.
—¿Pedri? —respondió Fernando, su voz sonaba algo adormilada, pero atenta.
Pedri no pudo responder de inmediato; un nudo en la garganta le impedía hablar. Finalmente, con un suspiro entrecortado, logró decir:
—Fer... Me duele el corazón —susurró, sintiendo cómo esas palabras le desgarraban el alma.
—¿Qué pasó, hermanito? —preguntó Fernando con suavidad, el tono protector que siempre usaba cuando sabía que Pedri estaba mal.
—Gavi... —la voz de Pedri se quebró al pronunciar su nombre—. Me rompió el corazón.
Al otro lado de la línea, Fernando permaneció en silencio, esperando pacientemente a que su hermano continuara. Pedri respiró hondo, intentando controlar las lágrimas que amenazaban con salir, y continuó:
—Lo vi hoy... con ella, Ana. Y fue como si... como si nunca hubiera significado nada para él. —Una lágrima rodó por su mejilla, pero la ignoró—. Me duele tanto, Fer. No sé cómo lidiar con esto.
Fernando suspiró, empatizando con el dolor de su hermano, aunque sabía que no había palabras mágicas para consolarlo.
—Pedri, ya sé que suena difícil ahora, pero tienes que recordar que, aunque sientas que todo se derrumba, esto pasará. Eres fuerte, y vales mucho más de lo que Gavi puede ver ahora mismo —respondió Fernando con firmeza.
Pedri apretó los ojos, como si así pudiera contener el dolor que sentía.
—Es que… me siento tan estúpido, Fer. Creí que tal vez sentía algo, pero parece que fui solo… un juego para él.
Fernando suspiró, buscando las palabras adecuadas.
—A veces, las personas que más queremos no son capaces de ver lo que tenemos para ofrecerles. Gavi no te valoró, pero eso no significa que tú tengas que dejar de hacerlo. Tienes una vida entera por delante, Pedri. Quizás hoy esto te rompa, pero estoy seguro de que esto te hará más fuerte.
Pedri escuchó las palabras de su hermano, pero en ese momento el dolor era demasiado fuerte como para ver algo positivo en la situación. Sin embargo, agradecía tener a alguien como Fernando, que estaba allí para él sin juzgarlo, dispuesto a escucharle incluso en sus peores momentos.
—Gracias, Fer… —murmuró Pedri, con la voz temblorosa—. En serio, gracias.
—Siempre voy a estar aquí para ti, hermanito. Y recuerda que no estás solo, ¿vale? Llámame cada vez que lo necesites.
Pedri asintió, aunque sabía que Fernando no podía verlo. Después de colgar, se quedó un rato mirando el teléfono, sintiéndose un poco menos solo. Sabía que, aunque doliera, tenía a su hermano y a sí mismo para salir adelante. Pero, aun así, no podía evitar que el dolor persistiera, una herida abierta que no se curaría tan fácilmente.
Después de colgar la llamada con Fernando, el departamento se llenó de un silencio incómodo y pesado. Pedri se quedó un rato inmóvil, con la mirada fija en el teléfono, como si en cualquier momento pudiera sonar y todo fuera una pesadilla. Pero el teléfono permaneció en silencio, y la soledad lo envolvió con una fuerza que lo hacía sentir aún más pequeño y vulnerable.
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En Esta Vida
RomanceEl Museo del Fútbol Club Barcelona siempre había sido un espacio de orgullo y reverencia. Para algunos, era el lugar donde la historia se encontraba con el presente, donde las leyendas del campo se transformaban en mitos inmortales. Pero para Pedri...