Las manecillas del reloj llenaban la sala con un sonido inquietante mientras miraba al hombrecillo de poco pelo leer los papeles del contrato. No tenía ninguna intención de leerlos yo mismo, había demasiado texto y me importaba bien poco, así que dejé que él lo hiciera por mí. Me marcaba las partes importantes con un subrayador verde, e intentaba dejar claros todos los puntos que tenía que considerar. No sabía por qué se tomaba tantas molestias para alquilar un apartamento que no era más que una antigua fábrica de harina reconvertida en bloque residencial, bastante lejos del centro. Hubiera bastado con firmar un papel diciendo que no iba a atrincherarme en su propiedad, o que no iba a prenderle fuego al edificio. Cuando terminó de pasar los papeles, me dejó firmar, y me dió las llaves. Leo me esperaba fuera de la sala, divirtiéndose y tonteando con la chica de recepción. Salí con los papeles en la mano, y le indiqué que podíamos irnos. Le dedicó un guiño a la chica y le dijo algo que la hizo reír antes de que abandonáramos el local.
—¿No se enfadará Lilith si ve que tonteas con otras? —pregunté, curioso.
—¿Por qué iba a enfadarse? No es mi novia.
—Pues os comportáis como si lo fuera.
Leo se subió al coche por la puerta del copiloto, y yo hice lo mismo por el otro lado.
—La única razón por la que Lilith y yo parecemos novios es porque es muy pesada. Pero yo no puedo dejarla porque Lucas me cortaría el cuello.
Hice una mueca de dolor por él.
—Y porque te gusta, supongo.
—Lilith no me gusta, pero sabe cómo ponerme a cien en un segundo, y yo soy demasiado débil para controlar mis instintos, así que la dejo creer que soy todo suyo.
—¿Pero te acuestas con otras?
—Pues claro. Pero no en Sunvale, la gente se entera de todo muy rápido. Sólo cuando me voy fuera, en las competiciones.
Volví a hacer una mueca, ahora sintiendo pena por Lilith.
—¿Ella hace lo mismo?
—Pues claro—la poca pena que sentí por ella se disipó de la nada—. Se ha tirado a más de la mitad de los caídos, son su fetiche. Además es medio masoquista y le gusta que le hagan daño, cosa que a los caídos parece que nos va mucho. —alzó las cejas, mirándome.
Fruncí el ceño y puse cara de asco, aunque tal vez no había probado suficiente de eso para saber si me gustaba o no.
—¿Y tú qué? El otro día estabas muy pegado a Zara.
—No me lo recuerdes... —murmuré, negando con la cabeza..
Después de ir de compras todos juntos, Leo nos invitó a su casa. No recuerdo cómo pasó, pero todo el ambiente estaba muy caldeado y acabamos enrollándonos en el sofá cuando él se encerró con Lilith en la habitación. No me sentí peor que la primera vez, porque todo el tiempo había pensado en Hope, y lo había descargado contra Zara. Como si de alguna forma eso justificara algo. Lo que estaba claro es que Hope estaba saliendo de mi cabeza de la forma obsesiva en la que pensaba en ella, y me empezaba a sentir liberado. Saber que no necesitaba mi protección me había dado otra perspectiva de la situación.
—Si te sientes culpable cada vez que te enrollas con Zara, casi mejor que dejes de hacerlo —se rió Leo a mi izquierda.
—Es que no sé cómo lo hace, parece que me hechiza y no me doy ni cuenta de cómo he terminado ahí.
—Porque es medio ángel.
—Es acojonante.
—Lo sé, no vas a sentirte así con ninguna humana, créeme.
Recordé como me había sentido drogado con el beso que me había dado con Hope en su salón. No habíamos hecho ni la mitad que con Zara y yo me había sentido tres veces más intoxicado que con ella.
—Discrepo. Es solo que tú no te esfuerzas por conocer a alguien.
—Ni quiero, yo estoy bien solo. Involucrarse con alguien sentimentalmente es una cosa que no estoy dispuesto a hacer en esta vida. Ni en la siguiente.
—Eso no te hace más duro, lo sabes, ¿no?
—Lo sé, me hace un capullo de cuidado —sonrió con todos sus dientes, como si se enorgulleciera de ello.
Aparcó el coche frente a la antigua fábrica de harina reconvertida en residencias. Nos quedamos frente a la puerta unos segundos mirando alrededor. El barrio estaba a la entrada de un polígono industrial, en la zona más alta de Sunvale. Un poco más abajo había un parque con una cancha de baloncesto y unos merenderos al final de un camino de tierra por donde la gente hacía excursiones. Entramos en el edificio, dejando atrás el coche, y subimos hasta la tercera planta. La puerta se abrió con un chirrido y el olor a cerrado me estampó en la cara. Se entraba directamente a un salón abierto, con unas ventanas al fondo que llegaban al techo. El techo estaba pintado de negro, y todas las instalaciones eran visibles. La cocina era sencilla y estaba equipada al completo, con una península que se extendía hasta prácticamente la mitad de la sala. Había un sofá de cuero en ele en la esquina opuesta a la cocina, y una televisión grande colgada de la pared de ladrillo visto de en frente. A la izquierda, al pasar la cocina, había un pequeño distribuidor que llevaba al baño y al dormitorio. El baño era completamente nuevo, la ducha, el espejo y el inodoro tenían aún el plástico de embalaje puesto. El dormitorio era amplio, tenía casi la mitad de la anchura del salón, y la pared frente a la puerta era igualmente de ladrillo visto. Había unos armarios empotrados de suelo a techo a la izquierda de la cama y, a la derecha, se extendía el mismo ventanal grande del salón. En el recoveco que formaba el distribuidor había un escritorio de madera con una silla de metal. Paseé por el suelo imitación a madera, prestando atención a los detalles de las paredes. Las que no eran de ladrillo estaban pintadas con una técnica que las hacía parecer cemento blanco. El ventanal daba al lado opuesto de la entrada del edificio, y se podían ver los árboles que subían montaña arriba.
—Wow, ojalá mi primer apartamento hubiera sido así —comentó Leo, abriendo y cerrando las puertas del armario.
—¿Cómo era el tuyo?
—Unos veintitrés metros cuadrados, la ducha y el fogón de la cocina estaban al lado —se rió.
—¿Qué hiciste para no poder permitirte nada mejor? —me reí también.
—Me metí en el juego. No te lo recomiendo, te hacen creer que te vas a hacer rico pero te chupan hasta la sangre.
—¿Es que os gustan todos los vicios?
—Para algo bueno que tiene la Tierra... —se encogió de hombros — Aunque la droga no me parece muy divertida.
Negué con la cabeza, saliendo del dormitorio, dirigiéndome hasta el salón. Abrí la nevera, el horno, y todo el resto de armarios para verlos mejor. Todo olía a nuevo.
—Vas a tener que hacer una fiesta para inaugurarlo —decía Leo detrás de mí.
—No soy muy fan de las fiestas.
—Pues una reunión de amigos. Hasta puedes invitar a tu humana.
—Hablas como si fuera una mascota.
—Bueno, lo que haces con ella seguro que es parecido: la sacas a pasear, juegas con ella y le haces caricias de amor. —puso un tono que pretendía ser gracioso.
—No es eso lo que hacemos —dije con seriedad, molesto por el tono con el que hablaba de ella.
—¿Pero os habéis acostado ya?
—¿Tú es que solo piensas en eso? —pregunté, cansado de que todos sus temas de conversación derivasen en lo mismo.
—Soy un hombre, no puedo controlarlo.
—Sí puedes, solo no te da la gana hacerlo.
—Tú seguro que sabes mucho de eso, cómo estás tan empeñado en esa tía...
—No, me cuesta. Pero Hope me lo hace fácil.
—Me dan ganas de vomitar —murmuró.
—Yo no tengo miedo al compromiso como tú.
—Pues no se nota, porque te estás enrollando con dos.
—Zara no cuenta.
—La usas como pañuelo, y no precisamente de lágrimas.
Sus palabras me hicieron reflexionar, y me sentí mal pensando que la había utilizado a mi favor. Algo dentro de mí se removió, una culpa que ya había sentido antes.
Volvimos al gimnasio a eso de las cuatro de la tarde. A esa hora, las máquinas tenían cola para ser usadas, y los vestuarios no conseguían secarse con tanta gente entrando y saliendo de las duchas. Mientras metía lo poco que tenía en cajas, la culpa se me seguía removiendo en el estómago. Zara no me gustaba, nada en absoluto. La conversación siempre giraba en torno a ella y yo apenas podía intervenir en su monólogo. Era guapa, sí, pero no sentía que eso fuera suficiente para llamar mi atención. Sobre todo cuando la única mujer que tenía en la cabeza era Hope. Era enfermizo, me empezaba a cansar de que ella fuera el primer y último pensamiento del día. El castigo que estaba cumpliendo parecía ser ese; no poder sacármela de la cabeza. Ni siquiera habíamos hablado en toda la semana después de que la notara molesta por mensaje. No me atreví a escribirle de nuevo, pensé que ella lo haría cuando quisiera hacerlo, pero era viernes y aún no lo había hecho. Todo lo que pasó con Zara fue después de hablar con ella, como si saber que estaba enfadada conmigo me hubiera dado vía libre para hacer lo que quisiera. Pero Hope no era mi pareja, ni nadie que tuviera que darme permiso para nada. Se suponía que el único poder que Hope tenía sobre mí era el que yo le había dado, pero no sentía que fuera así. Estaba celosa porque me había visto con Zara, y eso de alguna manera me hacía sentir importante. Detestaba la idea de utilizar a Zara, pero me gustaba sentir que ahora Hope tenía el mismo miedo de perderme que yo de perderla, aunque las formas no tuvieran nada que ver. Sin ninguna duda, había perdido toda capacidad de diferenciar lo que estaba bien de lo que estaba mal. Las ideas de mi cabeza estaban borrosas, y sabía que solo se disiparían estando con ella, pero no quería. La posibilidad de que sus padres pudieran volver a hacerme un interrogatorio como el de la última vez, me parecía tremendamente peligrosa. Si me iba de la lengua con las mentiras luego las consecuencias serían mucho peor que si simplemente no decía nada. Me había convencido tanto de que eso era lo que tenía que hacer que lo utilizaba como excusa para no dejar a Hope saber más de mí. Porque, a pesar de lo que hablaba con Leo, me aterraba la idea de comprometerme con ella. Sabía que la decepcionaría cuando supiera la verdad, y que se rompería todo lo que podríamos haber construido, así que quería evitarlo. Quizá hubiera sido mucho más fácil huir a otra ciudad, eliminando por completo la posibilidad de cruzarme si quiera con ella. Me guardaba esa opción por si todo lo demás fallaba. Al final, la decisión de quedarme en Sunvale la tomé conscientemente, sabiendo que en algún momento nos cruzaríamos y podría demostrarle que no era tan malo para ella como lo había sido antes. A pesar de que lo que estaba haciendo no me estaba dejando en ningún buen lugar, ni me estaban haciendo ser mejor. Solo estaba dejando que mis emociones desbordaran, sin pararme a pensar en las consecuencias. Sentí la culpa convertirse en un ligero dolor en el pecho. Me senté en el borde de la cama sin sábanas y escondí la cabeza entre mis manos.
—¿Qué estás haciendo, Seth? —murmuré, dándome golpecitos en la frente.
Había empezado a asumir que ser humano iba a ser así siempre, sintiendo arrepentimiento y culpa con cada paso que daba. No parecía haber ninguna forma de parar mis pensamientos, ni siquiera por un segundo, era desesperante. Cada vez que me quedaba solo sentía un torrente de ideas, me cuestionaba a mí mismo y me sumía en un bucle febril de autocompasión.
Leo irrumpió en el silencio del cuarto, con su característica energía arrolladora. Soltó un comentario sobre mi cara, diciendo que parecía que había visto un fantasma, y se rió él solo mientras cogía dos cajas como si dentro de ellas no hubiera ningún peso. Lo metimos todo en su Range Rover negro, en el que sobraba espacio por todas partes porque mis pertenencias eran mínimas. Me ayudó a subir todas las cajas al apartamento y se marchó con mucha prisa diciendo que tenía una cita importante.
El silencio de aquella casa era atronador. Acostumbrado a vivir en un gimnasio ruidoso cerca de la carretera principal, donde no dejaba de entrar y salir gente, aquel silencio me dió paz. Saqué todas las prendas de ropa que había comprado nuevas esa semana y las fui colocando en el armario. A pesar de haberme gastado un buen pastizal en ropa, aquel armario seguía quedándose grande. Le puse unas sábanas nuevas a la cama y después quité todos los plásticos de embalaje del baño. Encontré algo tremendamente placentero en la forma en que el plástico se desprendía de una sola pieza de las superficies, lo que me hizo darme cuenta que ser humano y tener emociones era mucho más que las relaciones. Había todo un mundo que yo todavía tenía por descubrir, y miles de cosas que podrían hacerme sentir bien sin tener que involucrarme con nadie más. Tiré los plásticos a la basura y me apoyé en la península, escribiendo en un trozo de papel una lista de cosas que necesitaba para completar el apartamento. No había platos, ni vasos, ni cubiertos, ni ollas, ni sartenes... ni nada que lo hiciera parecer un hogar. Cuando terminé de hacer la lista me pedí una pizza, y disfruté de ella en el silencio de mi nueva casa, sintiendo un poco de calma entre toda la tormenta que llevaba por dentro.
Con el último trozo de pizza, sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo. El silencio cambió de repente, ya no era algo que me hacía sentir acogido. Había algo, una sensación extraña de que algo iba a pasar. Dejé el trozo de pizza en la caja y me levanté del sofá, echando un vistazo a mi alrededor, intentando descifrar qué acababa de cambiar en el ambiente. Miré por la ventana, hacía la calle: no había nada.
—No has perdido el buen gusto —dijo una voz detrás de mí, que hizo que el corazón me diera un vuelco.
No necesitaba girarme, reconocía esa voz familiar, sabía de sobra quién era sin siquiera verlo. Gabriel. Me di la vuelta despacio, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad al verlo cara a cara después de un par de meses sin saber nada de él. Estaba en el umbral de la puerta, con las manos en los bolsillos, observando con atención todo el apartamento de una forma muy casual. Tenerlo allí de frente se sintió como un recordatorio doloroso de todo lo que había perdido con las decisiones que había tomado, de todo lo que había dejado atrás por ser demasiado codicioso. Volví a sentir la culpa, latiéndome en la garganta. Aparté la mirada, porque la suya parecía poder leerme por dentro.
—Te he echado de menos, Seraphine —esas palabras me pillaron desprevenido, pero fue escuchar mi verdadero nombre lo que hizo que sintiera un pinchazo en el pecho.
Si solo la presencia de Gabriel me removía recuerdos del pasado, mi nombre me hacía verlos con claridad en mi cabeza, lo que me producía una sensación de malestar en todo el cuerpo. Mi cara se transformó en una expresión de dolor sin quererlo, y me llevé la mano al pecho como si eso fuera a calmar el pinchazo que sentía.
—No me llames así, por favor. —supliqué, con la voz que apenas me salía del cuerpo.
—Sí, ya he visto que ahora te dicen Seth —se paseó por la entrada, acercándose hasta donde yo estaba, con cautela —. Un poco simple para un ángel, pero muy eficaz para un humano.
Me quedé callado, su visita inesperada me inquietaba. La última vez que habíamos hablado había venido a darme malas noticias, y no podía esperar otra cosa ahora.
—Sé lo que estás pensando —interrumpió mis pensamientos como si los leyera, aunque ni siquiera sabía si era posible —. Solo he venido a hacerte una visita, quería ver cómo estabas. No parece que te vaya mal... A pesar de estar destrozándote la cara de guapo que te han dado.
—Hago lo que puedo, intento no meterme en muchos líos.
Soltó una carcajada irónica, como si supiera más de lo que parecía.
—Yo diría que tienes montada una buena... Nunca imaginé que acabarías aquí.
Su respuesta era sincera, y parecía bastante triste aunque sus emociones estuvieran limitadas.
—Yo tampoco —me dejé caer en el sofá, algo más aliviado al saber que no venía a darme malas noticias.
—Parece muy complicado adaptarse a todo esto —señaló a su alrededor.
—Lo es. Por algo es un castigo —me salió una risa amarga.
—Te he visto con las chicas, creo que no sé cuál de las dos fue la que te envió aquí.
—La humana. —murmuré, hablar así sonaba tremendamente ofensivo, pero él me entendería.
Soltó un suspiro profundo y se sentó también en el sofá.
—Espero que al menos haya merecido la pena.
Me encogí de hombros, cuestionándomelo.
—De todas formas no hay vuelta atrás, no puedo deshacer lo que hice aunque me arrepienta tremendamente.
—No importa cuántos errores hayas cometido en el pasado, Seth. Lo que importa es hacia donde decides ir desde aquí. —su voz parecía indicarme que no todo estaba perdido, pero no quise aferrarme a ese pequeño destello de esperanza.
Se acomodó en el sofá con una confianza que me resultó escalofriante, como si estuviera acostumbrado a estar aquí en la tierra. Sus palabras me retumbaban en la cabeza como un eco lejano.
—Lucifer no da tanto miedo como parecía, ¿verdad?
—Es mucho más... suave de lo que esperaba —asentí.
—Se ha montado un buen cotarro aquí abajo, parece que todo el mundo le tiene respeto.
—Se lo ha ganado. Le ha dado hogar a un montón de caídos como yo.
Miró el reloj que había en su muñeca izquierda y se levantó del sofá con tranquilidad.
—Tengo que irme, pero me alegro de verte. Espero que la próxima vez que te vea no tengas esa maraña en la cabeza, no parece que estés muy cómodo ahí dentro —se acercó hacia mí y yo me levanté del sofá.
—Me alegro también de verte, hermano.
Me dedicó una sonrisa ligera y me dió un abrazo rápido antes de esfumarse con una brisa fresca.
Su visita me había dejado completamente descolocado, recordándome de dónde venía y dónde estaba ahora. Mi historial de cagadas no había empezado con Hope y escuchar mi nombre en su boca se sintió extremadamente doloroso. Me pregunté durante horas en qué momento exacto mi vida había empezado a ir cuesta abajo y sin frenos hasta estamparme aquí, en la Tierra, con un cuerpo que tardaba en curarse y unos sentimientos que me venían grandes.
ESTÁS LEYENDO
Unholy Jail
General FictionHope nunca imaginó que una atracción prohibida la llevaría a los límites de lo desconocido. Seth no es solo el hombre misterioso que la atrae: oculta secretos que desafían todo lo que ella conoce. Entre la tentación y el peligro, ¿hasta dónde estará...