El murmullo del agua corriendo en el baño iba casi tan rápido como los pensamientos de mi cabeza. Sentía en mi boca un sabor agridulce. La forma en que Seth se presentó la noche anterior en mi casa, completamente vulnerable y sin ningún otro sitio seguro al que acudir, me había desarmado. Saber que no solo disfrutaba de mi compañía, sino que también pensaba en mí si necesitaba ayuda, me hacía sentir especial de alguna manera. Todavía podía mascar lo incómoda que me había sentido en aquel lugar, como un pez fuera del agua. La única razón por la que estaba allí era por él, por la rabia que había sentido al saber que la única persona en la que confiaba lo lanzaba a los perros para ganar un poco de dinero. Apreté los puños al recordarlo. Me parecía injusto que, sea lo que sea lo que había pasado en su vida, la única solución que había encontrado fuera esa. No saber nada sobre su pasado me inquietaba. No podía pensar en otra cosa que no fuera en por qué no buscó un trabajo en un McDonald como habría hecho cualquier chico de su edad si se viera en una situación similar. Pero yo no sabía nada de su situación. Ni siquiera sabía si tenía familia, o si había matado a alguien siendo un adolescente y acababa de salir de la cárcel. Seth no me parecía un chico agresivo, ni mucho menos tan peligroso como él quería hacerme creer. Aunque la forma en que peleaba contra aquel tío parecía casi sobrenatural. Él no tenía el físico de su oponente, y la fuerza con la que le dió el último golpe no me pareció humana. Recordé el tatuaje que llevaba el tipo en el brazo; era el mismo que llevaban Lucas y Leo. Tragué saliva y sacudí la cabeza intentando no pensar en eso. No esperaba empezar el día en un local clandestino, viendo a Seth darse de hostias y acabar saliendo pitando de allí antes de que llegara la ambulancia. Su reacción después de la pelea, cómo se había descompuesto al ser consciente de lo que acababa de hacer... No parecía el tipo duro que él creía que era. Nada de lo que había pasado me había hecho sentir miedo. Tal vez sí una sensación familiar de estar completamente fuera de onda, pero no miedo. Empezaba a acostumbrarme a esa sensación de estar desubicada. Pero por alguna razón no tenía esa alarma en la cabeza diciéndome que me alejara de él, sino más bien al contrario. La ganas de saber qué pasaba en su vida eran más fuertes que cualquier aviso sobre dónde me estaba metiendo. Además me sentía irremediablemente atraída por él, por su cara de ángel oscuro. Empecé a recordar sus cicatrices justo cuando me vibró el móvil. Las chicas hablaban por el grupo.
Iris: ¿queréis venir a ver una peli de miedo esta noche?
Avery: planazo de Halloween
Yo: todavía faltan dos semanas para Jabulin.
Iris: exacto, y todavía no tenemos plan
Avery: yo quiero disfrazarme de diabla putilla
Iris: yo tengo un disfraz de IT
Yo: ¿me dará tiempo a pedirme algún disfraz?
Avery: si todavía no tenemos plan
Yo: eso es lo de menos. Seguro que Henry se ha inventado algo para esa noche
Iris: y si no, se lo decimos el viernes
Avery: ¿dónde vemos la peli entonces?
Iris: Paul dice que podemos ir a su casa, tiene una tele gigante.
Avery: eeeeeh entonces se lo digo a mi churri
Yo: qué vergüenza, avery
Avery: perdón, fue un momento de debilidad
Iris: ¿a las 9?
Avery: si, prontito, que algunas trabajamos mañana
Seth entró en la habitación y me quedé sin aire cuando levanté la vista del móvil. Iba sin camiseta, con el pelo mojado alborotado cayéndole en la frente. Hice un par de comentarios jocosos antes de ofrecerle una camiseta de Cooper, y salí de la habitación muy a mi pesar.
En la cocina, mi madre se tomaba un café mientras Cooper cocinaba algo, y hablaban tranquilamente. Atravesé la cocina hasta el lavadero para buscar una camiseta que pudiera valerle.
—Buenos días, ¿no? —escuché a mi madre alzar la voz.
Salí hacia donde ellos estaban, con una camiseta en la mano.
—Buenos días. Te la cojo prestada, ¿vale?
Mi padre me miró, con una ceja alzada.
—No sabía que te gustaba mi ropa.
—No es mi estilo, pero no está mal.
—Te hemos escuchado entrar hace un rato —intervino mi madre, con ese tono de voz que insinuaba que había venido acompañada y ella lo sabía.
—Se me ha complicado un poco la mañana.
—¿Dónde está? ¿Está arriba? —dijo en voz baja, casi como un secreto, con la voz cargada de emoción.
—Sí. Pero no le hagáis muchas preguntas, por favor. —supliqué, con una mirada de advertencia.
—¿Vais a querer tortitas? Porque a lo mejor tengo que hacer más mezcla. —Cooper se giró, con una sonrisa divertida.
—Pregúntale, vamos. —mi madre seguía hablando en voz baja, y se reía.
Asentí, intentando escabullirme lo antes posible de la situación. Hubiera sido mucho más fácil si ellos no hubieran estado en casa, no habríamos tenido que pasar por la conversación incómoda preguntándole cómo se había partido la ceja, ni por qué habíamos vuelto a casa a esas horas de la mañana cuando la última vez que me vieron la noche anterior fue antes de irme a dormir. Tomé un poco de aire antes de entrar de nuevo en mi habitación. Estaba sentado en el borde de la cama, con el móvil entre las manos, y su cuerpo parecía estar menos tenso que antes.
—Veo que te ha sentado bien la ducha. —le acerqué la camiseta, casi rezándole a Dios por que decidiera no ponérsela.
—Siento que hayas tenido que ver todo eso —su tono de voz aún seguía sin tener su seguridad habitual.
Se metió la camiseta sin mirarme a la cara.
—No tienes que sentir nada, yo he insistido en acompañarte. —me crucé de brazos.
—Entendería perfectamente que quisieras echarme de tu vida ahora mismo —dijo en voz baja, aún desviando la mirada hacia otro lugar.
Fruncí el ceño, empezando a cansarme del victimismo con el que hablaba.
—Voy a hacerlo si no dejas de compadecerte de ti mismo.
No respondió, se miraba las manos. Yo suspiré profundamente, acercándome a él.
—Mis padres quieren saber si vas a querer desayunar con nosotros. Han insistido mucho, lo siento.
Me miró por primera vez en todo ese rato, alzando las cejas. Supe que la propuesta no había sido la mejor, ni en el mejor momento, pero necesitaba romper el silencio.
—No puedo... ¿Qué van a pensar si me ven así? —se señaló la cara.
Me encogí de hombros.
—Saben que boxeas. ¿Qué importa? No van a juzgarte. —Fue un intento de convencerme a mí misma.
—Tú eres la única que no me juzga. Y ni siquiera sé por qué. En tu lugar, yo seguramente habría salido corriendo.
—Bueno, a diferencia de ti, yo no soy una nenaza. —le extendí las manos con una sonrisa, para que se levantara.
Cogió mis manos con desgana y se puso de pie frente a mí.
—No soy ninguna nenaza —me sopló en la cara, y sonrió.
Bajamos juntos hasta la cocina. Mi madre había puesto la mesa del comedor en un tiempo récord, a pesar de que nunca desayunábamos ahí. Nos esperaban sentados, con un plato lleno de tortitas hasta arriba. Tuve que tomar aire, no me sentía preparada para aquella situación. Al fin y al cabo, acabábamos de conocernos, y yo sabía tan poco de él como mis padres.
—¿Quieres un café? —mi madre se levantó en cuanto nos vió a aparecer, y la pregunta iba dirigida directamente hacia Seth.
—Uhm... no, gracias. —le dedicó una leve sonrisa mientras se sentaba a mi lado.
—Yo sí, gracias por preguntar.
—¿Quieres tomar otra cosa? ¿Zumo de naranja?
—Sí, el zumo está bien, gracias.
Lo miré, por sus respuestas podía percibir que no se sentía tan cómodo como quería hacer creer. Me sonrió, intentando disipar mis dudas.
—Estamos muy contentos de que desayunes con nosotros. Hope no suele presentarnos a muchos chicos. Hubo una época que pensé que era lesbiana... siempre con sus dos amigas... No me habría parecido raro que un día nos dijera que eran una trieja —las palabras de mi madre se atropellaban entre sí, y supe que no habría manera de hacerla callar aquella mañana.
Se movía por la cocina como si no pudiera estarse quieta. Le sirvió un vaso de zumo a Seth y dejó el brick en la mesa antes de sentarse donde antes.
—¿Qué te ha pasado en la ceja? —preguntó sin rodeos, sin vergüenza y sin ningún tipo de miramientos.
—El boxeo. Gajes del oficio, supongo. —respondió con calma, sin ninguna emoción en sus palabras.
Dió un trago al zumo y me miró buscando aprobación. Le dediqué una leve sonrisa y me giré cuando mi madre lanzó la siguiente pregunta.
—¿Y qué? ¿Has ganado?
—Deberías ver cómo ha quedado el otro —dije yo, intentaba quitarle peso a la conversación, pero sonó más en serio de lo que pretendía.
Mi madre se rió un poco, y Cooper la acompañó.
—¿Cómo te ganas la vida haciendo eso?
—Hay competiciones de nivel local, regional, nacional e internacional. En cada una se gana un poco, pero donde más se gana es en las competiciones entre los clubs. La gente apuesta mucho dinero.
Alcé las cejas, ¿cómo no se me había ocurrido preguntar antes? Me quedé impresionada con la forma tan elegante en la que describió las peleas clandestinas en locales de mala muerte. ¿O acaso eran algo completamente distinto?
—¿Y tú en cuáles estás ahora?
—Estoy preparándome para pasar a las regionales.
—¿Llevas mucho tiempo en esto? —intervino Cooper, interesado.
—Un mes y poco, pero entreno todos los días más de ocho horas.
—Wow, te lo tomas en serio, chico.
—Sí, bueno, no tengo otra cosa ahora mismo.
Su pierna debajo de la mesa no dejaba de moverse, ansiosa. Parecía inquieto a pesar de la voz tan segura que salía de su cuerpo.
—¿Y qué piensan tus padres?
Seth se encogió de hombros, visiblemente incómodo con la pregunta.
—No sé nada de ellos.
—¿Cómo? ¿No sabes nada de tus padres?
Se concentró en terminar de masticar el bocado que se había llevado a la boca, como si buscara las palabras precisas para responder. Yo esperé atenta, porque las preguntas que mi madre estaba haciendo también me las había hecho yo, pero no había tenido el valor de decirlas en voz alta.
—Digamos que me echaron de su casa cuando consideraron que no podían seguir haciéndose cargo de mí.
Su respuesta plantó un silencio denso en todo el salón. Mi madre pareció haberse quedado sin palabras de repente, como si la respuesta de Seth no hubiera sido la esperada.
—¿Tienes coche, Seth? —preguntó Cooper, rompiendo la tensión incómoda que se había creado.
—No, todavía no. Aunque estoy mucho más interesado en las motos.
Por su tono de voz comprendí que agradecía el cambio de conversación.
—Yo tuve una Harley cuando era joven, me llevaba ese monstruo a todas partes. Antes se llevaban mucho las concentraciones de moteros.
—Sí. Muchos del club hacen ese tipo de concentraciones a las afueras de Silverbrook. Todavía no he tenido oportunidad de ir a ninguna.
—Si te interesa, conozco a un tipo que trabaja en el desguace. A lo mejor puedes encontrar una a buen precio. Aunque tendrás que echarle dinero para ponerla a punto.
Seth miró su plato de tortitas y se llevó otro trozo a la boca, tomándose su tiempo para responder de nuevo, como si considerara seriamente su propuesta.
—No estaría mal tener algo con lo que distraerme cuando no estoy entrenando.
Los miré mientras continuaban la conversación sobre las motos, como si fuera una partida de tenis. Yo no tenía ni idea de qué estaban hablando, pero aquella situación me hizo darme cuenta de nuevo de que no sabía absolutamente nada de él. Las preguntas de mi madre y la conversación de Cooper me estaban haciendo descubrir mucho más de lo que yo había sido capaz de sacar en todos esos días. Seth terminó de comer más rápido que el resto, como si tuviera prisa por acabar con aquella situación incómoda. Yo deseé que mi madre nunca hubiera sabido nada de él, que hubiéramos podido seguir conociéndonos en secreto sin que la emoción de mi madre supusiera una presión entre nosotros. Cuando los demás terminamos, Seth se levantó de la mesa y se excusó, diciendo que tenía que irse. Yo lo acompañé hasta la entrada, y salimos fuera para poder hablar con tranquilidad. La lluvia se había esfumado, el cielo empezaba a deshacerse de las nubes oscuras.
—Siento mucho el interrogatorio —me apoyé en la puerta con las manos en mi espalda.
—No te preocupes —negó con la cabeza, mirándose los pies.
—Ha sido todo muy... rápido —murmuré.
—Sí...
—Ni siquiera he tenido tiempo de asimilar la pelea —continué.
Se quedó en silencio con la cabeza gacha, y las manos en los bolsillos.
—Te devolveré tu ropa la próxima vez que nos veamos.
—Gracias... —asintió.
Su actitud me confundía, pero le reste importancia cuando recordé las últimas horas que acabábamos de pasar y pensé en cómo debía estar sintiéndose él. Bajé el escalón que nos separaba y le rodeé la cintura con mis brazos, pegando mi mejilla a su pecho. Tardó unos segundos en reaccionar, como si no se esperara eso para nada. Me abrazó los hombros y apoyó su barbilla en mi cabeza, destensando su cuerpo y fundiéndose conmigo. El calor de su cuerpo me envolvió por completo, y deseé con fuerza que él se sintiera igual de seguro en mis brazos como yo lo hacía en los suyos. No quería separarme, porque sabía que hacerlo supondría esperar a la siguiente vez que decidiéramos vernos, y parecía un infierno. Ni siquiera era capaz de saber por qué me sentía así estando con él, como si una fuerza externa me obligara a estar atada a su alma de por vida. Seth me estrechó un poco más, como si no fuera suficiente, y yo lo imité. La situación tan rara que acababa de vivir no me hacía sentir más lejos de Seth a pesar de que él insistiera, encerrándose en su misterio. Sentía que me necesitaba, de alguna manera. Era evidente que yo no podría defenderlo de nada, pero sabía que necesitaba mi apoyo. Y a pesar de conocerlo poco (o nada), había una parte de mí que me decía que eso era lo correcto. Esa parte de mí no solía estar muy despierta últimamente, así que no podía ignorarla. Al menos no esta vez. Se separó un poco y me dejó un beso en la frente antes de marcharse sin decir nada más. Yo lo vi alejarse calle abajo, sintiendo como se llevaba con él toda la sensación de calidez. Entendí entonces que las bocanadas de aire cálido no eran casuales, y que esa sensación familiar me acompañaría cada vez que volviera a verlo.
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Unholy Jail
General FictionHope nunca imaginó que una atracción prohibida la llevaría a los límites de lo desconocido. Seth no es solo el hombre misterioso que la atrae: oculta secretos que desafían todo lo que ella conoce. Entre la tentación y el peligro, ¿hasta dónde estará...