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Agosto. Año 5

Regina abrió los postigos de su casa, tras casi cinco meses cerrada necesitaba ventilación. Fue entrando la luz por las ventanas a la vez que las dejaba de par en par. Después se dirigió hacia la cocina y abrió la nevera que no contaba más que con una botella de agua, de la cual bebió mientras tomaba asiento en uno de los taburetes que rodeaban la isla.

Había echado de menos Storybrooke con sus comodidades, aunque tenía que reconocer que el vivir en el Bosque Encantado no había sido tan difícil como inicialmente había creído. Gracias a la magia había provisto su gran palacio de tecnología que le había facilitado enormemente su estancia allí.

Ahora iba a estar en Storybrooke unos días debido a una reunión que se llevaría a cabo en el pueblo; los representantes de los diferentes reinos iban a tener un encuentro para debatir aspectos de la política territorial actual. Regina esperaba que fuese un encuentro provechoso, del cual saliesen más unidos de cara a mejorar aquellos lugares de Los Reinos menos favorecidos.

Su vuelta le había llevado inevitablemente a pensar en Emma, de la cual no sabía nada desde que se marchó. No sabía nada porque había colocado hechizos para que la sheriff no la pudiese visitar y porque había hecho verdaderos esfuerzos para no preguntar a nadie por ella.

Pero aunque no hubiese querido saber de Emma, Regina era consciente de que su marcha no había hecho sino aumentar los rumores que rodeaban su relación con la salvadora, cosa que le daba igual. El comprender la imposibilidad de su amor con Emma, el abandonar su relación, había sido tan doloroso que Regina creía que otra vez había sufrido una catarsis que le había hecho mirar su vida con perspectiva.

Este análisis de sí misma le había llevado a la conclusión de que quizá ya era hora de delegar funciones profesionales y centrarse en viajar, pasar más tiempo con su hijo y, tal vez, encontrar a alguien con quien compartir su día a día. Alguien que estaba claro que no era Emma, muy a su pesar. Porque otra cosa que Regina había constatado al estar alejada de Storybrooke y, por ende, de la salvadora, es que la quería tanto que dolía, pero que no podía aceptar ese dolor; el amor debía hacerla feliz no ser un cúmulo de preocupaciones y decepciones.

No eran pocas las noches que se iba a dormir deseando que Emma estuviese a su lado, mientras que otras solo quería borrarse la memoria, no recordarla, olvidar que la amaba.

Suspiró a la vez que se levantaba de su asiento en medio de la cocina y se dispuso a ir a Grannys a por algo de comer. Había barajado la opción de quedarse en su casa para así evitar a la salvadora, pero era absurdo postergar un encuentro que tarde o temprano acabaría dándose.

Regina caminó hacia la cafetería, el largo paseo le permitió constatar lo que había echado de menos Storybrooke con su alumbrado público, sus jardines cuidados y calles impolutas. Antes de llegar a Grannys se desvió hacia el muelle y se sentó en uno de los bancos de madera que había por la zona. Mientras veía los barcos pesqueros faenar, deseó no tener que volver a encontrarse con Hook, no después de sus amenazas y la victoria que ella le había concedido marchándose al Bosque Encantado.

Cerró los ojos unos instantes, dejando que penetrara en sus oídos el sonido de las gaviotas y del agua golpeando las embarcaciones varadas, mientras el sol de aquella tarde de agosto cubría la piel que quedaba expuesta fuera de su vestido de lino.

Sintió su presencia antes de que tomara asiento a su lado.

Regina centró su mirada en el perfil de su acompañante la cual miraba hacia el mar. Emma llevaba su largo pelo rubio recogido en una coleta, a la reina le pareció tan preciosa que sintió cómo se le humedecía la mirada y cambió sus ojos al frente para ocultar rápidamente la debilidad que seguía sintiendo por aquella mujer.

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