Marcus Acacius (Puedo vivir con ello)

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Marcus Acacius --- Puedo vivir con ello

Si me preguntaran si quisiera regresar el tiempo o cambiar algo de mi vida, sin dudar diría que sí. Desearía no ser hija del senador más temido de toda Roma y poder elegir lo que quiero ser y hacer por el resto de mi vida y no esperar a que alguien tenga que elegir por mí.

Pero lamentablemente, eso no es posible.

—Acepta casarte conmigo— su voz era más una orden que una petición. El hermano del emperador Geta nunca fue de mi agrado. Ambos eran unos malditos que amaban divertirse con la muerte de las personas. Y ahora, estaba obligada a casarme con el emperador Caracalla.

A lo lejos de la fiesta, observaba a mi padre, quien me amenazaba con la mirada para que hablara. Para que de mi boca salieran esas palabras que me hizo aprender la noche anterior cuando me comentó sobre la boda que ya había aceptado.

Y atrás de él, estaba el general Acacius con su armadura blanca, pulcro, imponente y extremadamente hermoso. El hombre del que me había enamorado hace años. Su rostro no mostraba ninguna emoción, pero sus ojos estaban brillosos. ¿Cómo no iba a conocer sus ojos a la perfección? Si era lo único que podía ver de él sin que descubrieran mis verdaderos sentimientos por él. Los había aprendido a leer a la perfección.

Le supliqué a mi padre millones de veces que no hiciera esto, pero el poder puso más que el amor que supuestamente le tenía a su propia hija.

—Gala— el emperador presionó con fuerza mis manos, llevando mi atención de nuevo a él. —Acepta— otra vez una orden. Y todos lo notaban.

—Sería un privilegio y un honor estar casada con usted, emperador. Una de las piezas principales de la grandeza de Roma y sus alrededores.— me dolió pronunciar cada una de esas palabras, porque no la sentía así.

Aplausos que se sintieron incómodos, llenaron la sala. Me abrazó a la fuerza y mi vista quedó hacia mi padre quien me lanzaba una mirada de advertencia. Y Marcus había desaparecido de su lugar.

La fiesta continuó, y no era sorpresa que todos los senadores y claro, los emperadores terminaran sobrepasados por el alcohol. Me encontraba cansada y harta de todo, así que avisándole a mi padre, me dirigí a mi habitación.

Quería estar sola, sin nadie que se me acercara y me dejara asimilar que mi vida empezaba a pudrirse poco a poco. Tan inmersa en mis pensamientos me encontraba, que no noté la armadura blanca que se acercaba a mí, con la cual choque.

—Lo siento, mi lady— era él.

Levanté la mirada hasta conectar con sus ojos. Estos estaban ¿tristes?

—Creí que seguiría en la fiesta— volvió a mencionar, pero con un tono más tierno. Cielos ¿Era yo la que imaginaba que sentía por lo menos una mínima parte de lo que yo sentía por él? O era solo ese deseo.

—Estoy... cansada— respondí sin ánimos. Él lo notó.

—¿No está feliz, mi lady?— preguntó con genuino interés y preocupación —Un compromiso es digno de celebrar—

—No el mío, Marcus. Te lo aseguro— pasé a su lado, pero en lugar de dirigirme a mi habitación, caminé hacia los jardines centrales del palacio. Era mi lugar favorito en el que podía tener calma y respirar.

Marcus me siguió en todo momento, se paró a unos pasos detrás de mí y a pesar del silencio, su sola presencia era suficiente para imponer. Para anunciar que se encontraba en ese sitio.

—No tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir a esto, Marcus— murmuré. Camino hacia mí y me tomó de las manos, llevando ambas a su boca para dejar un casto beso.

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