Capitulo XVII

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Rhaenyra llevaba rato sentada en silencio, con la mirada perdida en el fuego de la chimenea, mientras sus manos descansaban sobre su vientre. El peso del embarazo comenzaba a notarse, y sus cuatro meses se reflejaban no solo en su cuerpo, sino también en su ánimo. Era un cansancio distinto al de sus embarazos anteriores, uno que parecía más profundo, más sombrío, como si la criatura que llevaba en su interior compartiera el peso de las preocupaciones que oscurecían su mente.

Las palabras de Helaena, aquellas simples oraciones que había pronunciado con una serenidad inquietante, seguían resonando en su cabeza. Aunque intentara rechazarlas, no podía ignorar la carga de verdad que parecían portar. Había algo en la manera en que Helaena las decía, como si cada palabra estuviera impregnada de un conocimiento imposible de desmentir.

El crujir de unos pasos en el suelo interrumpió sus pensamientos. Aunque no necesitaba girar la cabeza para saber de quién se trataba, lo hizo de todas formas, observando a Daemon acercarse con esa calma calculada que a menudo la irritaba, y sin pedir permiso, se sentó junto a ella.

—Veo que las mentiras de la rata se han instalado otra vez en tu cabeza —dijo, refiriéndose a Helaena con ese tono burlón que utilizaba para, referirse a ella con desprecio evidente.

Rhaenyra cerró los ojos por un momento, intentando controlar la frustración que se arremolinaba en su pecho.

—Hoy no, Daemon —pidió Rhaenyra si tono oscilaba entre súplica y advertencia, ese tono que detestaba de sí misma, pero que no pudo evitar. Aquel simple ruego era una traición a su carácter fuerte y decidido, pero últimamente sentía que las palabras eran más pesadas de lo habitual.

Daemon arqueó una ceja, estudiándola con una atención que no solía mostrar abiertamente. Algo en ella no estaba bien, y él lo sabía. Había notado cómo su energía se había apagado, como si un velo sombrío cubriera su espíritu. Aunque rara vez admitía su preocupación, en momentos como ese se le escapaba entre los gestos.

—Deberías estar feliz por la hija que tendremos en unos meses —dijo él, modulando su voz hasta un tono más tranquilo, casi reconfortante. Sus ojos bajaron hacia el vientre de Rhaenyra, y una leve sonrisa se asomó en sus labios.

Rhaenyra lo miró de reojo, intentando descifrar si aquella sonrisa era para ella o para sí mismo.

—Podría volver a ser un niño, como Aegon —dijo con firmeza, ajustándose en su asiento. Su tono no era frío, pero sí distante; había un filo en su tono, como si estuviera recordándole que no podía permitirse sueños o certezas en ese momento.

Daemon negó con la cabeza, como si sus palabras fueran una necedad que no merecía consideración. Sus ojos chispearon esa confianza que tanto la irritaba como la tranquilizaba. Se inclinó hacia ella sin previo aviso y, con una suavidad inusual, posó la oreja sobre su vientre.

—Su corazón se escucha tranquilo —murmuró mientras se enderezaba, sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa—. No tengo duda, será una niña

El gesto de Daemon, tan desvergonzado y sincero, la dejó inmóvil por un instante. Lo observó en silencio, sintiendo la calidez que aún quedaba en su vientre tras el toque de su mano, una calidez que parecía contradecir el frío que sentía en el alma. Quiso creerle, quiso dejarse arrastrar por esa esperanza que él parecía ofrecerle como un salvavidas en medio de sus tormentas, pero las palabras de Helaena regresaron como un eco perturbador.

—No siempre podemos confiar en lo que deseamos, Daemon —dijo finalmente un poco resignada.

Daemon ladeó la cabeza, estudiándola como si intentara desentrañar sus pensamientos, pero no insistió. En cambio, volvió a sonreír, esa sonrisa confiada que tanto la desconcertaba.

The last hopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora