Capítulo 10 | El desafio de la Cueva

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El aire se había vuelto más pesado al cruzar la puerta. El paisaje a su alrededor había cambiado de nuevo, pero esta vez la sensación de estar atrapados en una dimensión paralela era mucho más intensa. El suelo bajo sus pies era rugoso, como si caminaran sobre piedras antiguas. A lo lejos, se veía una caverna oscura, su entrada enmarcada por columnas de roca que se extendían hacia lo alto, como si el lugar hubiera sido una vez una estructura majestuosa, ahora olvidada por el tiempo.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Lía, su voz resonando en la quietud del ambiente.

Max miró hacia la caverna, con los ojos brillando con una mezcla de curiosidad y cautela.

—No lo sé, pero parece el tipo de lugar donde las respuestas se esconden.

Antes de que Lía pudiera responder, un zumbido bajo llenó el aire, como si algo estuviera moviéndose a gran velocidad por debajo de la tierra.

Lía tensó los músculos, la sensación de estar siendo observada se apoderó de ella.

—Esto no me gusta. —Max se acercó un poco más, quedándose justo a su lado.

Sus hombros se rozaron, y, aunque ella trató de apartarse ligeramente, no pudo evitar sentir cómo el contacto hizo que su corazón acelerara. Max, ajeno a su incomodidad, miraba fijamente la caverna, su mente llena de preguntas, pero también de algo más... algo que no podía ignorar.

—No hay vuelta atrás —dijo Max, casi como una advertencia, y dio un paso adelante, señalando el camino hacia la oscuridad.

Lía respiró profundamente, tratando de calmarse. Decidió seguirlo. No podía dejar que la incertidumbre la controlara. Mientras caminaban hacia la entrada de la caverna, el eco de sus pasos parecía multiplicarse, creando una sensación de claustrofobia que la hizo sentir más pequeña de lo que ya era.

La entrada de la caverna era mucho más amplia de lo que habían anticipado. A medida que avanzaban, la luz que los acompañaba desaparecía rápidamente, y el único sonido que podían escuchar era el crujir de las rocas bajo sus pies y su respiración entrecortada.

—Max... —dijo Lía, casi en un susurro, deteniéndose de repente.

—¿Qué pasa? —preguntó él, mirándola. Su rostro mostraba preocupación, pero había algo en su expresión que no era solo eso. Algo más profundo.

—Tengo la sensación de que no estamos solos.

Max frunció el ceño, pero no dijo nada. Simplemente le dio una sonrisa tranquilizadora y la tomó de la mano, como si eso fuera suficiente para alejar sus miedos.

Lía, sin embargo, no podía sacudirse la sensación de que algo o alguien los observaba desde las sombras. Mientras avanzaban, una voz suave, apenas audible, comenzó a resonar en la caverna.

—Max... —susurró Lía, su voz quebrada por el miedo.

La voz, aunque distorsionada y etérea, se hizo más fuerte. Parecía llamarlos, un susurro incomprensible que los empujaba a continuar. Pero Lía sentía como si estuviera siendo arrastrada a un lugar que no quería descubrir.

—No es real —dijo Max, apretando su mano con firmeza, como si intentara disipar las sombras que se cernían sobre ellos. Pero Lía sabía que no era solo eso. Había algo más, algo que él también sentía, pero no quería admitir.

De repente, la voz se detuvo, y el silencio se hizo absoluto. Pero Lía notó que algo había cambiado. Ahora, la oscuridad no solo los rodeaba, sino que parecía presionar sobre sus cuerpos, acercándose a ellos.

En medio del silencio, una luz parpadeó al fondo de la caverna, una luz tenue que parecía llamar a Lía con una urgencia indescriptible.

—Vamos. —Max, aún con la mano de Lía entrelazada con la suya, empezó a caminar hacia la luz.

Cada paso que daban parecía acercarlos a algo oscuro y profundo. Lía, con la sensación de que el suelo temblaba bajo ellos, intentaba mantener la calma. Max notó su tensión y se detuvo brevemente, mirándola con intensidad.

—¿Estás segura de que quieres seguir adelante? —preguntó, sus ojos fijos en los de ella. La proximidad de su cuerpo, la intensidad de su mirada, hizo que Lía sintiera un nudo en el estómago.

La cercanía de Max siempre había sido un refugio para ella, un lugar seguro donde sus inseguridades parecían desvanecerse. Pero ahora, algo había cambiado. Había algo en el aire, en la tensión entre ellos, que dejaba claro que no era solo la misión lo que los mantenía juntos.

Lía tragó saliva y asintió, aunque su voz sonó vacilante.

—Sí, vamos. Tenemos que hacerlo.

A pesar de sus dudas, ambos continuaron avanzando hacia la luz. Y entonces, de repente, un brillo cegador los envolvió, y todo a su alrededor desapareció.

Cuando la luz finalmente se desvaneció, se encontraron en una sala extraña, completamente diferente a cualquier cosa que hubieran visto antes. Era un espacio vacío, sin paredes ni techo, pero en el centro flotaba una esfera de cristal. Dentro de la esfera, podían ver fragmentos de imágenes: recuerdos rotos, momentos distorsionados, como si la esfera fuera una cápsula del tiempo, conteniendo la verdad de todo lo que había sucedido.

—Esto... esto es lo que estamos buscando —dijo Max, observando la esfera con fascinación.

Lía dio un paso adelante, su mano extendida hacia la esfera, como si estuviera siendo atraída por una fuerza invisible.

—¿Qué es esto? —preguntó, pero Max no respondió. Estaba demasiado absorto en la esfera.

Lía tocó la superficie fría del cristal, y al instante, una oleada de recuerdos la inundó. Imágenes de Erin, de su sonrisa, de las palabras que nunca pudieron entender. Pero también vio algo más, algo que la hizo detenerse: vio a Max, no solo como su compañero de misión, sino como alguien que había estado en su vida mucho antes de todo esto, alguien con quien había compartido momentos que no recordaba.

Pero entre esas imágenes, una se destacó: una visión de Erin, sonriendo, pero en sus ojos había una mezcla de tristeza y desesperación.

—Erin... —susurró Lía, sintiendo una presión en el pecho.

Max la miró, sus ojos fijos en ella.

—¿Qué pasa? ¿Vas a decirme lo que viste? —su voz, aunque suave, tenía una urgencia que Lía no podía ignorar.

Pero ella no pudo responder. Solo miró a Max, sabiendo que la verdad, aunque cercana, aún estaba fuera de su alcance.

El misterio los rodeaba, pero también lo hacía algo más: una conexión que parecía haberse fortalecido con cada desafío, con cada momento compartido. Lía no estaba segura de lo que sentía por Max, pero algo dentro de ella le decía que la respuesta a sus dudas estaba más cerca de lo que imaginaba. Y quizás, solo quizás, esa respuesta estaba ligada a Erin y a los recuerdos perdidos que compartían.

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