STERK VS MAFIA +21

El Retorno de los Caídos

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Beacon Hills 

Stiles

Me costó aceptarlo, pero aprendí  a tragarme el asco y vivir con ello. Al final, quienes me conocen de verdad saben que eso es lo que he estado haciendo desde que nací: tragándome la mierda, adaptándome al caos, y sobreviviendo a base de aceptar lo que hay, lo que viene, o lo que jode. El Nogitsune no tomó el control de mí... no, el sólo me empujó a dejar de fingir. Esa máscara de "todo está bien", esa mierda que yo mismo me obligaba a mantener, se fue al carajo.

En el FBI aprendes cosas que ni en el jodido Vaticano saben sobre posesiones demoníacas. La verdad es brutal: el espíritu no te controla ni te transforma en algo que no eres. No te define. Solo desentierra la podredumbre que ya llevas dentro. Lo saca a la superficie, lo fuerza a respirar, lo vuelve imposible de ignorar. Porque la posesión no es un cambio, es un espejo, un  reflector sobre lo que siempre ha estado ahí. Y ahora lo veo claro: lo que siempre he sido.

Así que ya no me avergüenza ni me asusta que mencionen esa ocasión, ese momento, o los daños que quedaron tras ello. Porque, aunque para mí, con esos dieciséis años encima, fue una mierda aterradora, un peso imposible de cargar sin que me aplastara, para Mieczyslaw es otra historia. Para mi yo actual, fue liberador.

Lo que para mi yo adolescente era un infierno, una mancha imborrable, para mi fue un grito de libertad. Fue arrancar esa máscara hipócrita y mostrarle al mundo que la oscuridad siempre había estado ahí, esperando su momento para salir.

Han pasado seis días desde que volví a ver a mi hijo, seis días en Beacon Hills que he dedicado a él. Mientras tanto, deje que Eva tomara el control de Neera, confiando en que llevará la batuta hasta mi regreso. Pero ahora es el momento. Eli ya está estable, y yo puedo volver.

Han sido días maravillosos, días que me han recordado cómo debería sentir la paz. Pero esa paz no es mía, no todavía. Esta tranquilidad es un préstamo, algo que no me pertenece ni me merezco hasta que todo esté en su lugar, hasta que cada pieza caiga donde debe estar. Este respiro ha llegado a su fin, porque aún tengo cuentas pendientes y un camino que no puedo evadir.

Estoy tumbado en la cama, mirando el techo como si de alguna forma fuera a darme las respuestas que no tengo. Pero lo único que tengo ahora mismo es a Eli, acurrucado contra mi pecho como si yo fuera su lugar seguro. Su brazo pequeño está sobre mi estómago, sosteniéndome como si quisiera asegurarse de que no voy a ir a ningún lado. Y sí, lo sé, debería estar acostumbrado ya. Han pasado seis días, pero todavía no me lo creo del todo.

Es mi hijo. Mi hijo. Esa frase sigue sonando demasiado grande, demasiado buena, demasiado para alguien como yo. Respiro hondo y miro su cara. Su pequeña cara perfecta. Dios, ¿cómo puede ser tan perfecto?  Sus labios están entreabiertos, su respiración es profunda y constante, y tiene las mejillas suaves, rosadas, aplastadas contra mi camisa. Su cabello oscuro está todo revuelto, con mechones cayendo sobre su frente de forma desordenada, pero incluso eso lo hace parecer como algo sacado de un sueño.

¿Cómo algo tan hermoso, tan puro, tan jodidamente perfecto puede haber salido de mí? De alguien como yo, que apenas sabe mantenerse entero, que está lleno de grietas y cicatrices que nunca terminan de cerrar. No tiene sentido. Ninguno. Es como si el universo hubiera decidido burlarse, dándome algo que claramente no merezco.

Intento moverme, zafarme de su abrazo sin despertarlo. Mis músculos se tensan mientras intento girarme un poco, pero entonces Eli murmura algo, un sonido suave, incomprensible, y se pega más a mí. Su carita se hunde contra mi pecho como si supiera que estoy intentando escapar.