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Cruzamos la calle y nos quedamos en la entrada de un callejón oscuro. La música de la fiesta seguía oyéndose, pero no tan alto, y los murmullos de la gente se habían hecho inaudibles desde aquella distancia. Arlo se apoyó en una de esas cajas de luz que sobresalen de la acera, y yo me coloqué frente a él, aún intentando acostumbrar mis ojos a la oscuridad. Mi cabeza en ese momento estaba borrosa. No podía pensar con claridad. Los pensamientos se me hacían un nudo imposible de deshacer sola. Necesitaba esa segunda voz. Me sentía a la deriva sin ella. Me pregunté si esa voz había estado allí todo el tiempo, porque ya no recordaba cómo era tomar decisiones sin ella, ya no tenía claro que esa época hubiera existido. Arlo tiró de la trabilla de mi pantalón para acercarme a él.
—¿Por qué siento que te conozco de antes?– pregunté, decidida a ignorar que se me ponía el vello de gallina cuando me miraba de esa manera.
—Tengo una cara muy común, supongo.
—No me refiero a eso... ya sabes, siento que hemos hablado antes.
—Porque nos conocimos en The nook, ¿tal vez? — su tono parecía querer deshacerse de esa conversación cuanto antes.
—¿Ahora sí lo recuerdas? — me crucé de brazos.
—No lo hago, tú me lo dijiste.
Me quedé callada esperando que se justificara algo más. Yo no podía soportar más esta incertidumbre y esa sensación de no saber bien qué estaba pasando.
—Puedo decirte lo que sí recuerdo —bufó un poco y miró hacia arriba, como si estuviera hurgando en sus recuerdos —. Nos besamos en el coche, en el pasillo, en la cocina, en-
—Si, yo también recuerdo eso —lo interrumpí —. ¿Solo te acuerdas de eso?
—Sí. Pero ni siquiera recordaba tu cara, solo que me acosté con alguien —se encogió de hombros, parecía sincero, y eso me ofendía.—. No te ofendas, no es nada personal. Solo iba muy borracho.
—Pero te acuerdas de eso, ¿no deberías acordarte de lo demás? ¿Aunque sea vagamente? — le insistí.
Chasqueó la lengua y se puso de pie frente a mí, dando un paso hacia delante que me hizo retroceder.
—¿Por qué sigues dándole vueltas? Se me habría pasado el efecto en aquel momento, yo qué sé— siguió dando pasos, haciéndome retroceder hasta que mi espalda tocó la pared— Simplemente olvídalo. Estoy aquí, ¿no?
—Tienes mucho morro.
Sonrió, con una media sonrisa, mientras ponía sus manos a los lados de mi cabeza.
—Apuesto que eso te encanta -murmuró.
Sentí como me afectaba estar cerca de él, mi cuerpo empezaba a reaccionar a la intensidad de su mirada, como si una fuerza irresistible saliera de él. En ese momento tuve una sensación de que su presencia me envolvía y me invitaba a cruzar límites. Y sí. Me encantaba. Seguramente ya se había dado cuenta de que había perdido las bragas por él unos minutos antes. Pero no iba a dejar que lo supiera. No hasta que estuviera segura de que se iba a acordar de mí al día siguiente. En cierto modo me hacía sentir culpable pensar que había tenido algo con un chico que no estaba nada sobrio. Aunque a mí me hubiese parecido que estaba fresco como una lechuga, si la situación hubiese sido a la inversa, sería un escándalo. No quería volver a cometer ese error. No con él. La atracción que sentía iba mucho más allá de que estuviera cachonda perdida, se sentía demasiado profundo, como si no formara parte de este panorama terrenal.
—No puedo arriesgarme a que te pases de la raya conmigo esta noche y mañana no te acuerdes de nada — dije alzando la cabeza para mirarlo.
—Solo déjate llevar. Tú quieres, yo quiero. No hay nada de malo en eso.
—Solo necesito saber que también lo quieres cuando estás sobrio.
—Vamos Hope, tampoco tenemos por qué casarnos. Lo pasamos bien ahora y después ya veremos —se acercó a dejar un beso en mi mandíbula.
Sus labios cálidos sobre mi piel me encendieron, y por un instante, dudé de mi resistencia. Su cuerpo tan cerca del mío y el deseo que sentía comenzaba a confundir mis límites. Me pregunté si estaba dispuesta a dejarme llevar. La resistencia flaqueaba, y en algún momento iba caer de rodillas a sus pies para suplicar que me besara hasta que me dolieran los labios. Él me miraba. Parecía que podía leer todo lo que estaba dentro de mí, como si para él yo solo fuera un libro abierto. Cogía mi cara con una de sus manos, y su gesto parecía esperar que le diera permiso para seguir.
—Tienes demasiadas cosas en la cabeza, lo sé. Creo que este momento te puede ayudar —su voz sonó tierna, pero había una seguridad en sus palabras que me invitaba a hacer lo que dijera sin protestar. Era como si, de repente, él supiera mejor que yo misma lo que era bueno para mí.
Hice un nudo con el pecho de su camiseta en mi mano, haciendo que tuviera que agacharse un poco, y me dedicó una de esas sonrisas que significaba sé perfectamente lo que estás haciendo y no voy a impedirlo. Pero no fue la sonrisa lo que me dijo eso, sino algo más. Fue un pensamiento en lo más profundo de mi cabeza, se escuchaba muy lejano. Pero no era mi voz. No a la que yo estaba acostumbrada. Apenas le rocé los labios con los míos, él puso su mano en mi espalda para acercarme un poco más a su cuerpo.
—¿Hope? ¡Hooooooope!
Escuché la voz de Iris salir de la casa. Me separé de Arlo para echar un vistazo.
—No van a vernos —susurró, girando mi cara por la barbilla para que lo mirase de nuevo, con ganas de seguir el beso que no había podido ser más que un roce suave de labios.
—Suena preocupada — me zafé de su agarre con suavidad y salí del callejón.
—¡Aquí estás! —chilló Iris, y miró el callejón de donde acababa de salir con una expresión de duda.
—¿Qué ocurre?
—Avery... Alguien le ha dado una pastilla, ella ha pensado que sería súper divertido y se la ha tomado sin preguntar siquiera qué es. Está medio muerta tirada en el sofá. Deberíamos llevarla a casa.
—Yo no puedo conducir, he bebido.
—Yo tampoco, he bebido. Y he fumado un poco. Bueno, mucho —se echó a reír.
—Yo os llevo — dijo Arlo saliendo del callejón, acercándose a nosotras.
Abrió la mano en frente de Iris y ella dejó las llaves del coche de Avery en su mano. Juraría haberlo visto haciendo un viaje a otra dimensión cuando entramos en la casa, y ahora, mágicamente, estaba sobrio. Como la noche que lo conocí por primera vez. ¿Acaso fingía estar más perjudicado de lo normal? ¿Para luego tener una excusa para no volver a llamar a las chicas?
Entramos en la casa, Arlo cogió a Avery como si su peso fuera el de una pluma y yo no pude evitar fijarme en cómo se le marcaban los bíceps, aunque ese no fuera el mejor momento. La subió en los asientos traseros del coche y le puso el cinturón.
—Súbete —me ordenó, señalando la puerta del copiloto.
—¿No has pensado que a lo mejor no quiero irme? —dije juguetona, mientras me metía en el asiento y cerraba la puerta.
—No podemos llevarla a su casa —arrancó el motor.
—¿Y dónde vas a llevarla?
—A la tuya.
Sacó el coche de su aparcamiento y salió a la carretera sin que yo le diera ninguna indicación.
—No podemos dejarla sola, si vomita y se ahoga con su vómito, morirá. O se puede tragar la lengua.
—Agradecería que dejaras de ponerte en lo peor— murmuré, y por una vez, me sorprendí de ser yo la que estaba diciendo esas palabras en alto, eso sería algo que yo habría podido decir perfectamente.
—Dime por dónde tengo que ir - me miró y yo me reí, porque prácticamente ya habíamos llegado a mi casa. No tenía ni idea de por qué él sabía el camino hasta allí, no recordaba haberle dado mi dirección en ningún momento. Le di las indicaciones de todos modos. Su manera de conducir no era la de una persona que había bebido y se había drogado, y eso solo añadía más misterio a la maraña de mis pensamientos.
Avery pasó todo el trayecto diciendo cosas sin sentido, pero no dejaba de ser graciosa ni estando en ese estado.
—Uuuuuh —dijo con una vocecita muy aguda cuando Arlo paró el coche frente a mi casa—. Aterrizamos en la mansión Goldberg, repito, aterrizamos en la mansión Goldberg.
Mi casa poco tenía que ver con una mansión. Mi madre quiso hacerla solo de una planta porque decía que así no tendría que subir escaleras cuando fuera vieja y le dolieran las rodillas. Lo cual resultaba gracioso, porque se había mudado a un apartamento en la ciudad que estaba en un quinto piso. Yo insistí para que hiciera la segunda planta arriba, con 9 años ya tenía claro que quería tener mi propia intimidad, y mi madre aceptó mi capricho. Arriba sólo había un pequeño cuarto de aseo sin ducha, un rellano con el primer ordenador que tuvo mi madre en un escritorio y algunas estanterías con libros; y mi habitación. Abajo había un garaje que habíamos convertido en trastero aprovechando que siempre había donde aparcar en la calle, su dormitorio, el baño completo y un salón-comedor-cocina.
Arlo quiso sacar a Avery en brazos, pero ella insistió en salir andando, aunque le costaba. Dentro de casa le preparé un vaso de leche con galletas a petición suya. La observamos mientras comía y balbuceaba cosas. Estaba teniendo una conversación con ella misma sobre esa noche.
—Claro, porque si no... si yo no hubiera aceptado la pastilla —se encogió de hombros —. Era muy guapo el chico de la pastilla, debería volver y pedir su número —se llenó la boca de galletas y pegó un trago a la leche. Hasta a mí se me había hecho una bola en la garganta solo de verla.
—No puedes volver Avery, todo el mundo se ha ido a casa —mentí, para evitar que nos hiciera volver.
Ella respondió con un puchero.
—¡Noooo! ¡He desperdiciado mi oportunidad con el chico guapo!
—A lo mejor —intervino Arlo —, si un chico te da una pastilla sin decirte qué es ni lo que puede hacerte, y repito, solo a lo mejor; no merece mucho la pena ese tío.
A mí solo se me puso la piel de gallina de pensar cuáles podrían haber sido las intenciones de ese tipo al drogar a mi amiga.
Arlo se levantó de donde estaba sentado.
—Voy a tener que irme, Hope. Confío en que tienes esto bajo control — dijo muy seguro de sí mismo.
—Te acompaño a la puerta —asentí, aunque me extrañó que le hubiera entrado la prisa tan de repente.
—Uuuuuuuh muack muack muack muack —escuchamos a Avery murmurar mientras nos acercábamos a la salida.
—Nos vemos pronto, Hope — se despidió sonriendo débilmente, como si ahora le costara mucho tener el control de su propio cuerpo.
Me apretó el hombro y luego la barbilla de forma cariñosa antes de irse. Sin dejarme su número. Y sin saber cuándo sería la próxima vez que nos veríamos.
Me quedé con una sensación extraña cuando se marchó. Sentí una brisa de aire frío a pesar de haber cerrado la puerta, y me volvió a llenar la sensación de caer al vacío sin paracaídas. Tuve que tomarme unos segundos para recomponerme antes de volver con Avery al salón. Se había quedado dormida en el sillón de lectura, hecha un ovillo.

Unholy JailDonde viven las historias. Descúbrelo ahora