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Los días siguientes transcurrieron en una especie de neblina. Después de nuestra conversación en el jardín, algo dentro de mí comenzó a ceder, aunque aún luchaba por mantener mi espíritu intacto. Juan continuaba visitándome, siempre con la misma mezcla de amabilidad y control. Cada palabra que decía, cada gesto que hacía, parecía cuidadosamente calculado para acercarme más a él, para quebrar mis defensas, aunque nunca lo hacía de manera brusca.

Empecé a adoptar un comportamiento más sumiso, no porque realmente estuviera dispuesta a ceder, sino porque comprendí que era la única manera de ganar algo de tiempo y, con suerte, encontrar una salida. Sabía que Juan estaba observando cada una de mis reacciones, midiendo mi resistencia, y esa sumisión aparente lo complacía.

Una tarde, mientras estábamos en el salón principal de la mansión, me pidió que me sentara junto a él en uno de los sofás. Sentí un escalofrío recorrerme, pero hice lo que me pidió, tratando de mostrarme dócil.

—Veo que estás empezando a entender, Isabel —dijo, mientras me miraba con esa intensidad que me dejaba sin aliento—. Es bueno que lo hagas, porque quiero que te sientas a gusto aquí, que te des cuenta de que este puede ser tu hogar.

Asentí lentamente, sin atreverme a mirarlo directamente a los ojos. No sabía si era mi temor o una extraña fascinación lo que me hacía actuar así, pero la verdad era que empezaba a sentirme agotada de resistir. Sin embargo, una parte de mí seguía aferrándose a la idea de escapar, a la esperanza de que esto no duraría para siempre.

—Solo quiero entenderlo todo —respondí en un susurro—. Quiero saber qué esperas de mí, Juan.

Él sonrió, una sonrisa que era más cálida de lo que había esperado.

—No espero que cambies de la noche a la mañana —dijo suavemente—. Lo único que quiero es que me des una oportunidad, que intentes ver más allá de las circunstancias en las que nos encontramos. Todo esto puede ser mucho más fácil si trabajamos juntos, si dejas de verlo como una prisión y empiezas a verlo como una nueva vida.

Esa era su táctica, convertir el cautiverio en algo que pudiera parecerme atractivo, en una oportunidad de algo más. Y en cierto modo, funcionaba. Cada día que pasaba, cada conversación que teníamos, erosionaba un poco más mi resistencia.

Pero no me había rendido del todo. En el fondo, sabía que lo que estaba haciendo era jugar un papel, darle a Juan lo que quería para evitar que se volviera más agresivo. Si lo complacía lo suficiente, tal vez bajaría la guardia y me permitiría encontrar una manera de escapar.

—¿Y si no logro acostumbrarme a esto? —pregunté, intentando sonar genuinamente preocupada.

Juan me miró durante unos largos segundos, como si estuviera sopesando cada palabra antes de responder.

—Entonces encontraré la manera de ayudarte —respondió con una calma inquietante—. Pero te aseguro, Isabel, que no te dejaré ir. No puedes escapar de esto, porque estamos destinados a estar juntos. Lo mejor que puedes hacer es aceptar tu lugar aquí y dejar que las cosas sigan su curso.

Sus palabras me helaron la sangre. Por más que intentara ocultarlo, no podía negar el pánico que se apoderaba de mí cada vez que pensaba en lo que significaba realmente estar atrapada con él. No era solo su obsesión lo que me aterraba, sino la posibilidad de que, con el tiempo, terminara perdiendo completamente la capacidad de luchar.

Los días siguientes fueron una mezcla de sumisión y resistencia interna. Juan parecía satisfecho con mi comportamiento más dócil, y yo empecé a notar que me daba un poco más de libertad dentro de la mansión. Podía caminar por los jardines, visitar la biblioteca y hasta pasar tiempo en la terraza, siempre bajo la vigilancia atenta de sus hombres.

Pero aunque parecía que me estaba ganando su confianza, sabía que no podía bajar la guardia. No quería imaginar lo que pasaría si Juan se daba cuenta de que mi sumisión no era más que una estrategia, una fachada para mantenerme a salvo hasta que pudiera escapar.

Una noche, mientras cenábamos juntos, Juan me miró fijamente, como si estuviera evaluando algo.

—Estás haciendo progresos, Isabel —dijo, su voz cargada de una satisfacción que me hizo estremecer—. Estoy contento de ver que estás empezando a aceptarlo.

Bajé la mirada, fingiendo una timidez que sabía que él encontraría encantadora.

—Solo quiero hacer lo correcto —dije, eligiendo mis palabras con cuidado—. Quiero entender lo que esperas de mí.

Juan se inclinó hacia mí, su rostro cerca del mío.

—Lo que espero, Isabel, es que te des cuenta de que esto no es un castigo. Quiero que veas que este puede ser el comienzo de algo hermoso, si dejas de resistirte.

Asentí, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza. Sabía que estaba caminando sobre una cuerda floja, que cualquier error podría ser fatal. Pero también sabía que, mientras pudiera mantener esta fachada, mientras pudiera fingir ser lo que él quería que fuera, tendría una oportunidad, por pequeña que fuera, de escapar de este infierno.

Y esa era la esperanza a la que me aferraba, incluso cuando sentía que la oscuridad de Juan me envolvía cada vez más. Por ahora, solo podía seguir jugando el papel, esperando el momento en que pudiera romper la ilusión y encontrar mi libertad.

𝕸𝖆𝖋𝖎𝖆: In The Morning 🚬💵 Juansguarnizo X Tnજ⁀➴𝑰ssabel ⌇🟡 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora