Llegamos al local con el tiempo justo para que Lucas no perdiera los nervios. Los míos, sin embargo, estaban a flor de piel, sobre todo con Hope allí. Desde el coche se podía respirar el ambiente de peligro que salía de aquel lugar. Ella no parecía asustada, y eso me asustaba más a mí. ¿Por qué parecía que no le daba miedo nada? ¿Cómo era capaz de parecer tan segura en un lugar en que nunca antes había estado, con un chico que apenas conocía? Me apretó la mano que tenía sobre el muslo, como si pudiera leer a través de mí.
—Vas a darle una paliza a ese tío. Y después nos largamos, ¿entendido? —la voz decidida y seria de Hope se me incrustó en el cerebro.
—Estoy deseando de hacer eso último —asentí, tragando saliva.
Salimos del coche a la lluvia suave, y busqué su mano para agarrarla, como si necesitara algo que me mantuviera los pies en la tierra. Entramos por la puerta de atrás, buscando con la mirada una cara conocida. No había ring, solo un par de sacos de harina tirados en el suelo, delimitando el espacio. Estaba oscuro, un par de apliques de pared iluminaban el lugar. Lucas y Leo estaban al fondo, pegados a la pared. No parecían muy contentos de verme, o más bien, de verla a ella. Apreté más su mano, temiendo perderla entre la gente.
—Espero que estés fresco —mi entrenador me acercó unas vendas al pecho.
Le dije a Hope que se quedara allí con Leo, en el banquillo, y comencé a vendar mis manos en silencio.
—¿En qué estabas pensando? —me preguntó en voz baja, con una dureza notable en su voz.
—No lo estaba haciendo —negué, arrepintiéndome enseguida de todas las decisiones que había tomado en las últimas veinticuatro horas.
Bajé la cabeza, asumiendo la riña que estaba a punto de soltarme. El nudo que parecía haber desaparecido la noche anterior, volvió a acentuarse en mi garganta. Lucas no paraba de hablar, pero sus palabras me resbalaban como agua en un chubasquero. Tomé aire, necesitaría mantener el control más que nunca con Hope allí delante.
—Hoy peleas sin guantes, lo han pedido así. Mantén la guardia, el chico contra el que vas a pelear es un caído. Yo mismo lo entrené.
Asentí un par de veces, colocándome el protector dental.
—Ah, y cámbiate —me pasó un pantalón corto y me indicó la cortina detrás de él.
Obedecí, metiéndome tras la tela para cambiarme el pantalón. Allí dentro al menos me sentí lejos el juicio de sus ojos. Me tomé unos segundos para pensar en sus palabras, sin saber si eso debía asustarme. Sabía que era fuerte, pero no sabía cuánto podía serlo mi oponente. Había una posibilidad latente de que me dejara en el sitio y que a nadie del lugar le importara. Me llevé la mano al pecho, sintiendo una punzada de dolor. El murmullo de la gente de fuera se hizo más alto, y se escucharon aplausos por la sala. El público tenía su preferido, yo no era más que un intruso. Esa sensación no dejaba de estar presente en mi vida últimamente. Salí de allí intentando llenar mis pulmones de aire. Miré hacia el costado, buscando a Hope. Ella me dedicó una leve sonrisa desde su sitio que me calmó un poco. Sacudí la cabeza y calenté un poco mis piernas con un trote suave en el sitio. Lucas presentó a mi oponente, que fue coreado por todo el mundo, y después a mí. El tipo era un gorila, iba sin camiseta, con unos pantalones que no dejaban lugar a la imaginación. Yo no era pequeño, pero a su lado me sentí insignificante. Chocamos los puños antes de empezar. Al principio hubo un baile tenso entre los dos, y luego él lanzó el primer golpe. Lo esquivé con destreza, lo que pareció enfurecerlo. Su rostro se volvió oscuro, y sus movimientos comenzaron a pillarme desprevenido. Primero me golpeó el estómago, y después el hombro. Llevaba el control de la pelea, y yo no podía hacer más que esquivar y tratar de llevarme el menor número de golpes posibles mientras ignoraba el dolor que sentía donde me había dado. No me importaba parecer un cobarde, me importaba más no parecerle alguien peligroso a Hope. En aquel momento sentí que tenía el control de mí mismo, y que podía decidir no precipitarme a golpear todavía. Toda la primera parte del combate la pasé de la misma manera, fingiendo que sabía lo que estaba haciendo.
Lucas me pasó una botella de agua cuando salí de la zona de combate para el descanso.
—Bien, ya le has demostrado que sabes esquivar. ¿Cuando piensas empezar a golpear? —su voz era fría, y no estaba nada contento.
—¿Has visto a ese tío? No voy a poder tumbarlo, no todavía.
—¿Y cuál es tu plan? ¿Esquivar todos los golpes hasta que acabe la pelea?
—Hasta que se canse.
Reconsideró mis palabras.
—Buena táctica —dijo, como si le costara reconocerme el mérito.
Asentí para agradecérselo, y un ruido de bocina nos devolvió a la pelea. El tipo parecía mucho más enérgico que antes, y también mucho más cabreado. La segunda parte pasó mucho más rápido que la anterior. Me golpeó en la cara, haciéndome escupir sangre. Los segundos que perdí en ese momento fueron cruciales para lo que siguió, porque se lanzó hacia mí sin dejar de golpearme. Yo intentaba evitarlo, pero empezaba a sentirme menos en forma, el dolor localizado se me extendía a todo lo largo y ancho del cuerpo, y me costaba pensar con claridad. Al menos, aún seguía en pie, a pesar de mis pasos inciertos y mis movimientos torpes. Cuando la bocina sonó de nuevo, sentí alivio. Hope me esperaba de pie junto a Lucas, y se movía inquieta. Me dejé caer en el banquillo, con la espalda pegada a la pared, recuperando el aliento. Lucas me retiró la sangre que me bajaba por la ceja, y Hope se agachó entre mis piernas, apretando mi muslo. Se mordió la mejilla por dentro, pero me sonrió un poco. Lucas se alejó a coger una botella, y Hope se puso de pie, cogiendo mi cara entre sus manos.
—Sé que te encanta tenerlo todo bajo control, pero no es el momento. Machácalo. —murmuró con seguridad, como si creyera que tenía alguna posibilidad contra ese tipo.
Sus palabras se me clavaron en el cerebro, y sentí esperanza. Como si saber que ella creía en mí me hiciera imparable. Dejó un beso en mis labios antes de volver a su sitio. Su contacto me hizo sentir menos frío, y me llenó de la energía que me acababa de arrebatar el último asalto. Apreté los puños sobre mis piernas y me levanté con decisión cuando volvió a sonar la bocina, ignorando el agua que me ofrecía mi entrenador. No era momento para controlarse, el tipo que se acercaba a mí no parecía haberlo hecho, así que yo tampoco tenía porqué hacerlo. Yo también podía jugar sucio. Me impulsé para golpearle la mandíbula y desestabilizarlo, tal y como había hecho él antes. Aproveché la ventaja que tenía sobre él, que ya había gastado toda su energía en los dos primeros asaltos, y comencé a lanzar puñetazos mientras estudiaba su forma de evitarlos para pillarlo desprevenido. Dejé de pensar, se me nubló la mente con el deseo de acabar con él allí mismo. Se tambaleó un poco antes de que el último golpe le hiciera caer al suelo, y me subí a horcajadas sobre él para evitar que pudiera levantarse. El silencio de la gente que nos observaba se hizo eco en mi mente. El tipo que arbitraba la pelea no quiso empezar a contar, como si tuviera esperanzas de que se levantara y volviera a golpearme. Mi oponente me miró con una sonrisa diabólica, y le lancé un golpe en la cara antes de que pudiera volverse contra mí. Su cabeza golpeó el suelo con brusquedad, y su nariz empezó a sangrar. Me levanté, seguro de que ya no iba a volver a moverse. El árbitro siguió sin contar. Gruñí. ¿Acaso era su táctica? ¿Fingir que se dejaba ganar para pillarme desprevenido?
—¡Levántate! —grité— ¡Tu público parece no haber tenido suficiente!
Frunció el ceño desde el suelo y volvió a poner esa sonrisa diabólica antes de levantarse de un salto. Esquivé un par de golpes, que ahora lanzaba sin siquiera pensar. ¿Cómo podía seguir en pie? Le había destrozado la cara y parecía no importarle. Me escurrí detrás de él y le di una patada en la corva que le hizo caer de rodillas.
—Vas a tener que matarme si quieres acabar conmigo —murmuró, con los ojos negros como el carbón.
Puse los ojos en blanco antes de lanzar el último golpe que estaba dispuesto a dar aquella noche, desencajándole la mandíbula, haciéndolo deslizarse por el suelo unos metros antes de caer. Esta vez, Lucas entró en la zona de combate para hacer el conteo. Me salí de allí sabiendo que había ganado, sin quedarme a ver cómo terminaba de contar los segundos. El silencio de la gente se me hacía incómodo. Me costaba tragar saliva, la tensión que había en el ambiente se me estaba haciendo un nudo en la garganta. Busqué a Hope entre la gente, ya no estaba donde la había dejado la última vez. Me apoyé con las manos en la pared y cerré los ojos mientras la gente rompía el silencio por fin. Sentía la sangre en las sienes y en los oídos. La adrenalina me nublaba la vista, necesitaba irme de allí. El roce de una toalla mojada en mi ceja me hizo girarme. Hope me limpiaba la herida que aún sangraba, en silencio. Me calmó ver que no había salido corriendo después de haberme visto de esa manera. No parecía asustada, ni inquieta, solo un poco incómoda. Como si supiera que aquel no era su sitio. No fui capaz de decirle nada, aunque lo que más me apetecía hacer era echarme a llorar como un bebé en su hombro. Me ardía todo el cuerpo del dolor, y el olor del local me estaba dando náuseas. Cogí la botella de agua del banquillo y me la bebí entera. Solo en ese momento me giré para ver a la gente, se concentraban en un círculo alrededor de mi oponente que todavía seguía en el suelo. Lucas le golpeaba la mejilla para despertarlo. Mierda. Sabía que no estaría contento conmigo después de aquello. Hice una mueca, y Hope tiró de mi brazo.
—Vámonos. La cosa se está poniendo fea —cogió su bolso y tiró de mi mano, sorteando a la gente hacia la salida.
Todo me daba vueltas, el suelo parecía temblar bajo mis pasos. Me ayudó a subir al coche y se subió en su asiento, arrancando el coche para conducir lo más lejos posible de aquel sitio. Miré hacia atrás, buscando por si habíamos dejado algún rastro, como si temiera que alguien nos siguiera. Escondí mi cabeza entre las piernas y dejé que un par de lágrimas me salieran de los ojos. Hope no dijo nada en todo el trayecto, y yo me quedé allí escondido entre mis brazos hasta que se paró el coche. Mi ritmo cardiaco no conseguía volver a la normalidad, y sentí el miedo recorrerme toda la espalda. Tragué saliva y miré a Hope, esperando encontrarme una mirada inquisitiva en sus ojos, pero no fue así. Miraba al frente, con sus manos apretando el volante a pesar de tener el coche parado frente a su casa.
—Se pondrá bien, seguro —dijo como si intentara convencerse a sí misma.
Me limpié las mejillas con el dorso de la mano y me puse recto en el asiento.
—Sabía que no era buena idea que vinieras —se me quebró la voz en mitad de la frase.
—No quiero quitarte mérito—comenzó diciendo, con su tono habitual de sorna—, pero seguramente habrías acabado como ese tío si yo no hubiera estado.
—¿Qué? —me reí, y sentí una punzada de dolor en el abdomen al hacerlo — Auch.
Me miró con compasión, y se quitó el cinturón.
—Vamos, tienes que ducharte. Apestas a culpa. —se salió del coche, con una sonrisa burlona.
La indiferencia de Hope sobre todo lo que acababa de pasar no me hacía sentir mejor. De alguna manera, descubrir que ella no era tan vulnerable como yo pensaba, me hacía daño. Como si mi anterior trabajo intentando protegerla hubiera sido en vano. Se me llenó la cabeza de dudas mientras la acompañaba hacia la puerta. ¿Por qué querían que protegiera a una chica que no necesitaba ningún tipo de protección? Hope parecía tenerlo todo bajo control, y conocerla así, desde fuera, sin todo el caos mental que había visto de ella, me asustaba. No era la chica que yo había conocido. Siempre parecía estar a todo, y no dudar ni un poco de sí misma a pesar de todas las preguntas que yo sabía que había en su cabeza. La seguí hasta arriba, me dejó una toalla en el baño y cerró la puerta al salir. Me miré unos segundos al espejo, aquel cabrón me había dejado la cara hecha un cuadro. Tenía la ceja hinchada partida, y un hematoma empezaba a formarse alrededor del ojo. Me quité la ropa y entré en la ducha. Las imágenes de la noche anterior con aquella chica me pasaron por la cabeza como un torbellino. Me sentí en una pesadilla, imposible de disipar. Sus manos tocándome, los gritos que soltaba cuando la empujaba contra el lavabo... Quería vomitar. Y ni siquiera sabía por qué mi cuerpo estaba reaccionando a esos recuerdos que me angustiaban. Puse el agua fría y metí la cabeza, intentando borrar las imágenes con el agua congelada cayéndome por la espalda. Quise gritar alto y fuerte, pero contuve las ganas, solo solté un gruñido con la frente pegada a la pared.
Salí de la ducha y me puse los pantalones que Hope me había dejado la noche anterior. Sequé mi pelo de cualquier manera con la toalla antes de salir. Ella estaba sentada en la cama, tecleando en su móvil. Me miró y se mordió el labio.
—¿Vas a andar por mi casa sin camiseta? Porque me parece muy injusto.
—Está sudada —la alcé en mi mano.
—Puedo buscarte una si quieres. Aunque para mí no hay problema si quieres pasearte semidesnudo.
Pasó por mi lado, riéndose ella sola, saliendo de la habitación. Abajo, su madre hablaba con Cooper. Ninguno de los dos tenía ni idea de que estaba allí, y me avergoncé de que pudieran verme en aquel estado. ¿Qué iban a pensar del tipo que andaba con su hija? Me dejé caer en la cama, nada de lo que pasaba por mi cabeza me hacía sentir mejor, y estaba exhausto. Solo había dormido un par de horas la noche anterior, y sentía que mi cuerpo no daría más de sí si no descansaba. Mi teléfono empezó a vibrar en el bolsillo de los jeans. Lucas. Cogí aire antes de descolgar.
—¿Te ha llevado Hope a un sitio seguro?
—Sí.
—Bien. Al tipo se lo ha llevado la ambulancia. Han dicho que ha sido una pelea de bar, así que puedes estar tranquilo. Seguramente se recupere.
Me quedé en silencio, no me importaba en absoluto lo que le pasara a ese tío, pero me aliviaba saber que no habría consecuencias para mí.
—Te has llevado un buen pico, las apuestas eran muy altas.
—Bien —dije con frialdad.
Se quedó en silencio unos segundos, como si buscara las palabras precisas para hablar. El tono de Lucas era mucho más tranquilo de lo que estaba esperando.
—Has hecho lo que tenías que hacer. Mantuviste la cabeza fría. No ha sido perfecto, pero has hecho un buen trabajo.
Me quedé en silencio. No esperaba ese tipo de reconocimiento por su parte.
—No sé si es algo que deba celebrar.
—Lo es. Tengo que admitir que me sorprendes. No haces ni puto caso a mis consejos, pero parece que progresas bien.
Sonreí un poco, aunque no podía verme.
—Sé que este trabajo no es para tí. Tienes una conciencia mucho más pesada que la mayoría de los caídos. Eso no es malo... pero no dejes que te consuma.
—Gracias, Lucas —murmuré. No estaba seguro de qué más decir.
—No lo agradezcas. También estoy aquí para reconocer tu trabajo. Si no, sería un capullo.
Me quedé en silencio de nuevo, pensando que un poco capullo sí que era.
—Esa Hope tuya... no la he visto sorprenderse ni un poco. ¿De dónde la has sacado?
Me reí, negando con la cabeza. Escucharle hablar de Hope de esa manera me dejó un poco descolocado.
—Un tal Dios me la mandó. —Contesté, con sorna.
—Entiendo un poco mejor por qué no quieres renunciar a ella. Parece que te mantiene con los pies en la tierra.
Saboreé sus palabras en mi cabeza. Tal vez Hope tenía un impacto en mí que yo no era capaz de ver. Tal vez, las emociones que debía controlar no eran las que tenían que ver con ella.
—Ya sabes lo que dicen, no se puede interferir en los planes de Dios — respondí finalmente.
Lo escuché reír a través del teléfono.
—Descansa, te lo mereces, chico —dijo antes de colgar.
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Unholy Jail
General FictionHope nunca imaginó que una atracción prohibida la llevaría a los límites de lo desconocido. Seth no es solo el hombre misterioso que la atrae: oculta secretos que desafían todo lo que ella conoce. Entre la tentación y el peligro, ¿hasta dónde estará...