8

1 0 0
                                    

Los días siguientes fueron como una niebla espesa. No podía quitarme la sensación de que algo mucho más grande que yo estaba pasando a mi alrededor. Arlo seguía enviando mensajes, intentando quedar conmigo, pero cada vez que pensaba en estar cerca de él, mi pecho se hacía un nudo. La noche del karaoke no se iba de mi cabeza. No podía deshacerme del frío persistente que dejaron sus dedos cuando soltó mi muñeca. A pesar de haber sido un breve contacto, la sensación en mí permanecía como una marca invisible. Sus últimas palabras se clavaron en mi mente, resonando como si ya las hubiese oído antes. Me las repetí una y otra vez, tratando de recordar en qué momento exacto las había escuchado, pero mis recuerdos estaban confusos. Los recuerdos de Arlo y los susurros de mi cabeza se habían mezclado, ya no sabía distinguir uno del otro. ¿Y si Arlo y la voz eran la misma cosa? Sacudí la cabeza, intentando borrar esa idea absurda... Arlo no podía meterse en mi cabeza, eso era imposible. Sin embargo, algo en su forma de hablar, el tono, las pausas, la forma de escoger las palabras... todo me sonaba familiar. Y luego estaba la confesión de Arlo, diciendo que algo tomaba el control de su cuerpo. De repente todas las piezas del puzzle intentaban encajar. Aunque aún me faltaban muchas. Lo que fuera se había metido en mi mente, también podría haberse metido en la de Arlo, pero, ¿qué  quería de nosotros? Aunque no fuera una respuesta racional, todos estos meses nada me había parecido tan real como aquella conclusión.

Había caído la noche, en otoño se escondía el sol muy temprano y ya no apetecía hacer nada el resto del día. Acababa de salir de darme un baño caliente para calmar la sensación de estar perdida. Saqué un pantalón de pijama de cuadros rojos y una camiseta negra de manga corta, no me gustaba combinar los pijamas con sus propias camisetas. Me alisé el pelo con el secador mientras esperaba la pizza que había pedido al salir de la bañera. El timbre sonó apenas apagué el secador, y me resultó extraño que el repartidor hubiera llegado tan rápido. Bajé hasta la puerta de entrada y me quedé helada al abrir. Arlo sostenía en sus manos la caja de pizza. El vacío de su mirada me hizo temblar. Sabía que no era solo Arlo quien estaba ahí.
—Hola. Espero que no te importe, he ido a recoger tu pizza de camino hacia aquí. —¿Cómo sabía él que yo había pedido una pizza? Me quedé tiesa en el sitio.
—¿Podemos hablar? —dijo en un tono suave que sonaba a súplica.
—Supongo, no vas a dejar de acosarme hasta que te escuche –me di la vuelta y me acerqué a la cocina, dejándolo atrás cerrando la puerta.
Saqué un par de vasos y una jarra de agua del frigorífico que coloque en la isla de la cocina. Arlo tomó asiento en uno de los taburetes. Mi mente me hizo dudar de si debía continuar llamándolo "Arlo".
—Tengo algo importante que decirte —dijo cargado de seriedad, como si fuera a decirme que alguien había muerto.
Me serví el agua en un vaso y asentí para que continuara. Se aclaró la garganta como si le costara mucho lo que iba a decirme. Y después de un silencio, lo lanzó:
—Me van a desterrar.
Me detuve. Sentí que la habitación daba vueltas. Fruncí  el ceño sin comprender nada. ¿A qué se refería? ¿Era una metáfora? ¿Una broma? ¿Algún tipo de secta? ¿Algún grupo de sicarios?
—¿De qué hablas? —pregunté, casi aguantando una risa nerviosa de confusión.
—La he cagado muchísimo. No sé en qué estaba pensando con todo esto, empecé a perder el control y no sabía cómo recuperarlo —las palabras empezaron a salir de su boca como una cascada llena de nervios y preocupación, y yo no entendía ninguna de ellas. — Van a desterrarme, Hope. Me enviaran aquí y estaré solo, condenado a sentir cada una de las emociones y condenado al dolor y al arrepentimiento de haberme dejado llevar.
Sus palabras podrían haberme asustado, pero no fue eso lo que sentí. En su lugar, sentí una especie de tirón del pecho, una empatía que no podía explicar. Parecía muy asustado, y aunque no entendía muy bien adónde quería llegar, sentí que necesitaba mi apoyo. Le cogí la mano sobre la encimera.
—Oye, para el carro —dije suavemente —. No estoy entendiendo nada, pero no vas a estar solo. Seguro que sea lo que sea no será tan malo — estaba hablando sin saber qué decir, pero las palabras parecían tener algún peso, incluso para mí misma.
Me apretó la mano, cabizbajo.
—Lo siento muchísimo, Hope. Nunca ha sido mi intención hacerte daño.
—¿Qué? —seguramente mi cara era un cuadro de confusión.
—Solo dime una cosa —levantó la mirada, hacia mis ojos —, ¿me darías una segunda oportunidad? En otro cuerpo, o en otra vida, me da igual.
—N-no sé a qué te refieres —balbuceé, completamente fuera de la escena dramática que él tenía en su cabeza. Me pareció  que él sabía algo que yo no, algo que yo no podía siquiera comprender. Para mí todo aquello estaba siendo un sinsentido.
Miró el reloj de la cocina, acababa de dar las diez en punto. Se levantó de la silla con rapidez.
—Tengo que irme. La próxima vez que nos veamos todo será diferente. Siento no haber podido hacerlo mejor... —murmuró la última frase antes de dirigirse a la puerta.
Me quedé congelada. Lo vi alejarse y sentí  una rara brisa de alivio y confusión. El aire a mi alrededor había cambiado. De repente se me había quitado el hambre.

Unholy JailDonde viven las historias. Descúbrelo ahora