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El trayecto de regreso a la mansión se sintió eterno. Iba en la camioneta, con mi bebé dormido en mis brazos, mientras los guardias nos rodeaban en formación, listos para protegernos de cualquier amenaza. La tranquilidad del pequeño en mis brazos contrastaba con el constante zumbido de mis pensamientos. Había dado a luz y traído una vida al mundo, y al mismo tiempo, mi vida estaba entrelazada con una red de peligros que amenazaba cada día.

Al llegar a la mansión, nos recibieron con un silencio reverente. La servidumbre miraba con admiración al bebé, pero nadie decía nada. Los guardias se quedaron en sus puestos, más atentos que nunca, observando cada rincón de la propiedad. Mateo, como siempre, estuvo presente, supervisando todo, asegurándose de que no hubiera una sola brecha de seguridad.

Me llevaron a la habitación que Juan había preparado para mí y para el bebé. Era amplia, cálida, con muebles de madera oscura y suaves cortinas que bloqueaban el sol de las montañas. Había una cuna impecable junto a la cama, adornada con detalles que mostraban el esfuerzo y el esmero que Juan había puesto en nuestro bienestar.

Juan entró detrás de nosotros, y aunque su expresión era tranquila, podía ver una mezcla de orgullo y ternura en sus ojos mientras me observaba acomodar al bebé en su cuna.

“Ahora puedes descansar, Isabel,” dijo, acercándose lentamente. Su voz era suave, pero sentía su tono como una orden. “Sé que han sido días duros.”

Asentí, tratando de procesar todas las emociones que me invadían. Al ver cómo Juan se acercaba a la cuna y miraba a nuestro hijo con una expresión que rara vez mostraba, me pregunté si realmente era posible vivir con él y criar a nuestro hijo en un ambiente así. Pero había algo en su mirada que me hacía sentir segura, como si su presencia fuera el escudo que mantenía a salvo a nuestra pequeña familia.

Me senté en la cama y, al ver que él seguía junto a la cuna, me atreví a preguntarle lo que llevaba días guardando.

“Juan… ¿Realmente estaremos seguros aquí?” Mi voz sonaba frágil, casi como si temiera escuchar la respuesta.

Él me miró, y por un momento, su expresión cambió, como si quisiera decirme algo profundo, algo que tal vez él mismo dudaba. Pero luego, su rostro recuperó su firmeza.

“Mientras yo esté aquí, Isabel, nadie te va a tocar. Ni a ti ni a nuestro hijo,” respondió con convicción, y su tono era tan firme que no dejaba espacio para dudas.

De pronto, uno de sus hombres entró con la cabeza baja y con un informe en mano. Susurró algo en el oído de Juan que lo hizo tensarse. Él asintió y se giró hacia mí con una expresión que me heló.

“Tengo que salir un momento,” me dijo, intentando sonar tranquilo. “Pero Mateo y los guardias estarán aquí, así que no tienes nada de qué preocuparte.”

Quería preguntarle a dónde iba, quería detenerlo, pero sabía que no podía. Este era su mundo, y yo apenas estaba tratando de adaptarme. Lo vi salir de la habitación, dejando tras de sí el aroma de su colonia y una sensación de vacío que llenaba todo el espacio.




(...)





El día transcurrió lentamente, y a pesar de la comodidad de la mansión, no podía evitar sentirme encerrada. La servidumbre entraba y salía en silencio, ayudándome con el bebé, asegurándose de que no me faltara nada. Sin embargo, había algo en sus miradas que me decía que sabían más de lo que me dejaban ver.

Esa noche, cuando el bebé se durmió, me senté en el balcón de la habitación, mirando las luces de la ciudad a lo lejos. Las montañas y la oscuridad parecían envolvérnos, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente sola. Me pregunté si este era el tipo de vida que quería para mí y para mi hijo, si era capaz de soportar el peso de vivir en el mundo de Juan.

De repente, oí el sonido de un coche que se acercaba por el camino de grava. Mi corazón se aceleró. La puerta de la habitación se abrió, y allí estaba él, con su presencia imponente y esa mirada que, a pesar de todo, me hacía sentir protegida. Juan entró con pasos firmes y me observó un momento en silencio.

“¿Cómo estás?” me preguntó, acercándose y colocándose junto a mí en el balcón.

“Estoy bien, solo… necesitaba algo de aire,” respondí, sin saber muy bien cómo expresar el caos de emociones que me recorría.

Juan miró hacia la ciudad y luego bajó la mirada hacia mí, suavizando su expresión. “Sé que esto no es fácil para ti, Isabel. Pero créeme, todo lo que hago es para mantenerte a salvo. A ti y a nuestro hijo.”

Tomó mi mano con suavidad, algo poco común en él. No era un hombre de gestos delicados, pero ese toque, esa conexión, me hizo sentir que tal vez, solo tal vez, había una esperanza de vivir en paz.

Esa noche, mientras dormía, sentí que el peso de la incertidumbre se hacía un poco más ligero, como si la promesa de su protección pudiera realmente ser suficiente.

𝕸𝖆𝖋𝖎𝖆: In The Morning 🚬💵 Juansguarnizo X Tnજ⁀➴𝑰ssabel ⌇🟡 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora