El sonido del timbre de casa retumbó por todas las paredes, pero yo apenas lo escuché. Estaba sentada en el borde de la cama, con el móvil en la mano, mirando la pantalla en blanco. Desde la desaparición de Arlo, todo había caído en una calma extraña, como si el mundo hubiera decidido mantenerse en pausa. El silencio parecía mucho más pesado que hacía unas semanas, más denso.
La segunda vez que sonó el timbre, me levanté de la cama de un bote. Bajé las escaleras descalza, no estaba esperando a nadie. Abrí la puerta, Avery entró con un par de bolsas de Taco Bell.
—He pensado que tendrías hambre —se dirigió hacia la cocina mientras yo cerraba la puerta.
La seguí y la observé sacar comida de la bolsa y disponerla en la encimera de la cocina, parecía tener prisa.
—¿A qué viene esto? —me reí, arrebatándole uno de los vasos de refresco, llevándome la pajita a la boca. Puse cara de asco — ¿Coca Cola Zero? Puaj.
—Esa es la mía —me cambió el vaso por otro.
—¿Desde cuándo tomas Coca Cola Zero?
—Desde que descubrí que me pone como una moto. ¿Tú te imaginas? ¿Como si yo no tuviera bastante tendencia a la hiperactividad? — chupó de la pajita y se sentó. — He venido a ver si estabas bien. Ya que tú madre ignora que tiene una hija, alguien tiene que asegurarse de ello.
—Oye, agradezco todas las molestias que os tomáis, de verdad —me reí un poco—. Pero no voy a quitarme la vida ni nada de eso.
—Eso nunca se sabe, es mejor prevenir.
Sacó su quesadilla y empezó a comer.
—Tienes mucho potencial, Hope. Eres guapa, inteligente, graciosa... Bueno, no eres la más graciosa de las tres, pero tienes tus puntos. He hablado con un tipo que trabaja para mi padre, están buscando una secretaria para su oficina de Silverbrook. Puedo decirles algo si estás interesada.
—Oh... eso sería genial.
—Vale, come —me ordenó—. Solo tengo cuarenta minutos de descanso para comer, y ya he gastado quince viniendo hasta aquí.
Tomé asiento y abrí mi burrito.
—Tampoco es como si el jefe te fuera a echar.
Se rió un poco.
—Iris vendrá está noche, está haciendo un examen ahora. No sé por qué sigue empeñada en acabar la carrera, ha repetido como cuarenta veces de curso.
—Si le gusta lo que estudia es normal —dije con la boca llena —. Oh, y esta noche no puedo. No estaré en casa.
Se quedó quieta mirándome, en silencio.
—He quedado. —continué, sabiendo lo que quería decir su mirada.
—¿Ajá...?
—Con el chico del gimnasio.
—¿El moreno del tatuaje?
—No, el otro.
—Creo que no le vi la cara al otro. —se encogió de hombros y se llevó otro bocado a la boca.
—Es boxeador.
—¿De verdad? O sea, ¿gana dinero por pelear?
—Sí. Bueno, no. Según me ha dicho, aún no ha entrado en ninguna competición, solo entrena para eso.
Recordé la conversación que mantuvimos la noche anterior hasta las tantas de la madrugada.
—Axel también se dedica todo el día a ponerse mazado en el gimnasio. Gana competiciones, de esas donde tienen que embadurnarse el cuerpo de cacao en polvo y aceite de bebé.
—Qué asco —me reí—. ¿Qué tal con él?
—Bueno, es muy calladito, pero me gusta. Con él es como si de repente se me apagara el cerebro. No me vuelvo tonta ni nada de eso, sino que siento que puedo relajarme completamente, ¿sabes?
Asentí, con la boca llena.
—Es muy agradable. Y bueno, mejor ni hablamos del sexo...
—¡No quiero saberlo! —la interrumpí — Estoy bien así, gracias.
Se echó a reír.
—La tiene enorme. —dijo, aún así.
—¡ARG! —me tapé los oídos por si se le ocurría seguir hablando sobre eso.
Ella seguía riéndose.
—Vamos, ni que fuera la primera vez que hablamos de eso. —me apartó las manos de los oídos.
—Ya, pero apenas lo conozco. No quiero que los primeros datos que me des sobre él sean sobre cómo se comporta en la cama. ¿Te imaginas si algún día os casáis y tengo que hacer un discurso? —me aclaré la garganta — No conozco mucho a Axel, pero sé que le mide veintidós centímetros y medio, que lo operaron de fimosis cuando tenía 10 años y que su postura favorita es el perrito.
—Has dado casi en el clavo —dijo ella, y ambas estallamos en risas.Después de comer, Avery volvió al trabajo. Yo me quedé recogiendo la cocina. Agradecía de verdad que mis amigas se tomaran tantas molestias por mí, y que repararan en mis cambios de actitud sin que yo hubiera dicho nada al respecto. No me sentía tan mal como para tener que estar vigilada. ¿Tan mal aspecto tenía? No me sentía ni siquiera fea. Solo sentía una mezcla de cosas que no era capaz de descifrar, y tal vez me hicieran sentir un poco incómoda. Quizá, visiblemente incómoda.
Me dediqué a correr una hora en la cinta después de haber reposado bien la comida. La noche anterior había estado despierta hablando con Seth hasta casi las cinco, y había conseguido dormir bien sin las pastillas hasta las doce de la mañana. Hablar con él tenía un efecto en mí muy parecido al de correr: se me disipaba el ruido mental. Como si al hablar con él, nada más importara. Se me hizo muy fácil abrirme, y no había ninguna alarma sonando en mi cabeza cuando nos escribíamos. Mientras daba zancadas en la cinta y repasaba mentalmente nuestra conversación, me llegó un mensaje.
Seth: ¿Sigue en pie nuestro plan?
Disminuí la velocidad para poder contestarle.
Yo: A las siete, ¿no? ¿En el gym?
Seth: Si estás libre y quieres, puedes venir a las 6.
Yo: ¿Se te hace larga la espera?
Seth: Muchísimo.
Después de correr, me di una ducha rápida y me vestí de nuevo con otra ropa de deporte. Me puse unos pantalones acampanados de yoga y un top de tirantes bajo una chaqueta ancha. El cielo se había nublado, y habían caído unas cuantas gotas mientras me preparaba para salir, así que decidí ir en coche. Podría haber hecho el trayecto en autobús, o incluso andando, pero me ganó la pereza. Dejé el coche en el parking, y noté que me temblaban las manos cuando apagué el motor. Estaba... nerviosa. Como si nunca antes hubiera estado a solas con un chico guapo. Y que me gustaba, más de lo que estaba dispuesta a admitir en alto. Cogí el bolso del asiento de al lado, y salí del coche. Una lluvia repentina empezó a caer sobre mí, así que salí corriendo hasta la puerta del gimnasio. La puerta estaba cerrada, pero Seth venía de camino para abrirme.
—Hola, pasa —abrió la puerta, echándose hacia un lado para dejarme entrar.
—Hola —le sonreí un poco al pasar a su lado.
Se había peinado un poco, pero seguía teniendo el pelo oscuro alborotado. Me sonrió sin separar los labios, antes de cerrar de nuevo la puerta con llave.
—¿Quieres beber algo? No tengo mucho, aquí solo hay batidos de proteínas y electrolitos.
—Estoy bien, gracias.
Sacó una botella de agua del refrigerador que había tras el mostrador y se acercó a mí, señalando la zona de boxeo.
—¿Vamos?
Asentí y lo seguí hasta allí. Había un par de chicos que entrenaban con los sacos, llenando el gimnasio con el sonido de los guantes golpeando el cuero. Seth me miró por encima del hombro, con su expresión relajada y una intensidad en los ojos que no se podía ignorar. Soltó la botella en uno de los bancos, y se giró hacia mí.
—No te ofendas, pero no tiene pinta de que hayas boxeado mucho antes.
—¡No me digas! ¿Qué te ha hecho dudar? ¿Mis enormes bíceps? —bromeé.
Seth se encogió de hombros, sin apartar la vista de mí, y se rió un poco.
—Parece más que lo que te va es el yoga, o pilates —dijo mientras se acercaba a uno de los armarios para sacar unos guantes. Yo me quité la chaqueta, dejándola en el banco. Mis brazos notaron una brisa de aire frío al dejarlos al descubierto.
—No te rías, pero creo que no tengo nada de flexibilidad para ninguno de esos deportes.
Se acercó a mí con una pequeña risa inocente, su mirada se volvió más suave, y me recorrió todo el cuerpo con los ojos. Me ayudó a ponerme un par de guantes.
—Notarás que pesa un poco. Dime si se ajusta bien.
Moví mi mano con el guante y asentí, mirándolo. Se colgó sus guantes al cuello y tiró de mi muñeca hacia el ring.
—Si quieres puedo dejarme ganar para que impresiones a tus compañeros —murmuré, divertida, señalando a los dos chicos que entrenaban.
Seth se rió, mientras se ponía los guantes. El segundo se lo apretó ayudándose con los dientes, y chocó ambas manos un par de veces.
—Prefiero impresionarte a tí.
Sentí mucho calor de repente, sobre todo en mis mejillas. Desvié la mirada intentando disimular que me había puesto como un tomate.
—Vamos —me golpeó el hombro con suavidad —, enséñame qué sabes hacer.
—¿Cómo? ¿Tan rápido? ¿No vas a invitarme ni a un café primero?
Se echó a reír y yo me puse recta, intentando ocultar que todavía seguía sonrojada, mirándome los pies, haciendo un pequeño ajuste de posición sin saber muy bien lo que hacía. Miré levemente a mi alrededor antes de llevar mi vista de nuevo hacia él. Di un par de pasos hacia el centro, fingiendo una confianza que no sentía del todo. Alcé los brazos en posición de defensa, respirando hondo, buscando algún gesto de aprobación de Seth. Me sonrió, dando un par de pasos hacia mí que me hicieron retroceder instintivamente. Sus ojos brillaban como si se divirtiera, y su rostro me transmitía una calma que me hacía sentir muy cómoda.
—No está mal para empezar, pero — me rodeó hasta ponerse detrás de mí— tenemos que ajustar un poco esto —empujó mis codos hacia arriba, subiendo mis puños hasta la altura de mis ojos —. Y relájate un poco, —llevó sus manos a mis hombros, con suavidad— no necesitas estar tan tensa.
Relajé un poco mi postura, aunque sentí un escalofrío por toda la espalda al sentirle tan cerca, un escalofrío que me nubló los pensamientos, y me costó concentrarme en lo que decía. Seth volvió a colocarse frente a mí, sonriendo orgulloso, como si hubiera hecho un buen trabajo conmigo.
—Ahora intenta golpearme.
Se me escapó una risa nerviosa.
—¿Qué? ¿Ya?
—Claro, vamos. Intenta darme. —hizo un gesto con sus manos que me invitaba a acercarme, y se colocó en posición.
Flexioné un poco las rodillas y lancé un golpe al aire con los ojos cerrados.
—Otra vez. Esta vez abre los ojos, no vas a ver dónde apuntas si los mantienes cerrados. —me animó, dando un paso hacia atrás.
Volví a lanzar mi puño en el aire, avanzando esta vez al mismo tiempo con mis piernas.
—Eso está mucho mejor. Vamos, sigue.
Se movió hacia la derecha, obligándome a hacer lo mismo para poder alcanzarlo con los golpes torpes que iba lanzando. Intente concentrarme más, pillarlo desprevenido. El siguiente golpe tampoco lo tocó.
—Tienes que pensar menos —se tocó la sien — y sentir más —dijo sin dejar de moverse—. No pienses en el golpe, solo déjalo salir.
Fruncí el ceño con determinación, me lancé hacia él un poco más rápido, y aunque fallé, Seth me lanzó un gesto de aprobación. Me pareció muy divertido cómo se movía para provocarme, y no pude evitar reírme.
—Vas mejorando —se inclinó un poco hacia mí—, pero todavía no me has tocado —susurró.
Empezaba a frustrarme que se me diera tan mal, le lancé otro puñetazo con más fuerza. Estuve cerca de tocarlo, pero me cogió la muñeca a varios centímetros de su pecho.
—Casi —murmuró con una sonrisa burlona, mientras me miraba a los ojos.
—Si me agarras no vale —protesté.
—¡Vale! —soltó mi muñeca alzando sus manos al aire.
Me lancé entonces a darle de nuevo, sin fuerza, casi como un juego. Él se hizo un ovillo y se empezó a reír.
—¡Hope! ¡Eso tampoco vale!
—¡Has bajado la guardia! —me reí sin dejar de azotarle, aunque solo era una excusa para acortar las distancias y pegarme un poco más a él.
—¡Vale! ¡Para!
—No hasta que admitas que me has subestimado y que soy mucho más fuerte de lo que creías.
Soltó una carcajada aún más fuerte.
—No voy a decir eso —se incorporó un poco, me cogió por la cintura para hacerme girar, pegando mi espalda a su torso, bloqueándome los hombros con su brazo alrededor de mi cuello.
Se me aceleró la respiración, pero fingí que recuperaba el aliento por mi arrebato de ira contra él. El calor de su cuerpo me envolvía, y notaba su respiración profunda junto a mi oído. Intenté disimular cuánto me afectaba su cercanía, pero mi piel no paraba de reaccionar, como si cada punto de contacto me quemara.
—¿Ya? ¿Más tranquila? —murmuró sonriendo orgulloso de haberme bloqueado con una llave.
—Imposible si te tengo tan cerca —susurré, y le mordí el brazo con suavidad—. Además, he ganado. Te tengo justo donde quería. —mentí, pero me hizo sonar muy segura de mí misma. Y de paso rompía la tensión de estar tan cerca.
Soltó una risa ronca, casi en voz baja. Me costaba respirar, y mi corazón latía tan fuerte que seguramente él ya lo había notado. ¿Se habría dado cuenta de lo nerviosa que estaba?
—La próxima vez, te dejaré ganar. —dije intentando zafarme de su agarre, antes de que mi respiración se acelerara aún más.
Aflojó un poco sus brazos para dejarme escapar, y se empezó a quitar los guantes.
—¿Qué? ¿Ya te rindes?
—Voy a traerte agua, estás ardiendo —se bajó del ring de un salto, y yo me miré en los espejos.
Se me había alborotado el pelo y las mejillas tenían un tono rojizo. Sí que sentía que me ardía todo el cuerpo y no estaba segura de si era por el esfuerzo físico o por haber estado tan cerca de él. Intentaba recuperar el control, pero mi cabeza se había quedado en ese momento, atrapada en su cuerpo. Le seguí hasta el banco, poniendo las dos manos delante de él.
—¿Me los quitas? —pregunté mirándole a los ojos, con carita de inocente.
Me sonrió antes de comenzar a hacerlo. Sus dedos se deslizaron por mi brazos cuando tiró de ellos para sacarlos, y ese simple gesto me estremeció. ¿Cómo era eso posible?
—Algún día voy a ser mucho mejor que tú, ya lo verás —vacilé, cogiendo la botella de agua que me acercaba.
—Para eso primero tienes que aprender a encontrar tu ritmo, entender cómo moverte, dejarte fluir...
Bebí un sorbo sin apartar la mirada de él. En su tono pude comprender que hablaba de algo más que de boxeo.
—¿Eso haces tú? ¿Sigues tu propio ritmo? —alcé las cejas.
Seth dió un paso hacia mí, acortando más la distancia, y me arrebató la botella de las manos mientras me mantenía la mirada. Se la llevó a la boca y bebió un poco, relamiendo sus labios al acabar. Recé en silencio por que no notara como me había afectado ese gesto que acababa de hacer. Volvió a subirme el calor a las mejillas mientras me seguía mirando, tomándose su tiempo. Mi ritmo cardíaco no conseguía volver a su normalidad, así que supe que no era solo el ejercicio lo que me excitaba de esa manera.
—A veces. Pero me adapto rápido. —me dió un golpecito en la barbilla con su dedo.
Su pequeño gesto parecía estar estudiado, como si supiera perfectamente lo que iba a provocar en mí. Me encontré atrapada entre el deseo de acortar aún más la distancia y el miedo a que lo que estaba sintiendo pareciera demasiado evidente. Por algún motivo desconocido sentía que esto que había entre nosotros merecía ir con calma, aunque no fuera eso lo que quería mi cuerpo.
—Eso parece —murmuré cuando fui capaz de reaccionar.
La tensión entre nosotros era muy espesa, cualquiera se habría dado cuenta de que aquí había algo más que dos jóvenes boxeando. Si esta situación hubiera estado en una película de la tele, mi abuela habría cambiado el canal por obscena. Sin embargo, su rostro se ablandó, y me tocó el pelo.
—¿Qué quieres hacer ahora? —me colocó el mechón detrás de los hombros.
Cogí aire y lancé un suspiro, liberando toda la tensión anterior.
—Me empezaba a gustar lo que estábamos haciendo.
—¿Pelear, o provocarnos? —alzó las cejas, con una sonrisa.
Me mordí el labio y le sonreí también.
—Sobre todo la segunda —asentí, manteniéndole la mirada durante unos segundos en silencio.
Después me giré para mirarme al espejo y recoger mi pelo con una goma. Seth dió un paso detrás de mí, como si no estuviera dispuesto a dejar distancia entre nosotros. Me observó con atención mientras me hacía la coleta. Colocó sus manos en mis caderas.
—¿Quieres ir a comer algo? —me propuso casi al oído.
Me giré hacia él, consciente de que estaría mucho más cerca de él que antes.
—Vale, pero necesito una ducha —dije, buscando sus ojos con los míos.
Nos quedamos unos segundos allí pegados, con sus manos en mis caderas, como si ninguno de los dos quisiera irse de aquel momento. Luego hizo un gesto hacia el despacho, y me dejó pasar primero mientras se echaba mi bolso al hombro.
Me di una ducha rápida en los vestuarios femeninos y salí de allí vestida con un pantalón negro ancho y una camiseta pegada del mismo color. Seth me esperaba sentado en el sillón de cuero, mirando su móvil. Llevaba unos vaqueros negros largos con una camiseta, también negra, de manga corta bastante holgada. Se levantó cuando me vió entrar, y me echó un vistazo de arriba abajo antes de hacer un gesto, que involucraba una sonrisa y un pensamiento seguramente lascivo.
—¿Qué? —me miré a mí misma, tratando de averiguar si la ropa que llevaba era demasiado sugerente, pero no era así.
—Nada, me alegra verte con una ropa que no sea de deporte. ¿Vamos? —me indicó que saliera con un gesto suave.
—Sí. Empiezo a preguntarme si tienes más colores en tu armario —bromeé, saliendo.
—Ninguna de esta ropa es mía. Me la ha dejado toda Leo.
Caminé delante de él por el pasillo hasta salir al gimnasio, sin darle más importancia a lo que acababa de decir, como si hacer algún comentario o pregunta al respecto pudiera incomodarlo. Allí él sacó las llaves de la puerta, y avisó a los chicos que quedaban de que iba a cerrar. Todos salimos a la vez. La lluvia se había calmado, pero el suelo estaba lleno de charcos y mis pantalones casi lo tocaban. Me arremangué los pantalones como pude, sin importar parecer ridícula delante del chico al que intentaba sorprender. Seth se rió al verme.
—¿Quieres que te ayude?
—Puedo sola —dije, concentrándome en donde ponía los pies al caminar.
Por suerte, el coche no estaba muy lejos. Metí el bolso en los asientos de atrás antes de subirme en el asiento del conductor.
—¿A dónde vamos? —pregunté metiendo la llave en el contacto, arrancando el coche.
—Llévame a tu sitio favorito, quiero saber qué te gusta.
—¿Y si no te gusta a ti?
—Disfrutaré de todos modos. —me dedicó una leve sonrisa, y me dio una palmadita en el muslo.
Me encendí de nuevo. ¿Cómo iba a saber mantener la compostura si este hombre no paraba de tocarme? Cada vez que ponía sus manos sobre mí sentía que me estaba prendiendo fuego.
Salí del aparcamiento y conduje hasta Silverbrook. Había un restaurante Coreano a las afueras de la ciudad que me encantaba. Aparqué un poco lejos del local, porque no encontré un sitio mejor más cerca, así que tuvimos que pasear para llegar.
—¿Has probado alguna vez la comida coreana? —le pregunté, pasando mi brazo por el suyo para agarrarme, sintiendo que la extraña confianza que había entre nosotros me lo permitía.
Él miró mi gesto con una sonrisa ligera, como si no le pareciera raro.
—No, nunca. ¿Está bueno?
—A mí me encanta. Aunque no suelo venir mucho. He estado solo unas cuantas veces con mi madre porque a mis amigas no les gusta.
Seth asintió, y noté como hizo su paso más lento, como si quisiera disfrutar de aquel momento.
—¿Por qué crees que no les gusta? —preguntó, curioso.
Me encogí de hombros.
—Quizás porque es demasiado picante, o porque hay arroz en todo, no lo sé.
—¿A ti te gusta el picante?
—Mucho. De hecho, ¿sabes que los coreanos dicen que el picante alivia el estrés?
Me avergoncé un poco de haber soltado un dato curioso que tal vez no le interesaba, así que me puse nerviosa por su respuesta.
—¿En serio? En ese caso, creo que deberíamos comer picante todos los días. Todos necesitamos un alivio. —dijo, mirándome con una sonrisa en sus labios que me hizo sentir segura.
—¿A qué clase de alivio te refieres tú? —me choqué un poco con él, a propósito, para llamar su atención.
Seth se rió bajo, con un brillo travieso en sus ojos mientras me miraba.
—Ya sabes, el tipo de alivio que se siente cuando te quitas todo el peso de encima, cuando dejas de preocuparte por lo que te rodea. ¿O crees que me estoy refiriendo a algo más? —su voz bajó un poco, con un tono más íntimo.
—Seguramente. Entre los dos hay una tensión que se podría cortar con un cuchillo. —dije con sinceridad, aunque se me escapó una risa nerviosa.
—Bueno, creo que la tensión es la mejor parte. —respondió con la voz grave y calmada, como si hablar de esto no le provocara nada en absoluto.
Alcé las cejas, y me permití meter mi mano fría bajo su camiseta, tocando su vientre. Sentí como se estremecía bajo mi tacto, y como se tensaba ante un contacto inesperado.
—Creo que hay muchas partes que son mucho mejores que la tensión. —ni siquiera recuerdo cómo dije eso sin que me temblara la voz ni un poco.
Su piel estaba ardiendo. Miró su vientre, donde descansaba mi mano, y sonrió sin que su actitud cambiara. ¿Cómo podía él mantener la calma? Yo estaba atacada.
—Ya que lo mencionas... ¿Qué piensas sobre esto, Hope? ¿Estamos solo jugando, o es algo más? ¿Cuál es tu intención conmigo?
Su pregunta me pilló por sorpresa. Ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos dejado de caminar. Sus palabras se quedaron flotando en el aire, y yo me sentí muy rara de repente. Me mordí el labio mientras buscaba en su mirada alguna pista de lo que quería él. No me atreví a decir nada. ¿Qué iba a decirle? No sabía nada de él, a parte de que me gustaba mucho y ni siquiera lograba saber por qué. La velocidad con la que se cuestionó hasta dónde estaba dispuesta a llegar con él me hizo dudar, y darme cuenta de que en realidad no tenía ni idea de donde me estaba metiendo. Él parecía muy seguro de sí mismo, y yo estaba a punto de dejar de respirar.
—No lo sé... —Dije finalmente, en voz baja. Me moví, nerviosa, con mi mano todavía en su vientre como si aún no quisiera soltarlo.
Su sonrisa se ensanchó, y su mirada se volvió intensa, como si eso fuera justo lo que estaba esperando escuchar.
—Sé que hay algo más aquí. No estás tan segura como intentas parecer, y yo tampoco. —se acercó un poco más, haciendo que apartara mi mano, y la suya me recorrió el brazo, deteniéndose en mi cuello. —¿Quieres que lo haga aún más complicado?
—No sé si quiero que lo hagas más complicado —murmuré justo antes de morderme el labio, luchando por contener el calor que me subía por las mejillas.
Se inclinó un poco más, hasta que tu aliento me chocó con la mejilla. Me dejó un beso ahí mismo, y me dedicó una sonrisa tierna al separarse.
—Anda, vamos a comer —tiró de mi mano hacia el interior del restaurante.
No pude evitar sonreír como una tonta. La calidez de su beso en mi mejilla la seguí notando prácticamente toda la noche. Algo me estaba pasando con aquel chico, y ese algo me gustaba mucho.
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Unholy Jail
General FictionHope nunca imaginó que una atracción prohibida la llevaría a los límites de lo desconocido. Seth no es solo el hombre misterioso que la atrae: oculta secretos que desafían todo lo que ella conoce. Entre la tentación y el peligro, ¿hasta dónde estará...