Capítulo 12

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Pedri llegó al departamento de Gavi después de lo que había sido un día extraño. Había pasado horas dándole vueltas a lo ocurrido después del partido y, sobre todo, a ese breve beso que no se le quitaba de la cabeza. No podía negar que sentía algo por Gavi, aunque también sabía que las cosas no serían fáciles con alguien como él, siempre distante, siempre complicado.

Tocó la puerta con una mezcla de nervios y expectativa, esperando encontrar al Gavi despreocupado de siempre. Sin embargo, cuando Gavi abrió, no vio esa sonrisa picarona ni ese brillo juguetón en sus ojos. En su lugar, lo recibió una mirada dura, casi fría.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Gavi sin rodeos, cruzando los brazos mientras mantenía la puerta entreabierta.

Pedri, confundido por el tono seco de Gavi, intentó suavizar la situación.

—Solo quería saber si estabas bien... después del partido y todo lo que ha pasado en redes. He visto algunas cosas y pensé que tal vez...

Antes de que pudiera terminar, Gavi lo interrumpió con un tono brusco.

—No tienes por qué preocuparte por mí. ¿Por qué te importa? —espetó, dejando entrever el enojo en su voz. Sus ojos eran una tormenta a punto de desatarse, y Pedri lo notó al instante.

Pedri dio un paso hacia atrás, desconcertado por la actitud de Gavi. Sabía que él podía ser difícil, pero nunca lo había visto tan enfadado sin motivo aparente.

—Gavi... ¿qué pasa? —preguntó, tratando de entender lo que estaba ocurriendo—. ¿Hice algo mal?

—¡No todo gira en torno a ti! —gritó Gavi, su voz resonando por el pasillo. Se acercó a Pedri, cerrando la distancia entre ellos de manera intimidante—. ¿Crees que porque hemos pasado un par de días juntos puedes aparecer aquí y preguntar cómo estoy? No eres nadie para mí, ¿entendido?

Las palabras de Gavi fueron como un golpe en el estómago para Pedri. No podía creer lo que estaba escuchando. Sintió que su pecho se oprimía, y por un momento no supo qué decir.

—Pero... pensaba que... —Pedri intentó hablar, pero su voz apenas era un susurro.

—¿Pensabas qué? —Gavi lo interrumpió de nuevo, su tono lleno de desdén—. ¿Que éramos algo? No te engañes, Pedri. Esto no es un cuento de hadas. No eres más que un niño, y yo no tengo tiempo para tus tonterías.

Pedri sintió cómo se le formaba un nudo en la garganta. Cada palabra de Gavi era como un puñal, y el chico no podía entender qué había cambiado en tan poco tiempo. Apenas horas antes, Gavi lo había besado, y ahora parecía decidido a empujarlo lo más lejos posible.

—¿Por qué me estás diciendo esto? —preguntó finalmente, con la voz temblorosa—. Si no te importo, ¿por qué...?

—¡Porque quiero que te alejes! —gritó Gavi, dando un paso más cerca de él, tan cerca que Pedri podía sentir su aliento, aunque sus palabras eran más veneno que aire—. No me busques, no me sigas, no quiero que vuelvas a aparecer en mi vida. No tengo tiempo para niños como tú.

Pedri dio otro paso atrás, ahora visiblemente afectado. Nunca había visto a Gavi así, tan lleno de rabia. No entendía de dónde venía todo ese odio, y cada palabra lo golpeaba con una fuerza inesperada. Quería irse, alejarse de todo ese dolor, pero algo dentro de él se resistía. Quería respuestas.

—Si no me quieres cerca, solo dímelo —dijo Pedri, más tranquilo de lo que realmente se sentía—. No hace falta que me grites ni que me trates así. Solo... sé honesto.

Pero Gavi no bajó la guardia. En lugar de calmarse, su enojo solo pareció intensificarse.

—¡Te estoy diciendo la verdad, Pedri! —gritó con más fuerza, sus manos apretadas en puños—. ¡No quiero que estés cerca de mí! No quiero nada contigo. No sé qué te hiciste a la idea de que esto era algo, pero no lo es. No somos nada. Tú no eres nada para mí.

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