Después de la locura en el estadio, Gavi no perdió tiempo en guiar a Pedri hacia su coche, sin dejar de bromear ni un segundo. Aunque habían salido por la puerta trasera para evitar a los aficionados más insistentes, siempre había alguien que lograba colarse para sacar una foto o intentar acercarse. Gavi, como si no le importara nada de eso, mantenía su atención fija en Pedri.
—Venga, Pepi —dijo Gavi de repente, mientras arrancaba el coche, dirigiéndose hacia alguna parte que aún no había revelado—. Hoy lo pasaremos bien.
Pedri frunció el ceño, sin poder contener su sorpresa.
—¿Pepi? —repitió incrédulo—. ¿De dónde salió eso?
Gavi rió mientras hacía un giro rápido en la carretera.
—No sé, te queda bien. Pedri suena demasiado serio, y Martín es tu apodo especial para mí. Así que te toca Pepi.
Pedri suspiró, sin saber cómo sentirse al respecto. Gavi siempre encontraba la manera de sacarlo de su zona de confort, incluso con un simple apodo.
—Pues no me encanta —murmuró, mirando por la ventana, intentando disimular la risa que amenazaba con salir.
—Demasiado tarde, Pepi —insistió Gavi, con una sonrisa burlona—. Ya te lo quedas.
Pedri decidió seguir el juego, aunque parte de él se preguntaba hasta qué punto iba a dejar que Gavi tomara el control de todo. Pero había algo liberador en no resistirse del todo.
—Muy bien, Martín —dijo con un tono sarcástico—. Tú también te lo quedas.
Gavi soltó una carcajada fuerte, golpeando el volante con una mano.
—Me encanta que me llames así. Suena mucho más sofisticado que "Gavi".
—No te pases —dijo Pedri, rodando los ojos, aunque no pudo evitar sonreír ante la ocurrencia.
El coche de Gavi los llevó hasta un bar exclusivo en el centro de Barcelona, uno de esos lugares a los que solo unos pocos privilegiados podían entrar sin invitación. Al llegar, Gavi saludó a algunos conocidos y, como siempre, parecía que el mundo entero lo conocía. Pedri, por otro lado, se sentía un poco fuera de lugar, aunque no era algo nuevo para él.
Entraron en el bar y tomaron asiento en una mesa más privada al fondo. Gavi, como si no hubiese jugado noventa minutos hace apenas unas horas, seguía lleno de energía, llamando la atención de todos con su risa y su actitud relajada.
—¿Qué vas a tomar, Pepi? —preguntó Gavi mientras ojeaba el menú, sin ni siquiera mirarlo—. Aquí hacen unos cócteles que te van a encantar.
—No estoy seguro... —Pedri dudó, mirando el menú de bebidas—. Solo quiero algo tranquilo.
—Nada de tranquilo esta noche —dijo Gavi con una sonrisa traviesa—. Un par de copas y ya te sentirás como en casa.
Pedri no pudo evitar rodar los ojos de nuevo, pero aceptó su destino. Sabía que con Gavi no había escapatoria, y aunque lo molestara en ocasiones, también había algo en esa intensidad que lo atraía.
Las horas pasaron rápido entre risas, bromas y algunas copas de más. Pedri se sorprendía a sí mismo cada vez que se encontraba riendo con Gavi, dejándose llevar por el momento. Aunque la atención que recibían en el bar le ponía nervioso, había algo en la presencia de Gavi que lo hacía sentir más seguro, como si pudiera relajarse.
—¿Te das cuenta de que cada vez que me miras de esa forma te pareces más a un cachorro perdido? —bromeó Gavi en un momento, inclinándose hacia él sobre la mesa.
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En Esta Vida
RomantikEl Museo del Fútbol Club Barcelona siempre había sido un espacio de orgullo y reverencia. Para algunos, era el lugar donde la historia se encontraba con el presente, donde las leyendas del campo se transformaban en mitos inmortales. Pero para Pedri...