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El sol entraba suavemente por las ventanas de la mansión, llenando la habitación de una calidez tranquila y silenciosa. Mientras sostenía en mis brazos a Sebastián, sentía el ritmo de su respiración pequeña y pausada, un compás que se había convertido en la música que daba sentido a mis días. A veces me costaba creerlo; tenía a mi hijo en brazos, el hijo de Juan Guarnizo. Ese niño llevaba el nombre y el apellido del hombre que me había arrancado de mi vida antigua, pero que, de alguna manera inesperada, se había convertido en el centro de mi nueva realidad. Sebastián Guarnizo.

A medida que pasaban las semanas, nuestro hijo iba llenando cada rincón de la casa con su presencia. Tenía apenas unos días de nacido, y ya su llegada había cambiado todo en nuestras vidas. Lo que antes era silencio y vigilancia constante, se llenaba ahora de los murmullos de Sebastián, de sus movimientos inquietos, de su llanto suave que resonaba en la madrugada, cuando Juan y yo éramos los únicos despiertos.

Juan se mostraba como nunca lo había visto antes: vulnerable y atento. Él era el que, muchas veces, sin importar la hora, se levantaba para calmarlo. Había algo casi tierno en ver cómo lo sostenía con una delicadeza que no pensaba posible en alguien tan acostumbrado a la dureza y el control. Ver a Juan, ese hombre duro y siempre alerta, en calma con su hijo en brazos, hizo que lo viera con otros ojos. A pesar de todo, parecía que en el fondo de su corazón, Juan Guarnizo también podía ser un buen hombre, un buen padre.

Una mañana, mientras sostenía a Sebastián, Juan se acercó a nosotros con esa expresión serena y firme que era tan propia de él. Observó al bebé en silencio, y luego, con voz baja, me preguntó: “¿Ya pensaste en algún nombre para él?”

Yo lo miré, dudando por un momento. Habíamos hablado de algunos nombres antes, pero ninguno me parecía lo suficientemente especial. Y entonces, sin saber realmente de dónde vino, lo dije casi en un susurro:

“Sebastián.”

Juan asintió, y una pequeña sonrisa se formó en su rostro, tan breve como un suspiro, pero que me dejó ver algo profundo y desconocido en él.

“Sebastián Guarnizo,” repitió en voz baja, y en su tono pude escuchar una mezcla de orgullo y esperanza.

Desde ese momento, el nombre de nuestro hijo se grabó en mi mente como un ancla que nos mantenía unidos a los tres. Cada día que pasaba, me sentía más apegada a Sebastián. No importaba cuánto intentara convencerme de que la vida con Juan era complicada y peligrosa; el lazo que nos unía ahora era inquebrantable. Mi hijo necesitaba a su padre, y aunque dudara muchas veces, yo sabía que necesitaba a Juan, que necesitaba esa seguridad que solo él podía darnos, por complicada que fuera.

Una tarde, mientras estábamos los tres en la terraza de la mansión, Juan me sorprendió pidiéndome algo inesperado.

“Quiero que le hables a Sebastián sobre el mundo, Isabel,” dijo, mirando a nuestro hijo dormido en su cuna de madera tallada. “Quiero que sepa, aunque sea solo en palabras, cómo es el lugar en el que va a crecer.”

Lo miré un poco desconcertada. No entendía bien lo que me pedía, pero en su mirada había una sinceridad que me desarmó.

Me acerqué a Sebastián, le acaricié la mejilla con suavidad y le hablé en voz baja, contándole sobre el sol, los árboles que nos rodeaban, el viento que entraba por las ventanas. Le describí lo hermoso que podía ser el mundo, incluso en un lugar tan aislado y vigilado. Juan me escuchaba en silencio, y en su mirada pude ver algo de paz, como si también él quisiera creer en esa belleza de la que le hablaba a nuestro hijo.

Con el paso de los días, Sebastián fue creciendo, y con él, yo también cambiaba. Ya no era la misma mujer que había llegado aquí meses atrás, ni siquiera la misma que había luchado con mis propios sentimientos en el hospital. Era madre, y eso lo cambiaba todo. Cada mañana, me encontraba deseando darle a mi hijo un futuro mejor, uno donde pudiera vivir en paz, lejos del peligro constante que rodeaba nuestras vidas.

Y, a pesar de todo, a veces pensaba en lo difícil que sería alejar a Sebastián de su padre. Por más oscuro que fuera el mundo de Juan, en su presencia había una fuerza que me hacía sentir segura. Sabía que mientras él estuviera con nosotros, nadie se atrevería a hacernos daño.

Juan, por su parte, también parecía encontrar en Sebastián una razón para intentar cambiar, aunque fuera en pequeñas cosas. No dejaba de ser el hombre duro y calculador que siempre había conocido, pero ahora, cuando estaba con su hijo, su lado humano se asomaba en gestos y miradas. Cuando se quedaba en silencio observando a Sebastián, podía ver en él un amor profundo y sincero, uno que me hacía preguntarme hasta dónde estaría dispuesto a llegar para protegernos.

Una noche, mientras nos encontrábamos en la habitación, Juan se acercó a la cuna y observó a Sebastián en silencio. Me acerqué a él, y, sin pensarlo, tomé su mano. Al principio, él me miró con sorpresa, pero luego, con una suavidad inesperada, entrelazó sus dedos con los míos.

“Gracias, Isabel,” dijo en un murmullo que apenas pude escuchar. “Gracias por darme una razón para cambiar.”

Aquel momento fue tan íntimo, tan lleno de verdad, que no pude evitar sentirme aún más unida a él. En sus palabras había una promesa que resonaba en mi corazón, una promesa de que, a pesar de las sombras que rodeaban nuestras vidas, él haría todo lo posible para protegernos y para ser el padre que Sebastián merecía.

Esa noche, me acosté con una paz desconocida, con la certeza de que, de alguna manera, habíamos formado una familia en medio del caos. Porque, aunque el mundo a nuestro alrededor estuviera lleno de peligros, en los brazos de Juan y en la risa suave de mi hijo, había encontrado un refugio.

𝕸𝖆𝖋𝖎𝖆: In The Morning 🚬💵 Juansguarnizo X Tnજ⁀➴𝑰ssabel ⌇🟣 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora