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El sonido de los golpes semi acolchados contra la piel de mi oponente se sobreponía a los gritos de la pequeña multitud que se había concentrada en el gimnasio para ver la pelea. Mi puño fue directo a la mandíbula del tipo que tenía en frente, y vi como su cabeza giraba bruscamente hacia un lado. Un segundo después, cayó al suelo como un saco lleno de piedras, escupiendo saliva y sangre. La pelea terminó. Mi pecho subía y bajaba con intensidad mientras intentaba relajar mi respiración. La adrenalina en la que me había sumergido impedía que consiguiera calmarme. Me pasé la mano por la frente para apartarme el sudor.
—Buen trabajo —dijo Lucas cuando bajé del ring, mientras me pasaba una toalla.
Me la eché sobre el hombro para quitarme primero los guantes. Lucas parecía serio, a pesar de sus palabras de aprobación. Había un brillo de advertencia en su gesto, algo me decía que me daría un toque de atención cuando estuviéramos solos.
Asentí sin responderle, secándome la cara con la toalla. Sabía que había perdido el control de la pelea, lo había sentido. Había golpeado demasiado fuerte. Empezaba a preocuparme por eso, por la fuerza sobrenatural que corría por mi piel. Esa fuerza me hacía ganar con facilidad, pero también me hacía peligroso.
Respiré hondo, sentado en el banquillo. Lucas me pasó un fajo de billetes que empecé a contar. La pelea me había dado lo suficiente para pasar el resto del mes, pero me había dejado una sensación amarga. Me hacía recordar lo que realmente era ahora, y lo que había dejado de ser. Hacía unos meses nunca habría pensado que acabaría aquí, haciendo esto.
El club de Lucas estaba lleno de chicos como yo, intentando encontrar su lugar en un mundo que no les pertenecía. Muchos de ellos habían caído tan bajo que pelear era lo único que les quedaba para sobrevivir, adictos a drogas que apenas podían pagar, sin control, sin esperanza. Luchaban, pero no contra otros chicos, sino por mantenerse vivos en una vida que jamás entenderían. Yo al menos aún tenía algo a lo que aferrarme... o a alguien.
Hope.
Ella era lo único que lograba apaciguar el fuego que ardía dentro de mí. Estando cerca de ella me sentía diferente. Su presencia era como un bálsamo que aliviaba una tensión que siempre parecía estar a punto de desbordarse. Sin embargo, también había algo peligroso en la atracción que sentía por ella. Sentía que tenía el control de la situación cuando estaba con ella, pero me daba miedo no saber hasta dónde era capaz de llegar si lo perdía. Me preocupaba pasar una línea que significara perderla. No podía dejar que supiera lo que realmente era.
Fuera del gimnasio la noche era fresca. Salí con los chicos para tomar el aire, algunos de ellos fumaban. Los sonidos del combate todavía me retumbaban en la cabeza cuando mi móvil vibró. Un mensaje de Hope. No decía mucho, solo quería verme. Me metí dentro del gimnasio de nuevo y esquivé a toda la muchedumbre hasta llegar a los vestuarios para darme una ducha. La idea de estar a solas con ella otra vez removía algo dentro de mí. No podía evitar ponerme nervioso. Solo el hecho de que ella quisiera verme ya había disipado la sensación de malestar de la pelea. Me puse algo sencillo, los vaqueros oscuros anchos y una básica del mismo color. Hope tenía razón, debía renovar mi armario. Me metí las llaves del gimnasio en el bolsillo y salí de allí. Tuve que cruzar toda la ciudad a pie, y hacía un frío que no me afectaba. La temperatura de mi cuerpo parecía ser mucho más alta que la de los demás. Ella me había mandado la ubicación de su casa, yo fingí que no me sabía ese camino de memoria. Le envié un mensaje cuando llegué a su casa, desde la acera, como si temiera acercarme demasiado a ese lugar seguro que tantas otras veces había pisado sin su permiso. Salió de casa y se encontró conmigo al final del pequeño camino de piedra que llevaba hasta la acera. Sentí que el corazón me daba un vuelco. Estaba preciosa. Llevaba el pelo cobrizo suelto, ondulado sobre los hombros, la cara ligeramente maquillada, quizá para tratar de ocultar el cansancio de la semana. Vestía un conjunto deportivo que dejaba su vientre al descubierto, y lo había combinado con un cárdigan de lana marrón chocolate. Sonrió abriendo la puerta de la cancela. Me dejé llevar por el impulso y le aparté el pelo de la cara con mis manos.
