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Los dolores comenzaron en plena madrugada. Me desperté de golpe, sintiendo una mezcla de dolor y emoción que me sacudía hasta el alma. El bebé venía en camino, y aunque estaba rodeada de la servidumbre y los guardias de Juan, en ese momento me sentí completamente sola. Las contracciones aumentaban y apenas podía mantenerme en pie. Uno de los guardias, con rostro preocupado, se apresuró a llamar a Mateo, quien organizó de inmediato el traslado al hospital más cercano.

El viaje en la camioneta fue rápido y silencioso. Los hombres de Juan parecían más tensos que nunca, vigilando cada esquina y las sombras que se escondían entre los árboles. Yo intentaba concentrarme en la respiración, tratando de calmar mi mente mientras sentía el peso de la vida que estaba a punto de traer al mundo.

Al llegar al hospital, los guardias no perdieron tiempo. Mateo y otro hombre se adelantaron para hablar con los doctores y enfermeros, advirtiéndoles, casi con amenazas en susurros, que no podían revelar la identidad del padre del niño. Algunos pacientes y sus familiares miraban con nerviosismo a los hombres armados, pero ninguno se atrevía a decir nada. Los médicos, atemorizados, asintieron rápidamente y se prepararon para llevarme a la sala de partos.


(...)


Me acostaron en una camilla y me colocaron una vía en el brazo mientras el dolor seguía aumentando. Sentía que mi cuerpo se dividía entre el dolor y la emoción, la ansiedad y la paz. Era como si el mundo se desvaneciera, dejándome a solas con la vida que estaba a punto de traer.

Justo cuando me preparaba mentalmente para el momento, un sonido cortó el silencio: disparos, no muy lejos. Mi corazón se aceleró, incapaz de entender si venían desde afuera o si el peligro había logrado traspasar las puertas del hospital. Uno de los guardias de Juan se asomó por la puerta de la sala, con expresión alerta y una pistola en su mano.

No pasó mucho tiempo antes de que Juan apareciera en la puerta, con una calma que contrastaba con la tensión en el ambiente. Al verlo, una mezcla de alivio y amor me inundó. Estaba aquí. Estaba conmigo en este momento crucial, cuando su hijo estaba a punto de nacer. Se acercó a mí, apartando al personal médico con una firmeza que solo él podía ejercer sin decir una palabra. Tomó mi mano y me miró con una intensidad que hacía que todo el miedo y la incertidumbre se desvanecieran.

"Estoy aquí, Isabel", susurró, apretando mi mano con suavidad. "Todo saldrá bien."



(...)



Las horas se volvieron borrosas; el tiempo parecía estirarse entre el dolor de las contracciones y la esperanza de ver finalmente a nuestro hijo. Los médicos trabajaban con rapidez, pero su nerviosismo era evidente. Los disparos habían cesado, pero la tensión seguía en el aire.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, escuché el llanto de un recién nacido. Los médicos me miraron con una sonrisa nerviosa y me entregaron a mi bebé envuelto en una manta. La emoción se desbordó en mi pecho mientras sentía su pequeño cuerpo calentito y frágil en mis brazos.

"Felicidades, es un niño", dijo el médico, intentando mantener la compostura.

Juan, que había mantenido su mirada fija en mí durante todo el proceso, dejó escapar un suspiro profundo al ver a su hijo. Se acercó con cautela, como si temiera romper algo sagrado. Sus ojos, usualmente fríos y calculadores, brillaban con una ternura que nunca antes había visto en él.

"Nuestro hijo", murmuró, extendiendo la mano hacia el pequeño rostro que apenas asomaba entre la manta. Tocó su mejilla con una suavidad que no parecía posible en un hombre como él.

"Es perfecto", dije, sin poder contener las lágrimas. En ese momento, todo el miedo y el dolor de los últimos meses se disiparon. Solo existíamos los tres en esa sala, como una familia.

Juan se inclinó y besó mi frente con una ternura que me estremeció, como si en ese beso se sellara una promesa. "Haré lo que sea necesario para protegerlos a ti y a él", me susurró al oído. Sus palabras eran una mezcla de amor y amenaza, pero en ese instante, me sentí segura, confiada en que cumpliría su promesa.




(...)





Momentos después, Juan tuvo que salir. Los guardias le informaron en voz baja sobre la situación en el hospital. A medida que lo veía alejarse, sentí que una parte de mí se iba con él, aunque su promesa de protegernos aún resonaba en mi mente.

De pronto, escuché un disparo proveniente del pasillo, seguido de unos gritos. Mi corazón se aceleró y miré a mi bebé, quien dormía plácidamente ajeno a todo. Mi instinto me decía que lo mantuviera cerca, como si así pudiera protegerlo del caos exterior.

Un médico entró corriendo, pálido y tembloroso, murmurando con voz baja pero suficiente para que lo escuchara.

"disparó a un hombre… intentaba llamar a la policía."

La noticia cayó sobre mí como un balde de agua fría. Sabía que Juan haría cualquier cosa por protegernos, incluso eliminar a quienes intentaran traicionarlo o poner en riesgo nuestra seguridad. Pero escuchar sobre sus actos tan de cerca, justo después de dar a luz, me llenó de una mezcla de miedo y resignación.

Los minutos siguientes se sintieron como una eternidad. Juan volvió a entrar en la habitación, con su porte imponente e inmutable. No dijo nada sobre lo ocurrido en el pasillo; en lugar de eso, me miró y se acercó, posando su mano en mi hombro mientras sus ojos se dirigían hacia nuestro hijo.

"Ahora, estamos más seguros", me dijo en un tono firme, sin dejar espacio a dudas.

Lo miré a los ojos y asentí, guardando cualquier pregunta o comentario. Había decidido confiar en él, en su protección y en su palabra, por muy difícil que fuera entender sus métodos. Aunque estaba envuelta en el mundo oscuro que él había creado, ese bebé que ahora dormía en mis brazos era la prueba de que algo hermoso y puro podía surgir de todo aquello.

"Vámonos a casa", dijo finalmente, con la voz suave y un atisbo de amor en su mirada.

𝕸𝖆𝖋𝖎𝖆: In The Morning 🚬💵 Juansguarnizo X Tnજ⁀➴𝑰ssabel ⌇🟣 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora