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La semana había pasado despacio sin tener apenas noticias de Seth. Me hubiera gustado que otro tema ocupara mi mente, pero los otros a los que podía acudir me aterraban profundamente: no tener trabajo, las voces en la cabeza, Arlo... Todo aquello parecía mucho menos importante que lo que pasaba entre nosotros. ¿Qué había hecho para lanzarlo a los brazos de otra? A lo mejor quise tomarme con calma algo que estaba destinado a ser un lío de un rato, pero tampoco parecía que él quisiera solo eso. Intentaba ahuyentar los pensamientos que tenían que ver con la culpa, porque sabía que no era culpa mía, pero no podía evitar sentir que algo de lo que había pasado le había hecho alejarse de mí. Tal vez forzarlo a pasar el rato con mis padres y someterlo a un interrogatorio con el que no estaba cómodo eran las razones principales, pero nunca lo sabría si no le preguntaba. Me moría de ganas por que me enviara un mensaje diciendo que lo sentía, y que no sabía cómo había podido estar tan ciego. Lo habría perdonado en seguida. Pero eso no pasó el jueves, ni tampoco el viernes. Su ropa seguía en mi habitación, doblada y limpia, y cada vez que pasaba frente a ella me maldecía en silencio. Me pregunté por qué ninguno de los dos éramos capaces de dejar el orgullo a un lado, pero tal vez yo era la única que pensaba en eso, y tal vez a Seth yo no le importaba tanto como yo creía. Sacudí la cabeza frente al espejo, no era el momento de ponerse reflexiva, las chicas me estaban esperando en el bar, y yo llegaba tarde como siempre. Cambiamos nuestro plan del viernes al sábado, porque Iris tenía un examen por la tarde en Silverbrook e iba a pasar la noche con algunos compañeros de la carrera, y Avery prefirió quedarse en casa con Axel viendo una serie a la que estaban enganchados.
No estábamos acostumbrados a temperaturas tan bajas en Sunvale, el aire costaba mucho respirar porque era tan frío que se sentía como cristales en las fosas nasales. Me hice una bola dentro del abrigo mientras caminaba por la calle oscura. Un mustang azul pasó por mi lado a poca velocidad. Por un momento pensé que se pararía para preguntarme algo, pero continuó su camino después de echar un vistazo. No pude verle la cara, pero me inquietó, y no pude dejar de tener la sensación de que alguien me estaba siguiendo, girándome cada vez que doblaba una esquina para comprobarlo. No le di más importancia, estaba acostumbrada a caminar con miedo de noche.
Llegué a The Nook con la nariz roja congelada, sintiendo que las manos se me iban a caer del frío. Busqué a mi grupo con la mirada, pero no estaban. Los que sí estaban eran los chicos del gimnasio, y en seguida reconocí la cara de Leo. Se habían sentado en nuestra mesa. Noté que el frío se me iba de repente, y me subía el calor de la rabia hasta las mejillas. Busqué el móvil en mi bolso con toda la rapidez que pude, y miré los mensajes. Avery me avisaba de que habían ido a otro sitio porque Seth estaba allí, y yo lo había leído demasiado tarde. Joder. Me di la vuelta para salir, pero alguien me cogió por la muñeca y me impidió hacerlo. No tuve que adivinar mucho, por la sensación que me recorrió el cuerpo supe que era Seth. Intenté deshacerme de su agarre con un tirón, pero me resultó imposible, era mucho más fuerte que yo.
—Hope —pronunció mi nombre en un susurro, y supe que no me iba a dejar marchar hasta que escuchase lo que tenía que decirme.
Destensé mi brazo y miré hacia la mesa donde estaban sus amigos. Todos estaban pendientes de la escena, y me dieron ganas de mandarlos a la mierda, pero me contuve. Seth ya se había reído de mí lo suficiente, no quería que sus amigos lo hicieran también.
—Suéltame, por favor —dije en voz baja, con determinación, aún sin girarme del todo.
—No puedes estar enfadada conmigo para siempre.
—No estoy enfadada. —Empujé la puerta hacia el exterior cuando me soltó la muñeca, y me siguió hasta fuera.
—Lo pareces. Me evitas, y no me has escrito. —El tono de su voz parecía un intento de mantenerse firme, pero había una ligera nota de vulnerabilidad que lo delataba.
—Tú eres el que me evita, ¡y tampoco me has escrito! —alcé la voz sin querer, dejándome llevar por la cascada de rabia que sentí en aquel momento.
Miró alrededor, la gente que fumaba en la puerta nos estaba observando, y no pareció gustarle. El mustang azul que había pasado por mi lado unos minutos antes bajó la calle principal a nuestro lado, y sentí el miedo anterior recorrerme la espalda.
—Vamos a otro sitio —dijo con la voz endurecida, sin apenas mover los labios, mientras me cogía la mano para tirar de mí.
Me deshice de su agarre de un tirón, consciente de que mis esfuerzos por mantener el contacto a cero serían en vano unos minutos después. Miró nuestras manos con un gesto de frustración, pero siguió andando hacia el callejón. Lo seguí, porque en el fondo también quería una explicación, aunque confiaba en que no hubiera nada que explicar y que todo esto hubiera sido simplemente un malentendido estúpido. Se paró debajo de una farola que tenía la bombilla fundida, y me miró con los labios tensos en una fina línea, mientras apretaba la mandíbula.
—No es lo que crees. —Dijo rompiendo el silencio, con su voz baja, cargada de exasperación contenida.
—Cada vez que un tío se acuesta con una tía y siente que tiene que dar alguna explicación, empieza con esa frase. Me lo has dicho todo sin decir nada. —Hice un amago de marcharme, sabiendo que me detendría agarrándome de alguna manera, buscando con desesperación que lo hiciera.
Tiró de mi mano con suavidad, y yo deseé con fuerza que su roce dejara de hacerme sentir que estaba atada a él. Sus ojos me buscaron en la oscuridad, intentando que lo creyera.
—Zara no significa nada para mí. Solo necesitaba espacio, tiempo para pensar.
Alcé una ceja, no me creía ni una sola palabra.
—¿Te acuestas con alguien cada vez que necesitas espacio y tiempo? —pregunté, soltando su mano, cruzándome de brazos.
—No. —Frunció el ceño, sin entender del todo la pregunta que le acababa de hacer.
Suspiré, dejando que mi rabia saliera un poco de mi cuerpo. Sentí unas ganas tremendas de decirle cómo de tonta me sentía, pero no me salieron las palabras. Volvió a buscar mi mano, haciendo que descruzara los brazos, y yo dejé que lo hiciera. Me cogió las dos y tiró de mis dedos para acercarme a él.
—Creí que me escribirías cuando se te pasara el enfado, no quería atosigarte...
Solté el aire despacio, sintiendo que me ablandaba como el tono de su voz.
—Perdóname, Hope —susurró, pasándome la mano con suavidad por la mejilla—, te lo suplico.
La súplica del final terminó de deshacerme por completo. Sonaba a una disculpa sincera y sin segundas intenciones ocultas, pero con su confesión no me sentía más tranquila. En el fondo, quería creerme que solo era una amiga. Le aparté la mirada para que no pudiera ver en mis ojos lo vulnerable que me sentía en aquel momento. La mano con la que me cogía la mejilla me obligó a mirarlo de nuevo, sus ojos oscuros brillaban.
—Ni siquiera sé qué decir —murmuré.
—No sabía que te sentirías tan mal por eso, pensaba que querías que fuéramos amigos —algo en el tono de su voz me decía que mentía.
Hice un gesto de desaprobación, queriendo deshacerme de su agarre de nuevo.
—No me mientas. No vas por buen camino si lo haces.
Se quedó en silencio, como si mis palabras le hicieran darse cuenta de que ya era demasiado tarde, y ya hubiera tomado el camino de la mentira otra veces conmigo. Me soltó con suavidad, sabiendo que no podía retenerme contra mi voluntad, y menos después de eso.
—¿Qué puedo hacer, Hope? Dime, ¿qué puedo hacer para que me perdones? —insistió, de verdad parecía arrepentido, pero sus palabras no paraban de mandar mensajes contradictorios, y la fuerte sensación de que no me estaba siendo sincero del todo hacía que me costase creerlo.
—Nada, solo... deja que lo piense... —comencé a alejarme, esta vez sin intentar que me detuviera.
—Hope, por favor... ven —me hizo un gesto para que volviera a acercarme. Seth sabía perfectamente que me derretía con su contacto físico, y estaba utilizándolo para manipularme.
Ni siquiera tenía palabras, no sabía lo que estaba sintiendo. Continué caminando sin mirar atrás, en dirección al otro bar donde se encontraban mis amigos. Se me quedó una sensación helada en el cuerpo, sabía que sus palabras eran importantes, pero lo que no decía me lo resultaba más. ¿Con cuántas cosas me había mentido? No me había contado mucho sobre él, pero pensar que lo poco que sabía no era verdad me hacía retorcerme por dentro. Hasta ahora sabía que quería ocultarme su pasado, eso lo tenía claro, pero, ¿por qué mentirme sobre el presente? La única cosa en la que podía haberlo hecho era el boxeo, y tampoco fue una mentira, solo me ocultaba la información, lo cual me parecía aún peor. Aceleré el paso queriendo llegar lo antes posible, como si eso fuera a cambiar algo.
El frío se me colaba en los huesos tanto que empezaban a dolerme justo cuando llegué a la puerta del otro bar. Había mucho más ambiente que en el viejo antro de Henry, y yo no sabía si eso me calmaba o me ponía más nerviosa. En la puerta estaba aparcado el mustang azul, y apreté mi mandíbula, escondiendo la inquietud que empezaba a crecer en mi cabeza. ¿Me estaban siguiendo? Sacudí la cabeza para evitar la idea, me convencí de que sería pura casualidad. Sunvale era un pueblo grande, pero ese coche no lo había visto antes. Empujé la puerta, rezando por que mis amigos estuvieran cerca y no me costará encontrarlos, porque aquel sitio también era mucho más grande de lo que estaba acostumbrada. El bullicio del lugar hacía que la música fuera prácticamente inaudible, mi grupo estaba a la entrada, en una mesa alta, pegados a una estufa de pellets que caldeaba todo el local. Avery se acercó a abrazarme, con su característico arranque de amor que le daba cuando había pasado de la tercera cerveza. Estaban jugando al Uno, como si el ruido de la gente no les molestara en absoluto. Me uní a la partida después de quitarme el abrigo y pedir una Coca Cola, no tenía el cuerpo para tomar alcohol aquella noche. Me metí de lleno en la partida, viendo como Axel y Avery se picaban y se guardaban todas las cartas malas para mandárselas entre sí. La primera partida fue larguísima, tuvimos que barajar las cartas más de una vez para poder continuar, y al final ganó Axel. Los demás quisieron seguir jugando, pero Iris y yo estábamos cansadas de tener en la mano seiscientas cartas y no tener ninguna oportunidad de deshacernos de ellas, así que dejamos de jugar. Nos acercamos a la barra para rellenar la bebida, y se giró a mirarme mientras esperábamos.
—He indagado un poco sobre ese Seth tuyo, pero no creo que haya averiguado nada que no sepas.
—Ah, ¿sí? Dime lo que sabes —sonreí de oreja a oreja, esperando encontrar un poco de claridad en todo este asunto.
—No mucho, que llegó nuevo hace un par de meses pero nadie sabe de dónde, que participa en peleas clandestinas todas las semanas, varias veces, para ganar dinero, y poco más. No parece muy interesante —comenzó diciendo, y una sensación de decepción me invadió—. Sin embargo... He preguntado un poco más sobre Lucas. Cuando me dijiste lo de las peleas clandestinas me acordé de que conocía a un tipo que hacía eso, y rebusqué en sus redes sociales en por si encontraba algo. Decidí preguntarle directamente al tío que conocía, y resulta que su entrenador tiene un grupo que se hacen llamar Los Caídos, nadie quiere pelear contra ellos porque juegan muy sucio. Todos llevan tatuado un círculo en alguna parte del cuerpo, dijo que creía que los obligaban a llevarlo para estar marcados, por si en algún momento decidían dejarlo tirado, que siempre supieran de dónde vienen... Ah, y me dijo otra cosa: que los chicos que Lucas recluta son gente sin casa, sin estudios, sin familia y sin nada, básicamente, para que les jure algún tipo de lealtad y nunca puedan irse.
El entusiasmo por saber más sobre Seth se fue disipando con cada palabra que Iris iba diciendo. Esperaba información que me ayudara a aclarar mis dudas, pero lo que acababa de escuchar no lo hacía, solo añadía más capas de misterio. La imagen de Seth en aquella pelea clandestina, rodeada por un grupo que se hacía llamar Los Caídos, hizo que me recorriera un escalofrío por la espalda. La confianza que había depositado sobre él parecía ir desmoronándose con cada cosa que iba descubriendo, y me maldije por haber dejado que las cosas pasaran tan rápido sin siquiera detenerme a pensar. Intenté convencerme de que todo eso solo eran rumores, y que seguramente la realidad poco tenía que ver con aquella información que acababa de recibir. Sabía que Lucas reclutaba a chicos con una vida difícil porque Leo me lo había contado, pero no sabía que los marcaba con un tatuaje característico para hacerlos jurar lealtad, aunque eso explicase de alguna manera que todos los que conocía con ese tatuaje estuvieran en el mismo círculo. La inquietud se me aferró al pecho. Todo eso ya lo sabía, en el fondo, pero escucharlo de la boca de Iris me hizo darme cuenta de que esto era la vida real, y que un grupo como aquel podía ser mucho más peligroso de lo que pensaba. Sentí que la perspectiva en la que había estado viviendo no era real. Lucas no me pareció una persona de este estilo, ni Leo, ni Seth. Pero el hecho de que él me ocultara cosas me hacía cuestionármelo todo, y ahora parecía tener sentido que quisiera hacerlo. ¿Y si me estaba protegiendo de algo que yo no tenía ni idea? Eso era absurdo, había sido él quien se había interesado por mí primero, si hubiera pensado que meterme en su vida era peligroso, quizás no lo habría hecho. Aunque en aquel momento no tenía claro que Seth fuera la buena persona que me había imaginado, y tal vez simplemente tomaba decisiones a lo loco sin pensar en las consecuencias. Tenía sentido que hubiese querido conocerme por impulso y ahora quisiera alejarse de mí al ver que esa vida no encajaba conmigo. O al saber que me ponía en peligro. Pensarlo hizo que se me revolviera el estómago. ¿Estaba en peligro? Recordé todas las veces que Seth había dicho algo que debería haberme asustado y no lo hizo, ahora sí tenía miedo. Tragué saliva, empezando a sentirme mareada.
—Seguramente son rumores. —Dijo Iris, quitándole importancia, al ver que no decía nada. Seguramente mi cara decía mucho más de lo que pensaba.
—Seguro, sí. —Respondí en un torpe intento de autoconvicción.
Volvimos a la mesa con las manos llenas de bebidas para repartir entre los cinco. Todavía jugaban a las cartas con la misma intensidad de antes, y yo sentí que se me había parado el tiempo en la conversación con Iris.
A medianoche decidimos irnos a casa. Avery y Axel se despidieron de nosotros en la puerta, Paul, Iris y yo íbamos en la misma dirección. Mantenían una conversación en la que yo no estaba participando, como prácticamente el resto de la noche. Mi cabeza estaba en otro sitio, pensando demasiadas cosas a la vez sin sacar en claro nada de ninguna de ellas. Por el camino insistieron en acompañarme a casa, aprovechando que Iris tenía que pasear a su perro por última vez en el día, y yo acepté porque no quería estar sola. La única razón por la que había decidido ir al bar en lugar de a casa era esa, sabía que cuando estuviera sola la tormenta de sentimientos me llevaría por delante, que no podría dormir y que acabaría corriendo en la cinta a las cuatro de la mañana para encontrar un poco de paz. Sin embargo, supe que la noche no acabaría así cuando vi una figura conocida sentada en la acera frente a mi casa. Se levantó del suelo cuando me vio aparecer, y metió sus manos en los bolsillos del pantalón. Llevaba unos vaqueros azules anchos y una camiseta oscura grande, y me permití pensar en lo guapo que estaba a pesar de todo. Suspire, con una mezcla de sensaciones en el cuerpo.
-Podéis volver ya si queréis. Estaré bien.
-Segura? Con todo lo que sé, no me da buen rollo.
-No te preocupes, lo tengo controlado. - Mentí, no había nada bajo control.
Asintió un par de veces antes de darse la vuelta y marcharse por otra calle para continuar paseando con su perro. Esperé hasta que el eco de sus pasos se perdió en la distancia antes de acercarme a él, con los brazos cruzados, tratando de mostrar una distancia emocional que a estás alturas era casi imposible de fingir.
—¿Qué haces aquí? —pregunté intentando mantener mi voz calmada.
Me miró unos segundos y apartó la mirada enseguida, como si de repente pensara que no era una buena idea estar ahí.
—Necesitaba verte —murmuró.
—Ya me has visto antes.
—Lo siento, Hope —dió un paso al frente para acortar la distancia—. Sé que te he dado razones para dudar de mí, y no tienes por qué escucharme si no quieres. Pero si me dejas... —se interrumpió para suspirar profundamente — No puedo contártelo todo ahora, pero estoy dispuesto a sincerarme contigo en todo lo que pueda, si eso sirve de algo.
Su voz temblaba un poco, como si a pesar de decir aquellas palabras no se sintiera cómodo del todo.
—No sé si "sincerarte todo lo que puedas" es suficiente —la frustración en mi voz era evidente —. Llevas demasiado tiempo jugando al misterio, y honestamente, no sé cuánto más puedo soportarlo.
Se pasó la mano por la mandíbula, como si no supiera qué más decir y estuviera perdiendo la paciencia siendo tan suave. Su gesto implicaba algo más, pero no sabía descifrar qué. Miró alrededor unos segundos antes de buscar mis ojos. Asintió, después de mover sus labios para lanzar una respuesta que nunca llegó.
—Lo sé —admitió en voz baja al final—. Pero si te lo dijera todo, probablemente me odiarías.
Su confesión se quedó suspendida en el aire, haciéndolo más denso. Me pregunté de qué se trataba, y por qué su pasado podría hacerme odiarlo. Una parte de mí estaba llena de rabia y quería marcharse, dejarlo allí solo con sus secretos y olvidarme de todo, pero la otra parte quería quedarse, entender qué le estaba pasando y saber qué podía hacer por él.
—No lo sabrás hasta que lo hagas —respondí con determinación.
—Lo sé, con total seguridad.
—No es justo, Seth. No puedes pretender que siga contigo como si nada, cada cosa nueva que sé de ti es, o bien porque se te ha sometido a presión, o bien porque he tenido que investigar por mi cuenta. Estoy cansada, pasan tantas cosas que no entiendo, que no sé dónde voy a acabar. Me prometiste que contigo no me volvería loca.
Asintió de nuevo, como si aquella conversación ya hubiera pasado por su cabeza y mis palabras las hubiera asimilado antes incluso de que yo las dijera. Dió otro paso para acercarse, y la brisa cálida a la que estaba acostumbrada me abrazó. El olor de su jabón se me metió en el cerebro, recordando cuántos días había olido mi almohada a él. El aroma que normalmente me reconfortaba ahora me hacía sentir confundida.
—Déjame ser yo quien te aclare las cosas.
Alcé la vista hasta sus ojos, que brillaban a pesar de la oscuridad de la calle. Respiré profundamente, tratando de deshacer el nudo de mi garganta, sintiendo cómo me ablandaba con su cercanía.
—¿Qué se supone que tengo que hacer para que eso pase?
—Solo dame tiempo —me acarició la mejilla con sus dedos—, te prometo que te contaré todo cuando me sienta preparado. Me da demasiado miedo perderte ahora.
Su voz se rompió al final, incapaz de continuar hablando.
—¿Y qué pasa con Zara?
Frunció el ceño sin entender la pregunta.
—No quiero saber nada de ella.
Dudé unos segundos. Intentaba no caer en la trampa que me había tendido, pero era imposible, estaba demasiado cerca de mí y parecía vulnerable.
—Tengo muchas preguntas, Seth —negué con la cabeza, dando un paso hacia atrás.
—Yo puedo responderlas —se acercó de nuevo, negándose a dejar el aire correr entre los dos.
Negué de nuevo, sacudiendo la cabeza, intentando salir de su embrujo.
—¿Por qué todos Los Caídos tenéis el mismo tatuaje?
—¿Qué tatuaje? Yo no tengo ninguno —se miró los brazos.
—El círculo perfecto —murmuré, y él frunció el ceño de nuevo, sin entender.
—No sé de qué me hablas, Hope.
—Todo el mundo lo lleva, Lucas tiene uno en la espalda, Leo también, y el tipo contra el que peleaste también lo llevaba.
Se quedó pensando unos segundos que me parecieron eternos, mordiendo su pulgar mientras miraba al suelo.
—Supongo que será algo del grupo, no lo sé —parecía decir la verdad pero, ¿cómo era posible que él no hubiera reparado en eso?
—Sé que Lucas os recluta porque no tenéis nada que perder, y que os hace jurar lealtad para que no podáis dejarlo tirado.
Soltó una leve carcajada que me descolocó por completo.
—¿Eso te han dicho?
Asentí despacio, con seriedad, sin terminar de comprender por qué se reía.
—No nos hace jurar ninguna lealtad, se la damos porque nos salvó el culo. Se la ganó. Es complicado, ser un Caído significa algo más que pertenecer a una pandilla. Todos hemos perdido algo que jamás podremos recuperar.
—No me parece motivo suficiente para marcar a todos los pobres chicos que recoges de la calle como si fueran ganado.
—Mira, no tengo ni idea de qué es ese tatuaje, pero si te preocupa, puedo preguntarlo. ¿Te parece? —en sus labios había una sonrisa simpática que pretendía calmar el ambiente.
Yo solo asentí como respuesta.
—¿Qué hiciste para acabar en la calle? —pregunté en voz baja, incapaz de mirarlo a los ojos.
—Un montón de cagadas. Una detrás de otra. Es todo lo que puedo decirte.
—Esa no es la sinceridad que me has prometido.
—Ni siquiera me creerías si te dijera la verdad.
—Inténtalo.
Negó con la cabeza, con una sonrisa burlona, como si ahora le divirtiera verme intentar manipularlo como él hacía conmigo.
—Cuestioné la autoridad de mi padre, me dieron la oportunidad de arreglarlo, lo hice todo mal y me echaron.
—No voy a conseguir sacarte nada más a parte de eso, ¿verdad?
—Es todo lo que puedo decir —se encogió de hombros.
—¿Son peligrosos los caídos? —murmuré, con miedo de soltar la pregunta y que la respuesta fuera afirmativa.
—Lo serían si no fuera por Lucas. No te haces a la idea de lo que él hace por todos. El chico con el que peleé seguramente sería mucho más peligroso si no se hubiera cruzado con Lucas.
—¿Entonces solo sois un grupo de niños abandonados jugando a las peleas?
Soltó una risa amarga.
—Sí, vamos a dejarlo así.
—¿Y por qué todo el mundo tiene miedo de pelear contra vosotros?
—Porque siempre ganamos —sonrió con orgullo, como si saber que los demás temían pelear contra él le hiciera sentirse bien.
Solté todo el aire en un bufido, con la extraña sensación de que la conversación no me llevaba a ningún lugar donde las ideas fueran más claras.
—Te perdono —dije al final, con resignación—, pero eso no significa que tengas derecho a seguir ocultándome cosas —le advertí con el dedo índice—. Te cortaré el pene con las tijeras de la costura si lo haces.
Se agarró el paquete con las dos manos y puso cara de dolor.
—Auch —murmuró, mientras daba un par de pasos hacia mí, y me cogía la cara con las dos manos.
Se me aceleró el corazón de repente, y me estremecí cuando sus labios tocaron los míos con una caricia tibia y húmeda. Me agarré a la cintura de su camiseta para aguantar el equilibrio, y él se separó despacio buscando mis ojos.
—Sabía que me perdonarías —sonrió de oreja a oreja.
—Eres un capullo. No me tienes tan en la palma de la mano como te piensas —alcé las cejas, flipando.
—Ah, ¿no? —susurró, casi en mi boca.
—Eres tú el que ha venido a buscarme.
—Soy yo quien la había cagado.
—Touché —susurré antes de acercarme de nuevo a sus labios, tirando de su camiseta para quedarnos pegados.

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⏰ Última actualización: Nov 10 ⏰

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