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A lo largo del último año muchas veces había intentado disculpar su comportamiento, pedirse perdón por todas las veces en las que no se había valorado y había consentido cosas que no debía. Pero siempre acababa encontrando una justificación: sus sentimientos.

Porque cuando se adentró en su aventura con Emma, estaba tan embelesada con ella que apenas si podía pensar en otra cosa. A duras penas conseguía mantenerse alejada de ella, tanto que se encontraba a sí misma buscando excusas para verla las 24 horas del día; iba a la comisaría muchas más veces de las necesarias y siempre tenía algún motivo estúpido para llamarla. No quería salir de Storybrooke porque el estar alejada de la sheriff durante solo un día era algo superior a sus fuerzas.

A Emma jamás fue capaz de admitírselo, no en un principio, pero literalmente respiraba por ella, por su olor, por sus ojos, por su risa...ya nada más allá de ella tenía sentido. Era insoportable la necesidad que tenía, el deseo que sentía, el anhelo en cada segundo que pasaban separadas.Tanto que dejó de lado todo lo demás; vivía bajos los deseos de Emma.

Su trabajo, su familia, sus amigos... todo pasó a un segundo plano. Cada vez delegaba más en David y Snow, cada vez se volvía más descuidada con sus obligaciones.

Y fue esa fase de enamoramiento enfermizo la que hizo que siguiese adelante con esa historia obviando el hecho de que probablemente no iba a ninguna parte. Esa explosión que le nacía de su desgastado corazón fue la que le hizo olvidar que Emma estaba casada.

Ahora se sentía estúpida, pero durante meses sintió auténtico terror de presionar, de pedir más y que Emma la dejara. Estaba tan aferrada a la Salvadora que si esta decidía alejarse de ella estaba segura que no lo soportaría.

Aún así, a pesar de todo, tenía que agradecer que esto hubiese pasado en ese momento de estabilidad y no cuando, por ejemplo, Emma fue la Dark One; porque habría sucumbido a su poder sin dudarlo ni un solo segundo.

Porque durante meses Regina vivió por y para Emma, era todo lo que le importaba. Era algo tóxico e imprudente pero no pudo luchar contra esa tormenta que era más grande que ella.

Y si por perder a  Daniel lanzó maldiciones, por Emma habría arrasado universos.

Noviembre.Año 4.

—Eres la mejor cocinera del mundo— murmuró Emma en su oído mientras rodeaba su cintura por detrás.

Regina se estremeció y embriagó de la sensación de sentirse en los brazos de Emma mientras montaba cuidadosamente la lasaña.

—Estate quieta—respondió con una sonrisita estúpida—. Hope puede venir—susurró.

—Está entretenida con sus dibujos y no creo que se despegue de la tele. Y yo necesito un beso de su majestad de manera urgente.

La morena dejó la paleta con la estaba colocando la carne sobre la encimera y se soltó del abrazo de Emma para agarrarla de la mano y guiarla dentro de la pequeña despensa colocada en un rincón de la cocina.

Una vez dentro de la diminuta estancia se lanzó a los labios de la Salvadora. No se besaban desde el día anterior, cuando se despidieron en el ayuntamiento, y eso era demasiado tiempo para una Regina que se sentía como una adolescente hormonada.

Se había pasado toda la mañana deseando ver a Emma, esperando el momento en el que fuese con Hope para esperar la llegada de Henry, que iría de visita unos días.

Madre e hija habían llegado a su casa antes de lo esperado, cosa que a Regina le había hecho muy feliz, pero no era hasta ahora, que la pequeña se había entretenido con la televisión, que se habían quedado solas.

TempestadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora