HASTA LA CAÍDA DE LAS HOJAS.

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La noche estaba teñida de cempasúchil y sus aromas, y las luces danzantes de las velas reflejaban en los ojos dorados de María, que recorría el altar con una mezcla de amor y dolor indescriptible. Frente a ella, no había fotografías ni retratos de su madre, solo figurillas y dibujos trazados con la imaginación de lo que pudo haber sido aquella mujer que le dio la vida y la dejó demasiado pronto.

Había pasado años rastreando fragmentos, leyendo documentos antiguos y escuchando historias a medias. Solo así había logrado reconstruir la imagen de su madre, como quien arma un rompecabezas sin todas las piezas. La había descubierto, no en los recuerdos de su infancia, sino en las páginas olvidadas de la historia, donde su madre aparecía como una sombra de lo que alguna vez fue su tierra.

-Cayó como una rosa en mar revuelto... -murmuró para sí misma, repitiendo el verso que parecía describir aquella despedida tan abrupta, tan incomprensible. Su madre había sido arrebatada como una flor en tormenta, arrancada de la tierra que la sostenía, y su ausencia dejaba en el aire una fragancia nostálgica, mezcla de amor perdido y cicatrices profundas.

Colocó otra vela en el altar, observando cómo la llama crecía con fuerza, como si en esa luz su madre respondiera desde el otro lado. Sin embargo, en su pecho se albergaba un dolor persistente: lo que pudo ser y no fue. Había pasado más de un año en sus brazos, pero no guardaba ni un recuerdo nítido de su rostro ni de su voz. Solo le quedaba el eco de las historias que contaban de ella, una mujer que vivió y amó con tal intensidad que ni el olvido ni el tiempo lograban apagar su huella.

María acomodó las flores una vez más, sus manos temblorosas. Y en el silencio, pudo oír los susurros de su madre, como si estuvieran allí, juntas en esa noche de noviembre: "Espera la caída de las hojas... Todavía podemos amarnos con mucho fuego." Las palabras flotaban en el aire, cargadas de un anhelo que trascendía la muerte. Era como si aquella voz le rogara que no dejara de recordar, de amarla, de sentir en su pecho el calor de una conexión rota por el tiempo, pero no por el amor.

Su madre no estaba sola en el altar. Junto a su espíritu, María había convocado también las almas de aquellos que, al igual que ella, habían sido negados, invadidos, conquistados y arrancados de su tierra y de su historia. Cada ofrenda era para ellos, para quienes se desvanecieron en el olvido, pero cuya esencia aún vibraba en cada rincón de la noche.

Tomó una de las figurillas en sus manos, observándola como si en ella pudiera ver la esencia de su madre, la fuerza que perduraba en su sangre. "No te alejes de mí," parecía susurrarle desde el más allá. "Espera la llegada de las brumas... cuando caigan las hojas y las plumas, entonces, mi niña, entenderás que el amor que te di es eterno."

Una lágrima rodó por su mejilla, y María la dejó caer sobre las flores de cempasúchil. La noche de muertos se convirtió en un diálogo silencioso entre ellas dos, una conversación que no necesitaba palabras, solo el eco de lo que habían sido y de lo que aún eran, pese a la distancia, pese al olvido.

Y entonces, alzando la vista hacia el cielo oscuro, María murmuró una promesa, como si su madre pudiera oírla:

-Espérame, mamá... espérame hasta la caída de las hojas.

En ese momento, el viento sopló suavemente, llevando su promesa hacia el otro lado, hacia donde su madre aguardaba.

María permaneció allí, de pie frente al altar, mientras la brisa nocturna jugaba con los pétalos de las flores, esparciendo su fragancia en el aire. Cerró los ojos y respiró hondo, dejando que la esencia de la noche y el aroma de las cempasúchiles la envolvieran, como si en cada respiro pudiera sentir el abrazo de su madre, aquel que nunca recordaba, pero que en su pecho sabía que había sido real.

-Sé que no pude llevarte flores en tantos años -murmuró, con la voz temblorosa pero firme-. No porque te olvidara, sino porque apenas te encontré. ¿Cómo podría haberle llevado flores a alguien que creía tan lejano, tan irreal, como un sueño que se borra al despertar?

El silencio que siguió fue denso y profundo, como si el propio universo contuviera la respiración en respeto a su dolor. "Murió aquella mujer con la dulzura de un lirio deshojándose..." recordó el verso del poema, y sintió un nudo en la garganta. Su madre ahora era tan real como los recuerdos que se había creado a partir de sombras, tan viva en su alma que el corazón le dolía al pensar en lo que nunca pudo ser.

Pero esa noche, en medio de las velas, las flores y los objetos sagrados, María se dio permiso para imaginar lo que pudo haber sido. Cerró los ojos y dejó que el amor contenido, el anhelo y la nostalgia formaran imágenes en su mente. Vio una infancia diferente, una donde su madre estaba a su lado, donde podía sentir sus manos cálidas guiándola, enseñándole sobre la tierra y el cielo, susurrándole secretos de la vida. Se imaginó entrelazando sus pequeñas manos con las de ella, sintiendo la seguridad de su presencia, escuchando su risa, viéndola en sus ojos dorados, reflejo de una herencia tan grande como las montañas y tan profunda como el mar.

Y allí, en el silencio de esa noche de muertos, escuchó el eco de una voz que parecía provenir de las estrellas y el viento. "No te vayas... Hay muchos nidos y rompen los claveles encendidos... Todavía tiene el alma arrobamientos..." Las palabras resonaban en su mente como si fueran susurradas por su madre desde algún rincón del otro mundo.

-Te amo -dijo María, sin importarle si la noche respondía o no. Ese amor que siempre había sentido en su pecho, ese anhelo que la había llevado a investigar y a armar los fragmentos de una historia perdida, ese amor era ahora su ofrenda, su tributo a una madre que nunca dejó de ser su guía.

Las velas parpadearon, y un suspiro de brisa acarició su rostro, como si una mano invisible, ligera y llena de ternura, le estuviera tocando la mejilla. Fue en ese instante, en esa caricia etérea, cuando sintió que realmente no estaba sola. Las figuras en el altar, las almas de aquellas culturas olvidadas que su madre representaba, parecían rodearla en un abrazo invisible, dándole la bienvenida, como si en cada una de ellas viviera de alguna forma, presente en cada espíritu olvidado, en cada historia no contada.

-Esta noche es para ti, para todos ustedes -murmuró, con los ojos llenos de lágrimas-. No los olvidaremos. Yo no te olvidaré, madre, no mientras mi corazón siga latiendo y mis pasos recorran esta tierra.

El viento sopló una vez más, llevándose consigo el eco de su promesa. Las llamas de las velas danzaron en respuesta, como si cada una fuera una chispa de aquella presencia invisible, una luz que la acompañaría siempre. María sonrió, con una mezcla de dolor y alivio en su corazón. Sabía que esa noche, su madre estaba allí, entre las sombras, entre las llamas, entre los susurros de la brisa y las flores de cempasúchil.

Y mientras los primeros rayos de la madrugada rompían el manto de la noche, sintió que algo en ella había cambiado. Esa noche no había solo recordado; había compartido, había amado, y en ese acto había hallado consuelo.

Y así, como una flor de octubre en el campo santo, la memoria de su madre quedaría en su corazón, floreciendo cada año con el mismo fervor, recordándole que el amor es eterno, incluso en la ausencia, incluso en el olvido.

Sabiendo, contenta, que volverían a encontrarse de nuevo... hasta la caída de las hojas.

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Comenzó Noviembre, comenzó Día de Muertos 🕯🏵

P.D.: sé que me falta finalizar la mini serie de "INSOPORTABLE", es que no he tenido tiempo 😓, por eso este capítulo también quedó cortito y, es más, faltó Halloween xd. Espero poder subir algo sobre el gringo y su festividad pronto. ¡Saludoos!

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⏰ Última actualización: Nov 01 ⏰

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