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EL LIBRO 

Nicolás Meyer 

Mi abuela estaba arriba de la camilla. 

La subieron a la ambulancia en el momento en el que corrí hacia ella. 

Había un par de periodistas y camarógrafos intentando tomar fotos. Intentando esquivarlos, pasé hasta la cabina, pero ya la habían cerrado. Peor aún, se habían ido con ella dejándome con la maldita incertidumbre de no saber qué pasaba con ella. 

—... Nicolás, ¿nos puedes dar noticias de la salud de tu abuela? Rumores dicen que la encontraron inconsciente. 

Pestañeé, muy confundido. 

—... ¿No estabas en arresto domiciliario? 

—... ¿Samantha Meyer tenía problemas de salud? 

Los micrófonos me apuntaban, esperando una explicación; por suerte, el señor Ano les dio la espalda a las cámaras para cubrirme y me llevó al hotel. 

—¿Alguien me puede decir qué está pasando? —pregunté alternando la vista entre él y Vanessa. 

—Nicolás... —Arno tragó saliva. 

—¿Qué? ¿Qué ocurre? 

—Tu abuela sufrió una caída —se adelantó Vanessa—. Sufrió un mareo y se desvaneció.

Y me quedé atónito. 

Mi mundo comenzó a girar de una forma distinta. Tenía mil preguntas y ni siquiera me atrevía a preguntarlas. Mis manos comenzaron a sudar un poco frío y tenía un enorme nudo presionándome el estómago. Jamás en mi vida me había planteado la situación. Esa situación. La situación en la que a mi abuela le pasara algo. Siendo honesto, no sabía si podía soportarlo. 

Fuimos finalmente con Arno hasta el hospital en su auto. Cuando llegué, me di cuenta de que papá y Kant estaban sentados en la sala de espera con preocupación. Si mal no recuerdo, fue la primera vez que vi a Kant apoyarse en el hombro de nuestro padre. 

—¿Qué... se ha sabido? —pregunté con temor. No... no quería escuchar lo peor. 

—Tuvo una fractura de cadera. El doctor dijo que la preparará para cirugía lo más antes posible —respondió Kant sin ánimos. 

Qué estrés. El doctor tardó unas horas en llegar para decirnos que la abuela ya estaba estable y recibiendo medicamentos antes de la cirugía. Al fin pude relajarme un poco. Aunque me sentía triste e imaginé su dolor. 

 Intenté contactarme con Kim, pero de seguro, y como siempre, no tenía buena señal. 

El asesor de papá nos trajo un vaso de café con un muffin a cada uno; luego de algunos minutos, pasé a verla. Estaba acostada en la camilla con una sonrisita floja. Estaba algo pálida y tenía un catéter en el brazo por donde pasaba el suero. 

—Hey... ¿Cómo te sientes ahora? —pregunté cuando me tomó la mano. Me senté en un banco a su lado. 

—Estoy bien, cariño. No pasa nada. 

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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