—Hola —le sonreí con mis labios mientras sostenía su cara con suavidad.
Me hubiera gustado acercarme más, agacharme para dejarle un beso en los labios y dejarla sin aliento, pero supe mantener muy bien la compostura. Tenía que mantener claros los límites y hasta donde quería llegar con ella. Me mentía a mí mismo pensando que solo estar cerca de ella era suficiente.
—Hola —me devolvió una sonrisa similar, y me rodeó con sus brazos la cintura, acercándome hacia ella en un medio abrazo que casi me desarmó por completo.
—¿Me echabas de menos? Por tu mensaje juraría que sí. —le pregunté con una sonrisa traviesa, tocando la punta de la nariz con el índice.
Se puso bizca por una milésima de segundo para mirar mi dedo. Su reacción me hizo reír. Me di cuenta de que nada se me hacía más cuesta arriba que mantener la distancia con Hope. Se tomó unos segundos para encontrar las palabras perfectas mientras me miraba.
—Quería verte porque... Necesitaba escapar un poco de todo.
Se apartó ligeramente sin soltar mi cintura, pero el espacio entre nosotros aumentó.
—¿Quieres dar un paseo? Se está muy bien aquí fuera — dije con una voz suave, señalando nuestro alrededor.
Ella asintió y comenzamos a caminar a un paso lento, rozando nuestros brazos. Sabía que ella también sentía el impulso de estar cerca de mí, podía sentirlo.
—¿De qué intentas escapar? —pregunté con curiosidad, con las manos en mis bolsillos. Saber que había algo que le preocupaba no me gustaba, en otro momento habría podido meterme en su mente para calmarla, pero ahora ya no podía hacer eso.
Hope caminó mirando al suelo, en silencio, como si temiera decirlo en voz alta.
—De las voces —dijo finalmente, en voz baja. Alzó la mirada hacia mí, para ver mi reacción.
Se me hizo un nudo en el estómago. ¿Le habrían asignado ya a otro? No pude evitar acercarme a ella, rodeando sus hombros con mi brazo, queriendo hacer que se sintiera segura conmigo.
—¿Quieres hablar de eso? —dije con la voz más suave que tenía, intentando que se sintiera cómoda.
—En realidad, no. Me gusta estar contigo, hace que se me olvide todo eso. No quiero que nuestras conversaciones empiecen a ser una extensión de lo que pasa por mi cabeza cuando estoy sola.
—Entiendo —asentí —. Aunque no me importaría formar parte de eso que pasa por tu cabeza cuando estás sola.
De nuevo, hice un comentario que sonaba muy distinto a lo que pretendía. Ella se rió un poco.
—Créeme, también formas parte eso.
Alcé las cejas.
—¿Eso haces? ¿Piensas en mí cuando estás sola, Hope? —dije, siguiendo el juego ya que lo había empezado, aunque sabía que acabaría arrepintiéndome y cortando todo de raíz antes de que se me fuera de las manos. Ya lo había hecho antes, sabía que podía controlarlo.
—No puedes hablarme así y luego pretender no ser el último pensamiento que tenga antes de ir a dormir —murmuró evitándome la mirada, como si le diera vergüenza reconocerlo.
Me detuve un momento, mirándola con una mezcla de diversión y sorpresa. Por dentro me nació un calor incómodo. Nunca había sido tan directo, y ahora me daba cuenta de lo fácil que era decir cosas y lo imposible que resultaba retirarlas. Pero no podía evitarlo, no con Hope cerca.
—¿Es en serio? —dije intentando sonar a broma, pero la voz me salió más grave de lo que había planeado.
—Pues sí. ¿Qué pasa? ¿Te incomoda que sea sincera? —preguntó, vacilando, tirando de mí para seguir caminando.
—Para nada. Me gusta que lo seas. —miré con ternura cómo se enganchaba a mi brazo para andar, como la noche que cenamos juntos.
Caminamos unos segundos en un silencio incómodo.
—¿Te molesta que te lo pregunte? —dije al final, después de haberle dado vueltas a la misma pregunta en mi cabeza.
—¿Que si me molesta que preguntes si eres lo último que pienso en el día? No, no me molesta. Me molesta más que lo ignores.
—¿Ignorarte? —pregunté intentando mantener mi tono tranquilo.
Hope soltó una risa algo amarga, como si mi pregunta le hubiera molestado de alguna manera.
—No digo que me ignores —me miró a los ojos —, digo que ignoras esto... Lo que pasa entre nosotros.
Se me hizo un nudo en el estómago. Sabía de lo que hablaba, pero no me sentía listo para enfrentarme a ello.
—¿Y qué pasa entre nosotros? —pregunté, tratando de hacer la pregunta más ligera de lo que realmente era.
—Esto. Lo que sentimos. La tensión. Que estés tan cerca y a la vez tan lejos —se soltó de su agarre y se cruzó de brazos frente a mí —. Sé que lo sientes. Lo veo en tu cara cada vez que me miras.
Las palabras de Hope estaban cargadas de una honestidad brutal. Su capacidad para hablar de algo que a mí me parecía tan complicado como si fuera algo sencillo, me revolvía el estómago. Me hizo recordar que ella llevaba mucho más tiempo en esto que yo, y que las emociones eran un sujeto en el que yo estaba todavía muy verde. Me quedé en silencio, sin saber qué decir. No podía explicarle que me aterraba lo que estaba sintiendo por ella.
—No tienes que decir nada. Solo que... tal vez deberías dejarte fluir. Y si no es lo que quieres, podemos ser amigos. Pero me gustaría saberlo.
La palabra "amigos" se me incrustó en la cabeza. La idea de ser solo su amigo me resultaba dolorosa solo de imaginarlo. No podía ser solo su amigo. No cuando todo lo que quería hacer era pegarla contra mi cuerpo y dejar que el fuego que había entre nosotros ardiera sin control. Apreté mi mandíbula, y traté de parecer calmado cuando respondí.
—Amigos... —murmuré en voz baja, mientras daba un paso al frente para acortar la distancia — Me sabe a poco.
Ella dió otro paso al frente, con determinación, ignorando el poco espacio prudente que yo había dejado entre nosotros. Ahora estábamos demasiado cerca. Sabía que ella podía notar mi respiración.
—Pero sé que si cruzamos esa línea no habrá vuelta atrás. Y me da... miedo —admití, sorprendido de mí mismo por pronunciar aquellas palabras en alto, como si algo fuera de mí me empujara a decirlas.
Ella se mordió el labio, en sus ojos pude descifrar una pizca de esperanza.
—No importa si no hay vuelta atrás. Solo quiero que dejes de ignorarlo —dijo, con la voz un poco temblorosa.
Sus manos frías se colaron bajo mi camiseta, tocándome las lumbares. Sentí que todo lo que había tratado de enterrar, de controlar, de mantener bajo llave, estaba a punto de desbordarse.
—¿Qué te da miedo, Seth? —murmuró.
—Muchas cosas. Pero entre ellas, hacerte daño —tomé su cara entre mis manos como hacía unos minutos—. No me lo perdonaría jamás, y tú tampoco.
—Pues no lo hagas.
Mi cara se transformó en una mueca de dolor. Ya lo había hecho antes, ya le había hecho daño a Hope. Sincerarme con ella sobre cómo la había cagado antes no era una opción. Casi me entró el pánico cuando comprendí que, hiciera lo que hiciera, Hope iba a sufrir. Si me quedaba cerca de ella siendo sólo amigos, se sentiría frustrada. Si desaparecía de su vida de repente, también, Si me quedaba, pasaba los límites con ella y acababa contándole toda la verdad, me odiaría y me querría fuera de su vida. Hasta ahora, la última opción me seguía pareciendo la menos mala. Ser repudiado por Hope seguía pareciéndome más sencillo que controlarme a estar cerca de ella.
—Sé que si lo hago, si la cago contigo, no habrá otra oportunidad.
Se quedó callada, quieta. Como si de repente hubiera recordado algo. Se separó de mí con rapidez y comenzó a deshacer el camino hacia su casa.
—¿Qué pasa, Hope? —la seguí, desde atrás.
Caminaba deprisa, como si desease volver a su espacio seguro.
—Hope, espera —insistí, intentando llegar hasta ella sin querer correr.
La alcancé en la puerta de su casa, porque le temblaban las manos y no conseguía encontrar la llave. Le cogí las manos con suavidad, y cuando la miré a los ojos, los tenía llorosos.
—¿Qué pasa? —repetí, sin saber qué había dicho para que reaccionara así.
—Las... las últimas palabras de Arlo —se secó las lágrimas con la manga del cárdigan y me miró a los ojos —. No puede estar pasando otra vez—se interrumpió a sí misma.
Recordé lo último que le dije a Hope antes de mi destierro. Me maldije a mí mismo por haber usado esas palabras ahora. Joder. Apreté mi mandíbula hasta casi escuchar crujir mis dientes.
—Escucha, Hope —la agarré por los hombros con suavidad, intentando buscar una manera de relajarla y de controlar la situación —, ¿me estás escuchando?
Asintió, pero en sus ojos veía que no estaba presente allí conmigo. Se había ido con el torbellino de pensamientos y sentimientos que le habían traído mis palabras. Estaba siendo el culpable de su desdicha otra vez. Necesitaba que todo eso acabara, no podía seguir así. Le arrebaté las llaves de la mano para abrí la puerta de su casa, le indiqué que pasara dentro y entré detrás, buscando allí un poco de intimidad por si se le ocurría gritarme o tirarme cosas encima. Respiré hondo, le cogí la mano y tiré de ella para estrecharla entre mis brazos sin saber aún qué decirle. Ella no me devolvió el abrazo, pero noté que se destensaba, que calmaba su forma de llorar. Su respiración se iba haciendo más pausada poco a poco.
—Soy yo, Hope —admití, murmurando, como si recordarle que era yo quien estaba allí y no Arlo fuese a servir de algo.
Alzó la mirada hacia mí, sin entender lo que decía.
—Soy yo —repetí y tragué saliva. No podía seguir escondiendo todo—. No soy quien crees que soy... pero sigo siendo yo, ¿vale? No soy Arlo, solo Seth
Se secó las lágrimas con el dorso de la mano. La solté con suavidad y me moví inquieto por la entrada de su casa, buscando qué decir. Hope todavía parecía confusa, aunque sus lágrimas habían dejado de salir. Aún no sabía qué decirle para no romperla más.
—Es muy complicado, y no me siento muy cómodo hablando de mí. Pero te prometo que lo que sientes no está mal. Solo no quiero hacerte sentir mal. —alargué mi mano para acariciar su mejilla.
Ella cerró los ojos y puso su mano sobre la mía para disfrutar del contacto. Algo en ella parecía haber cambiado. ¿Cómo era posible? Acababa de decirle algo que podría confundirla más y, sin embargo, ella no parecía estarlo más que antes.
—¿Puedes prometerme que esto no me volverá loca? —murmuró con los ojos cerrados, buscando en mí una respuesta a algo que ella necesitaba saber.
—No más de lo que ya estás —dije, bromeando, en un intento desesperado por romper la tensión del momento.
Hope soltó una pequeña risa que me hizo sentir más cómodo. Guardamos silencio unos segundos. Quería saber en qué estaba pensando. Se mordía la uña del pulgar, con la mirada perdida en algún punto del suelo. Cogió mi mano y me llevó hasta el salón, donde se dejó caer en el sofá. Me senté también, sabiendo que estábamos en una zona peligrosa. Hubiera preferido seguir en la calle, o en algún sitio público que nos impidiera a los dos pasar cualquier límite físico. Hasta ahora había pensado que mantener la distancia con ella me hacía protegerla de mí mismo, pero con la última conversación me había dado cuenta de que estaba aterrado. De que las emociones que estaba sintiendo me venían grandes y no tenía ni idea de cómo sobrellevarlas. No estaba protegiendo a Hope de nada, solo estaba escondiéndome de lo que me acojonaba a mí mismo.
—¿En qué piensas? —preguntó, acercándose un poco a mí en el asiento.
—Pienso... —dije ganando algo de tiempo para improvisar — En qué ya no me acuerdo de la vida antes de conocerte.
Soné demasiado romántico, demasiado intenso y fuera de contexto, pero era eso lo que pensaba. Porque no la había, no había una vida en la que yo no hubiera estado cuidando de Hope. Todos los años antes de conocerla habían pasado sin pena ni gloria, y yo, que tenía siglos de edad, nunca me había sentido tan vivo como cuando la conocí. Ni como allí mismo, en aquel momento.
—Seguramente era muy aburrida —murmuró divertida.
—Muchísimo —me quedé mirándola con ternura, dedicándole una sonrisa boba. — ¿En qué piensas tú?
Contuve mis manos, que querían acercarse a su cara o tocarle el pelo. Se quedó callada y soltó un suspiro profundo.
—Pienso muchas cosas —dijo finalmente— y ninguna es buena.
Me reí un poco. "Aquí estamos otra vez", pensé para mí mismo.
—Uhm... —pasé mi brazo alrededor de ella sobre el sofá, ella me observó hacerlo y se mordió el labio — Háblame un poco más de esas cosas malas que piensas.
—No puedo. —se inclinó un poco hacia mí, divertida — Tendría que matarte. —susurró.
Siseé un poco, en un gesto suave que quería decir "no creo que puedas".
—¿Qué? ¿Piensas que no puedo? —agarró el pecho de mi camiseta con sus dos manos y se acercó a mi cara, intentando parecer amenazante—. Podría dormirte y luego cortarte en trocitos.
Se me escapó una carcajada que llevaba un rato aguantando. La capacidad de Hope de pasar del llanto a la risa era impresionante. Nunca había visto a alguien esconder tan bien lo que de verdad sentía como ella.
—Te prometo que puedes hacer lo que quieras con mi cuerpo sin tener que dormirme.
Esta vez, mis palabras sí pretendían sonar provocadoras. Ella alzó las cejas y sonrió. Se inclinó un poco más, hasta que noté su respiración chocar con la mía. Pasó una de sus piernas sobre las mías y se sentó en mi regazo. Sentí que se me aceleraba todo el sistema nervioso, y un fuerte calor salir de mi entrepierna. Esto era nuevo. Demasiado nuevo para mí. Verla actuar así me volvió loco del todo. La olla de sentimientos reprimidos estaba a punto de explotar. Acaricié sus muslos sin apartarle la mirada, llevando mis manos hasta sus lumbares para pegarla contra mí. Ella soltó un pequeño quejido, y me agarró las mejillas con una sola mano antes de plantarme un beso. Primero se quedó quieta con sus labios pegados a los míos, y luego relajó su postura. Me rodeó el cuello con sus brazos y comenzó a mover los labios con destreza. Sabía dulce, a coco. Seguí su ritmo, suave y lento, dejándome llevar por ella, apretando sus lumbares por si se le ocurría separarse de mí. Sentí que me mareaba, como si sus labios estuvieran cargados de una sustancia tóxica que podía drogarme. Entre nosotros sentí crecer una tensión que no había sentido antes, y me avergoncé, pero no dejé que lo viera. Su boca se transformó en una sonrisa cuando lo notó, y pegó su pelvis más a mí. Cerré los ojos para contener lo que acababa de sentir, a la vez que apretaba las yemas de mis dedos en su piel. Hope se quitó el cárdigan sin separarse de mi boca ni un segundo, lo que me permitió mejor acceso a su cuerpo. Volvió a moverse contra mí, mientras metía una de sus manos en mi pelo. Esta vez, mis manos se deslizaron hasta su culo, lo apreté para hacerla moverse de nuevo contra mí. Ella soltó un pequeño gemido en mi boca. Tiró de mi camiseta hacia arriba y se separó unos segundos de mí para sacármela por la cabeza, lo cual agradecí mucho, porque estaba empezando a sentirme enfermo con tanto calor. Pasó sus manos despacio por mi pecho hasta el vientre y se mordió el labio mirándome. Eché mi cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, intentando recuperar el aliento que me acababa de robar.
—Me vuelves loco, Hope —murmuré, sintiendo que me ardía la piel.
Se escuchó un forcejeo en la cerradura de su casa, y unas voces desconocidas para mí en el exterior.
—Mi madre —dijo ella, pasándose a mi lado en el sofá con rapidez, devolviéndome la camiseta.
Apenas me había dado tiempo a recuperar el aliento cuando su madre entró confiada. Por suerte no podía verme desde la puerta, lo que me dio un poco de tiempo para colocarme la camiseta. Hope se dirigió hacia la entrada, nerviosa.
—¡Hola!
—Hola cariño, siento no haber avisado. Hemos tenido un problemita con el coche de camino a casa así que nos quedaremos aquí esta noche.
—¡Genial! —la emoción de Hope era fingida, la conocía lo suficiente.
Por su cabeza seguramente ella estaba pensando en su mala suerte. Siempre estaba sola, menos hoy. Y eso seguramente le había molestado.
—Aunque, mamá... estaba un poco ocupada —comenzó diciendo mientras su madre se abría paso hacia el salón.
Se quedó parada allí, mirándome unos segundos. Me levanté para saludar, aunque me sentía muy confundido y aún tenía esa sensación de estar drogado.
—Soy Seth —le extendí la mano a su madre con educación, y una ligera sonrisa—, encantado.
Sacudió mi mano y su gesto se convirtió en una sonrisa amplia mientras nos miraba a Hope y a mí alternativamente.
—¡Encantada, Seth! Soy Blake. Este es Cooper, mi pareja —me señaló al hombre con gafas y pelo canoso que vestía un traje azul marino.
—Encantado. —repetí extendiendo mi mano hacia él.
—No teníamos previsto venir —se justificó su madre hacia ella —, pero hemos tenido un pinchazo con el coche, y nos pillaba más cerca venir aquí con el taxi. Espero que no os importe.
Pasaron las maletas al dormitorio al final del pasillo. Hope se giró para decirme un "lo siento" inaudible, y yo le hice un gesto que indicaba que no había problema.
—¿Le has enseñado a tu amigo nuestro vino? —le preguntó Blake saliendo del dormitorio.
—No, no nos ha dado tiempo a mucho —dijo ella, como si lo lamentara.
Le acaricié la espalda para que supiera que no me importaba en absoluto este giro de los acontecimientos, que no estaba incómodo. Me dedicó una sonrisa leve, me pareció verla menos tensa.
—¿Quieres probarlo, Seth? —se ofreció mientras sacaba unas copas de un armario de la cocina.
—Claro, ¿por qué no? —le sonreí tomando asiento en el taburete de la cocina, tirando de Hope para mantenerla cerca.
—¿Tú quieres, Hope? —le ofreció una copa.
—Si, no creo que la noche pueda ir a peor —murmuró lo último solo para mí, y cogió la copa que le ofrecía.
Cooper se unió a nosotros después de haberse puesto cómodo, con un pantalon de chándal y una camiseta informal. También se sirvió una copa de vino. La noche fue muy agradable, nos bebimos un par de botellas entre los cuatro, y conversamos sobre Hope, sobre su madre, sobre Cooper, sobre vinos y un montón de temas triviales que desvariaban en otros por culpa del alcohol. Al final jugamos a un juego de mesa que nos costaba entender porque todos estábamos muy borrachos. Sobre todo yo, que no estaba acostumbrado a beber alcohol, me sentía completamente fuera de cualquier tipo de control. De un momento a otro, su madre y Cooper desaparecieron, nos quedamos solos de nuevo. Hope me miraba con los ojos entrecerrados y una sonrisa ebria. Seguramente yo lucía igual que ella.
—Debería irme a casa —susurré—. Mañana tengo que entrenar.
Hope puso un puchero y tiró de mi mano. Me sentía débil, capaz de aceptar cualquier proposición que me hiciera. Pero muy en el fondo sabía que no podía, ya había cruzado los límites con ella y me había dejado llevar más de lo que me hubiera gustado.
—Puedes quedarte, si quieres. Tengo una cama enorme.
Le sonreí con ternura. No había nada que quisiera hacer más en ese momento, pero no lo consideré oportuno. Aquella noche ya habíamos perdido el control, y si no hubiera sido por su madre, quién sabe cómo habríamos terminado. El alcohol me hacía sentir muy vulnerable, me daba ganas de decirle todo lo que sentía y pensaba. Por eso consideré que era hora de marcharme, antes de poder arrepentirme de decirle la verdad al completo.
Me acompañó a la puerta, todavía intentando convencerme para que me quedara. Yo seguí insistiendo en que era mejor que no. Me despedí de ella con un beso en los labios que no pude contener.

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