Capítulo 7 | Lo que nos Une

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Lía salió de la flor azul y se encontró en un lugar que no esperaba. Un vasto campo se extendía hasta donde alcanzaba la vista, con un cielo teñido de un perpetuo atardecer. El aire estaba cargado de un extraño aroma a nostalgia, como si cada brisa susurrara historias olvidadas.

Frente a ella, una pequeña cabaña de madera destacaba en la inmensidad del campo. Parecía fuera de lugar, pero algo en su interior la impulsaba a acercarse.

El dron, fiel a su lado, proyectó un mensaje: "Aquí comienza el verdadero recuerdo."

Lía cruzó la puerta de la cabaña, y el interior era sorprendentemente acogedor. Había una mesa de madera con dos sillas, una chimenea apagada y, en el centro de la habitación, un viejo diario abierto.

Ella se acercó con cautela, sus dedos rozando las páginas amarillentas. Las palabras parecían escritas con prisa, algunas líneas apenas legibles:

"Nunca olvidaré ese día en el parque. Nos prometimos que, sin importar lo que pasara, siempre estaríamos juntos. Pero entonces, todo cambió..."

Lía sintió un nudo en la garganta. Las palabras eran demasiado familiares. Como si...

—¿Es esto mío? —susurró, su voz temblorosa.

El dron proyectó otra imagen: un recuerdo. Lía se vio a sí misma, más joven, corriendo por un parque. A su lado, un niño de cabello oscuro reía mientras la seguía. Aunque su rostro no era completamente claro, Lía lo reconoció al instante.

—Max...

Era imposible, y sin embargo, ahí estaba. Este no era solo un desafío de Net Sphere. Era algo mucho más personal.

En otro lugar, Max se encontraba aún en la sala de los espejos. Los reflejos comenzaban a cambiar, a mostrar no solo su pasado, sino también momentos que parecían compartidos con alguien más. La figura de Lía se repetía en diferentes escenas: en un parque, en una escuela, y finalmente, en un hospital.

El Max del espejo sostenía la mano de una joven Lía mientras ella lloraba. Sus labios se movían, formando palabras que Max, el verdadero Max, no podía escuchar.

—¿Por qué no lo recuerdo? —murmuró, su voz cargada de frustración.

Los espejos no ofrecían respuestas, pero uno de ellos comenzó a brillar intensamente. Max se acercó, y esta vez, la imagen fue clara.

Lía y Max estaban en un parque, rodeados de flores. Ella tenía una corona de margaritas en la cabeza, y él sostenía una pequeña caja. Cuando la abrió, dentro había un colgante con un símbolo de infinito.

"Siempre estaremos conectados, sin importar qué pase."

Max dio un paso atrás, la imagen desapareciendo, pero el peso del recuerdo permanecía.

—Lía...

De vuelta en la cabaña, Lía se aferraba al diario, las lágrimas amenazando con brotar. Cada palabra, cada imagen, la conectaba más con un pasado que había olvidado, un pasado donde Max siempre había estado a su lado.

La voz de Net Sphere resonó de nuevo, pero esta vez no sonaba burlona, sino casi compasiva.
"Algunos recuerdos se pierden para protegernos. Otros, para prepararnos. Pero los lazos verdaderos siempre encuentran el camino de regreso."

Lía apretó el colgante que ahora colgaba de su cuello, algo que ni siquiera había notado antes. Su corazón latía con fuerza.

—Voy a encontrarlo. No importa lo que cueste.

La cabaña comenzó a desvanecerse, y Lía supo que el siguiente nivel estaba cerca. Pero esta vez, no era solo por Erin. Su conexión con Max, enterrada en lo más profundo de su memoria, era el verdadero catalizador.

Mientras los caminos de Lía y Max se acercaban inevitablemente, ambos comenzaban a entender que Net Sphere no solo jugaba con sus mentes, sino que también revelaba verdades que habían sido olvidadas por razones que aún no comprendían.

La pregunta ahora no era solo cómo salvar a Erin, sino también qué significaban realmente para el otro.

¿El destino los había separado, o todo había sido parte de un plan más grande?

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