Desgarro

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Bulma llegó al baño sintiendo cómo la presión en su pecho se volvía insoportable, como si cada paso que daba al alejarse de él aumentara el peso de la tristeza acumulada en su interior. Apenas cerró la puerta, sus lágrimas comenzaron a caer sin contención, rompiendo el nudo que había intentado sostener durante los últimos minutos. Se dejó caer contra la pared, sus manos temblando mientras cubría su rostro, permitiendo que el llanto fluyera con una fuerza que ni siquiera había anticipado.

Cada sollozo era una liberación de todo lo que había estado guardando, todo el dolor, la traición y la incredulidad. Sentía que el maquillaje se desvanecía de su rostro, que sus ojos se hinchaban y enrojecían, pero en ese momento no le importaba. Solo quería llorar hasta vaciarse, hasta que el dolor dejara de ser tan agudo, tan desgarrador. Las palabras de Vegeta, su indiferencia, esa frialdad absoluta con la que había permitido que otra mujer lo besara frente a ella, todo eso se repetía en su mente, desarmándola, rompiéndola en pedazos.

Después de unos minutos, escuchó murmullos y risas que se filtraban desde afuera, recordándole que no estaba sola en ese lugar. Sintiéndose expuesta, rápidamente se limpió el rostro con las manos, intentando borrar las huellas de las lágrimas que corrían por sus mejillas. Respiró hondo y trató de recuperar la compostura, al menos por fuera, pero la rabia comenzaba a surgir en ella, reemplazando la tristeza.

La imagen de Chiaza besando a Vegeta apareció en su mente con una claridad dolorosa. El modo en que él había aceptado ese beso, su expresión impasible y fría, como si ella, Bulma, no estuviera allí, como si no importara en absoluto. Era como si cada gesto, cada palabra de él se hubieran convertido en una mentira hiriente. Todo lo que había creído que compartían se desvanecía en una traición evidente, una cruel farsa en la que ella había sido la única que realmente había sentido algo.

—Me engañaste... —murmuró, sintiendo cómo la ira y la cólera invadían cada rincón de su ser—. Todo este tiempo, solo fui un juego para ti. ¡Un maldito engaño!

El rostro de Vegeta, sus ojos, sus palabras frías y despectivas, todo eso se transformaba en un recordatorio constante de su traición. Él siempre estuvo con ella, pensó con amargura. Todo este tiempo, mientras yo... mientras yo crei en él, pero solo me vio como una mocosa imbecil e ingenua. La decepción se transformó en furia, una furia que la fortalecía, que la hacía sentir que, de alguna manera, aún podía protegerse de ese dolor.

Se enderezó y respiró profundamente, decidida a no volver a derramar una lágrima por alguien que no merecía su confianza.

Bulma se miró en el espejo, secándose las últimas lágrimas y conteniendo la tormenta de emociones que sentía. Con las manos firmes, volvió a colocar su maquillaje con precisión, cubriendo las huellas de tristeza en su rostro, delineando sus ojos con cuidado y recuperando poco a poco su aspecto imperturbable. La ira y el resentimiento le daban fuerzas, encendiendo ese ímpetu que siempre la había caracterizado. Era el mismo impulso que la ayudaba a seguir adelante, incluso ahora, cuando el dolor aún latía en su pecho.

Enderezó sus hombros, respiró hondo y, con una mirada desafiante al espejo, salió del baño con una nueva determinación.

Al instante, varios de sus amigos, que evidentemente la habían estado buscando, se acercaron con expresiones de preocupación.

—Bulma, ¿estás bien? —preguntó Yamcha, mirándola con atención.

Ella le sonrió con naturalidad, una sonrisa que ocultaba el huracán en su interior. —Sí, sí, solo necesitaba un momento sola —respondió, tomando una copa de licor que alguien le ofrecía. Bebió de un trago, sintiendo el ardor que recorría su garganta y la hacía sentirse un poco más segura, más ligera. Más fuerte, pensó. Levantó la segunda copa que le ofrecieron y la bebió con la misma ligereza, dejando que el licor entibiara sus pensamientos y apaciguara la furia que aún palpitaba dentro de ella.

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